Estamos en la Octava de Pascua
y un octeto de cuervos,
unos nativos tordos (Curaeus curaeus)
con su plumaje oscuro
pasan trinando a diestra y siniestra,
mientras me desplazo a pie
por el camino que conduce
a la abadía benedictina.
Este coro aviar se suma espontáneamente
al canto de los monjes de negros hábitos
que expresan en himnos y cánticos
el gozo de estos tiempos pascuales.
El esplendor de la liturgia y la belleza del canto
se conjugan en una explosión de alegría
que nos inundan de gratitud
por sabernos rescatados del pecado y de la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS