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Lo efímero del poder y los cerezos en flor...‏



Roma en el Potomac
por Alfredo Jocelyn-Holt - Diario La Tercera 24/03/2012
http://www.latercera.com/noticia/opinion/ideas-y-debates/2012/03/895-439627-9-roma-en-el-potomac.shtml

Este año los cerezos en flor de Washington se adelantaron como nunca a
causa del calor, uno de los inviernos más tibios que se recuerden. Se
está a dos semanas de que todavía llegue la comitiva oficial japonesa
que viene a celebrar los 100 años de la primera plantación, regalo de
la ciudad de Tokio. Una pena. Lo de los cerezos es efímero -en blanco
rosado sólo duran 14 días- y cuando estallan, como el fin de semana
pasado, se convierten en felicísimo evento nacional: anuncian la
llegada de la primavera, este año más estival que nunca.

No exagero con lo de nacional. Fácilmente un millón de personas,
muchas de fuera de la capital y el país, se vuelcan a la avenida que
bordea la laguna a los pies del Jefferson Memorial en callado paseo y
asombro. Sacan sus fotos, inspeccionan las ramas y brotes, contemplan;
desde aquí, además, en panorámicas vistas hacia los cuatro puntos
cardinales. El monumento es una rotonda de purísimo mármol cuyo eje
está perfectamente alineado con la Casa Blanca, de modo que Obama en
su despacho, también oval, está a ojo a ojo con la estatua de
Jefferson (5,8 metros de altura) a un poco más de un kilómetro sin
mediar obstáculo alguno. Quienes diseñaron la ciudad (L´ Enfant y
Washington) eran agrimensores, y algo sabían de métrica poética; el
diseño espacial no puede ser más limpio, rítmico y racional.

Artificioso, claro que también. El casco histórico de esta ciudad
impresiona, pero como podría hacerlo una escenografía dieciochesca,
utópica, como ni siquiera el siglo XVIII europeo la construyó, sólo la
pudo imaginar. Los principales edificios, la mayoría ministerios y
museos, datan de los siglos XIX y XX, y eso que evocan, en su
grandiosidad y elegancia neoclásica, una Roma, a su vez, también
imaginada. En fin, una "visión" de lo que habría de ser los EEUU y que
algunos sectores, a favor de un propósito federal, imperial, han
seguido promocionando. Washington ambicionando una ciudad magnífica,
mientras que Jefferson contemplaba una aldea pequeña, sureña, para así
no pasar a llevar a los poderes locales (los derechos de estados
confederados), lo menos centralizadora posible. Por cierto, Washington
terminó imponiéndose, y por eso la ciudad lleva su nombre.

El efecto que produce una ciudad como ésta es clásico, induce a pensar
en decadencias. Pero, curiosamente, no pasa lo que le ocurriera a
Gibbon y a Bolívar cuando ponderaban melancólicamente sobre Roma desde
sus colinas. No se está frente a una civilización desaparecida. Uno
entra a la National Gallery of Art o a la Biblioteca del Congreso y de
inmediato se vuelve consciente de que estas instituciones custodian la
cultura occidental. Uno camina por los parques, museos y monumentos y
el orgullo cívico no termina por impactar. Y no sólo a causa del
sentimiento de los políticos y arquitectos detrás de tan hábil diseño
propagandístico, sino por los ciudadanos a pie que acuden en masa y
peregrinan a esta Meca cívico-republicana. No sólo a ver los cerezos
en flor, sino tras algo menos efímero: para reafirmarse en la creencia
de que su país es el más poderoso todavía de la tierra. Quizá por eso
los altos costos de mantención y problemas pendientes, también su
indiscutible fuerza.

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