La cirugía de Ottone



Dice que duerme tres horas diarias. Que es un fanático de Mahler. Y que durante febrero se encerró con 42 maestros para aplicar una cirugía estética mayor al Teatro Universidad de Chile. Esto es parte de los primeros meses de gestión de Ernesto Ottone, el ex hombre fuerte de Matucana 100, a la cabeza de la Orquesta Sinfónica y el Ballet Nacional.

© José Miguel Méndez
La orquesta ruge. Toca a Tchaikovsky, el ballet Romeo y Julieta. Desde las bambalinas, el Teatro Universidad de Chile, en la Plaza Baquedano, parece un laberinto domesticado. Afuera los estudiantes se juntan para la primera marcha del año, y ya se siente el olor de las lacrimógenas. Pero acá, mientras la Orquesta Sinfónica ensaya, Tchaikovsky se cuela en cada uno de los rincones de este teatro. Y un hombre, apurado, baja y sube escaleras. Cinco pisos. Laptop en mano, Ernesto Ottone (40) muestra fotos de cómo estaba antes el teatro. Paredes descascaradas por la humedad. Camarines devenidos en bodegas. Y unas butacas, en la platea alta, que no se reparaban hace 20 años. En el recuento de cosas encontradas, aparecieron chicles varios y una botella de Free.
Ottone hizo este mismo recorrido en diciembre con Víctor Pérez, rector de la Universidad de Chile. Ahí lo convenció de que el teatro, sede de los cuerpos estables del CEAC (Centro de Extensión Artística y Cultural de esta universidad), necesitaba una cirugía estética mayor. También convenció a privados y a la Facultad de Negocios de la Chile. Y así consiguió los $ 200 millones que necesitaba para aplicar esta cirugía. Partió instalando aire acondicionado, que debutó en enero, en la temporada de verano de la Sinfónica. Y en febrero, cuando todos los funcionarios en la Universidad de Chile salen de vacaciones, Ottone fue la excepción. Sólo se tomó una semana, después de las Semanas Musicales de Frutillar. Durante ese mes se encerró en el teatro con 42 maestros para continuar remozando este laberinto. Consiguió el auspicio de Ceresita para pintar la concha acústica. Reparó las duchas de los bailarines. Les instaló duchas a los tramoyas. Cambió calefones ya obsoletos por termos eléctricos industriales. Renovó por completo la boletería, gracias a un acuerdo con Ticketek. Cambió el piso del escenario y lo vitrificó. Todos son cambios imperceptibles para el público que sigue la temporada de la Sinfónica. La excepción son las butacas de la platea alta. Porque ahora las maderas ya no se entierran en la espalda. Y eso lo sabe el rector Víctor Pérez, que tiene su butaca preferida. Es la A14, en la primera fila de la platea alta del teatro. Por eso, el viernes pasado, en el segundo concierto de la temporada, el rector aplaudió con ganas. Y no sólo porque la orquesta rugió con Tchaikovsky.

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Ernesto Ottone es un hombre de la Chile. En esta universidad estudió Teatro, hizo un magíster de Gestión Cultural, trabajó un año y medio en el Teatro Nacional, con Fernando González. Ottone es un hombre de la Chile, pero no funciona como un hombre de la Chile. O, al menos, no funciona como hasta ahora solía ser el estilo dentro del CEAC.
No ha sido fácil levantar platas de privados, dice  Ottone. El principal obstáculo: el desconocimiento de los cuerpos estables de la Chile. Eso sí, la Sinfónica tuvo mayor visibilidad que nunca el año pasado: tocó con Sting en el Festival de Viña y después junto a Ennio Morricone.
"Cómo haces para introducir cambios en instituciones que en los últimos decenios han estado estáticas, es decir, sin cambios en su estructura, sin afectarla", dice Ottone. Lo dice para explicar el cambio de color de la concha acústica, un violeta, que Ceresita mandó a hacer especialmente y que se definió junto a diseñadores buscando un color amable para los músicos y que, a la vez, resultara más atractivo para el público. Pero esta misma frase resume la gestión de Ernesto Ottone, desde que asumió la dirección del CEAC, en mayo del año pasado.
Ottone nunca había trabajado en una institución pública como la Chile. Antes había estado en fundaciones, como el Museo de la Solidaridad o Matucana 100. En esta última institución, su gestión destacó por su buena llegada con la empresa privada. Así logró convencer a Paola Luksic para que la fundación de su familia apoye el financiamiento de este espacio cultural. Pero en el CEAC las cosas funcionan de otra manera. Aquí ha aprendido que en la administración pública corren otros tiempos. O de que todo se tiene que hacer por licitación. "Una vez a un director de la orquesta le robaron un cheque y para poder sacar de nuevo el cheque tengo que esperar como un mes más", dice.
"Es acelerado, franco y directo". Así lo describe Claudio Pizarro, miembro del Coro Sinfónico de la Chile, que también depende del CEAC. Un estilo al que no todos se han podido adaptar con facilidad dentro de esta institución. "Yo ando corriendo todo el día, pero es mi estilo", dice Ottone. "Su idea es modernizar el CEAC, no es un hombre del pasado. Yo prefiero que sea así, directo", dice Gigi Caciuleanu, director artístico del Ballet Nacional.
Dentro de la orquesta es respetado porque, a diferencia de otros directores del CEAC, llegó por concurso público. Juan Goic, chelista de la Sinfónica y director subrogante del CEAC antes de la llegada de Ottone, dice que estos primeros meses de gestión han servido para 'ordenar la casa': "Se ve que tiene muchas ganas de lograr cosas, una energía nueva. Ha habido mejoras de la infraestructura del teatro, una relación de colaboración con la orquesta en materias artísticas, redefinición de reglamentos, mayor presencia en los medios digitales". Con el ballet, dice Caciuleanu, "tuvo la inteligencia de asistir a ensayos, de ir a las giras, de ver cómo funcionamos desde el interior, de escuchar". 
El rector Víctor Pérez no sólo es un incondicional de los conciertos de la Sinfónica. También se ha convertido en un aliado de la gestión de Ottone dentro de la universidad. En el día a día, sus colaboradoras más cercanas son Marianne Lescornez (coordinadora artística, que antes trabajó en Francia en la Ópera del Rhin) y Cecilia Reyes (ex bailarina de la compañía y encargada de Relaciones Públicas). Ellas se turnaron para acompañarlo en febrero durante la etapa de cirugía del teatro que aún no ha terminado. En mayo esta intervención debería terminar con el programa audiovisual. Eso, en la práctica, significará  la instalación de dos pantallas a los costados del escenario para transmitir los conciertos. Su idea no sólo es beneficiar a los que llegan atrasados, ya sea por los tacos o las protestas. También quiere potenciar el streaming, que ya han probado, logrando casi cinco mil visitas online en el sitio web del CEAC. Porque las ambiciones de Ottone no se detienen. Y los proyectos tampoco.
"Estoy todo el día pensando en esto, lo cual es un poco estresante para el resto de la vida. Todo el proyecto actual mío está puesto en cómo vas a mejorar la gestión de algo que supuestamente está estancado en el tiempo". Dice que duerme tres horas diarias. Que desde Matucana 100 no había nada que le demandara tanto tiempo. Una noche, en su casa, se levantó a ver a su guagua que estaba llorando. Cuando volvió, su mujer le preguntó cómo estaba la niña. Y Ottone respondió: "No sé si eran 90 ó 91 los músicos de la orquesta".
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Ottone se declara fanático de Mahler. Dice que su gusto por la música clásica le viene de cuando vivió en Hungría y de su padre, Ernesto Ottone, el asesor del ex presidente Lagos. Que cuando chico sus padres lo obligaban a ir a la ópera en Viena, y él, en cambio, prefería un grupo de música thrash húngaro. Pero todo cambió cuando entró a estudiar Teatro. Ahí le agarró "el gustito", dice.
Quizá esa obsesión por Mahler sirva para entender lo que ocurrió el año pasado. Cuando Ottone gestionó presentar la Segunda Sinfonía de Mahler, más conocida como Resurrección, en la Catedral, con 106 músicos en escena. El polaco Michal Nesterowicz, que se despedía de su cargo de director titular de la Sinfónica,  aceptó dirigir la monumental obra, pero un día le dijo: "En el teatro no se puede. No cabe la banda interna, no cabe el coro". Ottone convenció a Nesterowicz: "Yo me consigo la Catedral". A cambio, harían una función para los abonados en el teatro, más apretados. Y funcionó.
Eso fue un hito para la Sinfónica, al igual que la gira al sur, que desde hace 40 años no se hacía, y que los llevó a La Unión, Temuco, Osorno y Puerto Montt. Ottone muestra cifras: "En el teatro, con los cuerpos estables, pasamos de 89 mil personas a aproximadamente 132 mil personas". Y si se suma la extensión, "pasamos de 160 mil a 297 mil personas".
No ha sido fácil levantar platas de privados, reconoce Ottone. El principal obstáculo: el desconocimiento de la labor de los cuerpos estables de la Chile. Eso sí, la Sinfónica tuvo mayor visibilidad que nunca el año pasado: tocó con Sting en el Festival de Viña, y después fue elogiada durante su actuación junto a Ennio Morricone, en junio, en el Movistar Arena. Poco a poco, Ottone ha sumado el aporte de privados, como CorpArtes, Air France y la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS). De hecho, asegura que el aporte por esta vía creció en un 180 % y que este año la venta de abonos se duplicó.
Según Gigi Caciuleanu, "necesitamos tiempo para ver los resultados" de su gestión. Y resume su principal desafío: "Hacer venir al público. La misión del que gestiona es encontrar públicos nuevos". Para Juan Goic, el reto es otro: "El CEAC sufre el síndrome de las instituciones que tienen liderazgos de corta duración, lo que impide materializar proyetos a largo plazo. Espero que Ernesto Ottone se encante con su desafío y que tenga energía para un largo camino junto a los cuerpos artísticos".
Si a corto plazo uno de los desafíos que Ottone reconoce es la búsqueda de un director titular para la Sinfónica, a largo plazo su sueño es otro: conseguir los recursos para construir un teatro propio para la Chile. El proyecto del Gam de construcción de un teatro, que originalmente contemplaba una sala de ensayos para la Sinfónica, no lo deja indiferente: "Resulta que el cuerpo estable (la Sinfónica) que es 'el' cuerpo estable que tiene el Estado de Chile, compuesto por 90 y tantos músicos, no tiene un espacio propio. Y a una cuadra se está construyendo otro teatro en el Gam. Es un absurdo".
Está consciente que el proyecto de un teatro nuevo no es "prioridad gubernamental ni de la universidad en este momento". Es sabido que el teatro actual no tiene la acústica que se merece la Sinfónica, y más encima, es arrendado. Aun así quiso aplicar esta cirugía. "Estos cambios se hicieron para darles dignidad a nuestros artistas y al público que nos quiere ver", dice. En el mundo de Ottone, no hay excusas para no escuchar rugir a la Sinfónica.

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