Hombre soltero busca



Amaneceres
por Gustavo SantanderDiario El Mercurio, Martes 27 de Marzo de 2012  
http://blogs.elmercurio.com/ya/2012/03/27/amaneceres.asp



santander-copia.jpgA sus 38 años Pablo pensaba que la vida le había sonreído bastante: tenía un trabajo que le gustaba, había dejado atrás las carencias económicas de su juventud para disfrutar de una cierta holgura económica, se sentía enamorado de su mujer, con quien vivía hace algunos años en un bonito departamento en Palermo, y ahora ambos compartían la felicidad de convertirse en padres en tres meses más. Lo conocí en Santiago, hace casi cinco años, donde llegó para participar en unas reuniones, e hicimos buenas migas de inmediato. Trabajamos prácticamente en lo mismo y nos fuimos haciendo amigos sin darnos cuenta. Casi todos los años coincidimos, ya sea en Buenos Aires, en Santiago o en algún otro lado, la mayoría de las veces por temas laborales, juntas interminables que normalmente se extienden a lo largo del día y suelen acabar siendo muy densas y dejando exhaustos a los que participamos en ellas. Por eso cultivamos la sana costumbre de terminar el día comiendo en algún lugar relajado y alargando la noche compartiendo unos tragos y hablando de todo un poco.
Recién en esta semana nos volvimos a ver en Chile, donde trabajamos en un proyecto común. La empresa que nos contrata, en un acto generoso, nos invitó -a nosotros y otros personajes más- a un hotel en Santa Cruz para concentrarnos y discutir ciertos problemas a los que se estaban enfrentando. Lo pasé a buscar al aeropuerto y durante el trayecto fuimos poniéndonos al día con nuestras vidas. Me contó que él y Analía estaban fascinados con la idea de ser padres y que esta condición les había cambiado bastante la vida. Parecía que ahora todo giraba en función a la niña -habían decidido llamarla Isidora- que estaba por nacer y que si en algún momento sintieron algunos vacíos existenciales, estos meses de espera los fueron rellenando con una suave capa de felicidad. Las juntas terminaban el jueves y yo le propuse quedarnos un día más visitando a un amigo que es enólogo y maneja una viña en la zona. La idea le sonó muy bien y Analía lo apoyó alegremente, con la condición de que llevara de vuelta unas buenas botellas de carménère que guardaría para cuando pudiese volver a disfrutar de una copa. Y así fue, el viernes organizamos un almuerzo campestre en la misma viña, que fuimos amenizando con buen vino y grata conversación. Nos acompañaba la novia de mi amigo y una pareja más que se había unido. Ya entrada la noche volvimos al hotel para descansar y emprender el regreso a Santiago al mediodía siguiente.
"El destino no es un águila, sino que se arrastra como una rata", decía Elizabeth Bowen, y lo comprobaríamos en carne propia unas horas más tarde. A eso de las cuatro de la mañana Pablo me marca a la habitación para decirme que Analía ha tenido una hemorragia y la han llevado de urgencia a la clínica, que necesita irse de urgencia al aeropuerto para intentar tomar el primer vuelo. La angustia empapa cada palabra que dice. No sabe si la guagua está bien y quizás no quiere saberlo hasta no estar allá. Fue su madre quien lo llamó y le dio la noticia sin anestesia. Quince minutos después estamos en el auto rumbo a Santiago. Pablo está en silencio, apretando el celular en la mano, a la espera de cualquier noticia. Yo lo veo de rato en rato, sin hablarle, respetando su silencio, sus pensamientos. Soy malo para decir algo en estas situaciones. Sin embargo, es él quien rompe el silencio: "¿Qué mierda, no? Es increíble cómo la vida nos puede cambiar radicalmente en un minuto", me dice sin quitar la vista del horizonte, viendo cómo el amanecer despunta una vez más, indiferente, detrás de los cerros.
Twitter: @gustavsantander

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