De paso



por Jorge Edwards
Diario La Segunda, Viernes 23 de Marzo de 2012  
http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2012/03/23/de-paso.asp
Estoy de paso, pero la verdad es que nunca he salido de Chile. Viajo con una joroba pesada, con Chile a cuestas. Soy otro de los viajeros inmóviles de la vida literaria y de la vida misma. Lo tomo con gracia y como un destino. Es decir, acepto mi destino ( por eso acepto lo que me dan / como quien vislumbra un jardín / donde los otros están ). Cito de memoria, y supongo que cito mal, un poema de Fernando Pessoa, el portugués.
Llego y me encuentro con una protesta en las calles de Santiago. Desde mi ventana observo a un grupo juvenil que marcha con gritos escandidos, con puños en alto, con una que otra bandera. Son veinte o treinta, pero invaden la calle y alteran el aire de la mañana, hasta este momento apacible. Me pregunto si se convertirán en paisaje, en telón de fondo. Es probable que el país pueda asimilar el fenómeno, pero, ¿qué pasa entonces con ellos? Marchan a pie firme y algunos llevan gorros blancos, que les dan una vaga apariencia de musulmanes. También marché en mis buenos tiempos, y ya no recuerdo si lancé gritos. Soy sensible a la canción romántica o moderna, al jazz y al rock, pero los gritos, en las marchas políticas o en las llegadas del Hipódromo, me molestan bastante. Lo reconozco y no creo en absoluto que esta intolerancia sea una virtud mía.
Prefiero siempre la literatura, pero entro a veces, sin darme cuenta casi, en procesos de reflexión política. Me preguntan a menudo, aquí y en otras partes, por las razones de la actual conflictividad chilena. ¿Cómo es posible que un país se desarrolle, que sea un caso ejemplar de estabilidad democrática en la región, que sus cifras sean mejores que las del promedio de América Latina en casi todo, y que sus desaprensivos ciudadanos protesten como energúmenos? No tengo una respuesta concreta y completa, pero podría insinuar o esbozar algunos comienzos de respuesta.
En el Chile de mi época llegó a producirse una guerra civil larvada, no declarada, que nunca llegó a los campos de batalla, como las guerras civiles de nuestro siglo XIX, pero que se manifestó en la vida social y política de muy diversas maneras. Las razones eran largas, antiguas, profundas, pero a muy poca gente le gustaba mirarlas en la cara. Algunos aspiraban a la revolución y otros a la inmovilidad absoluta. Unos concebían un futuro perfectamente utópico; otros, un pasado embellecido, enteramente mítico. Pensar en un progreso posible era una audacia mayor y recibía los castigos retóricos mayores. Había una izquierda palabrera, exasperada, congestionada, y una derecha muda, que se negaba a dar explicaciones de nada, que hacía orgías intelectuales con agua mineral de Panimávida. Siempre intenté moverme en estos laberintos de una manera razonable y siempre sentí horror frente a los excesos. Ahora observo a Camila Vallejo, simpática e ingenua, tomándose la sede de un partido político, y me digo: ya que es estudiante, debería estudiar un poco más. Y me acuerdo del folleto de Lenin, que le gustaba tanto a Pablo Neruda: El ultraizquierdismo, enfermedad infantil del comunismo .
Es probable que la guerra civil larvada, la guerra interna de nuestra sociedad, haya terminado, pero no ha sido liquidada en forma satisfactoria. No hemos dado vuelta la página en forma radical, comprometida. Los derrotados no descansan mientras no conviertan su derrota en victoria, y en este aspecto, actuamos todos como si hubiéramos sido derrotados en aquella guerra no declarada.
Hicimos la crítica del pinochetismo, pero quizá no hayamos hecho la crítica, también necesaria, de la Unidad Popular. No entro en mayores detalles. Me acuerdo de un ministro que nos decía que la inflación iba a acabar con el poder de la derecha. Yo discrepaba, algunos vecinos míos también discrepaban, pero nadie quería sacar las últimas consecuencias. La inflación galopante provocó el desmoronamiento de la Unidad Popular. Algunos entendimos, pero muchos todavía no entienden. Y Camila y sus amigos se toman la sede de la UDI con notable desparpajo, pero con cabeza escasa. No entienden que la historia siempre se puede repetir, aunque en contextos y estilos diferentes.
Embajador de Piñera, le dicen amigos intelectuales, poco avisados, pero enterados, a un amigo de más experiencia. Embajador de Chile, contesto, y de su gobierno actual. Pero la protesta es la moda. Todo, de nuevo, transcurre bajo grandes pancartas. La vieja retórica está de regreso. Chile, pienso, podría llegar lejos, pero si los chilenos se detuvieran un momento para reflexionar. Tirios y troyanos. Me acuerdo de los integristas furibundos de la calle Merced y siento lástima. Tienen sus razones, pero no están dispuestos a escuchar las razones de los demás. El PC criollo fue el primero en aprobar, hace ya 44 años, la invasión de la antigua Checoslovaquia por los tanques de Varsovia, y hace poco declaró que Cuba es una democracia perfecta. También fue el primero en mandar un telegrama de pésame a Corea del Norte. Y mi amigo Ignacio Walker estudia seriamente un proyecto de pacto con ellos. ¿En qué mundo estamos? Ellos deben existir, y tener plena libertad para proclamar sus cabezas de pescado, pero nosotros tenemos pleno derecho a réplica. Y a doblar la página del triste y confuso siglo XX. De una vez por todas.
La ausencia de crítica del pasado provoca el simplismo del presente y pone en peligro el futuro. Tenemos que ser un país moderno, inteligente, desarrollado, solidario, de cultura arraigada, libre de fantasmas. Hay otras alternativas, pero todas son peores, y muchas de ellas son francamente nefastas. 

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