Tesoros escondidos



Artículo correspondiente al número 316 (30 de diciembre del 2011 al 26 de enero del 2012)
De que en Chile hay lugares maravillosos, nadie lo duda. Las imágenes de distintos paisajes nacionales –como San Pedro de Atacama o las Torres del Paine- recorren el mundo y atraen a miles de turistas al año. Sin embargo, todavía quedan varios secretos. Bellezas que no han sido del todo descubiertas.

Estrecho de Magallanes
A casi cinco siglos de su descubrimiento, sigue siendo tierra de aventuras: faros que en cualquier momento pareciera que se los va a llevar el viento, barcos hundidos y ballenas. Muchas ballenas.
El Estrecho de Magallanes es una joya poco conocida, con una oferta para los viajeros que año a año se vuelve más y más interesante.
Desde Punta Arenas hacia el suroeste, siguiendo la Ruta 9 que empalma con el Fuerte Bulnes, comienza el camino que lleva al faro San Isidro. Para llegar hay que desviarse al poblado de San Juan y luego al río San Pedro, donde comienza una caminata de al menos una hora hasta llegar al faro. Claro que el trekking se puede evitar si se monta en el zodiac que tiene la hostería San Isidro, el único hotel de la zona. Por vía marítima son unos 20 minutos y en el trayecto aquí y allá saltan toninas.
Cabo San Isidro -bautizado así por Pedro de Sarmiento, en 1580– tiene dos hitos reconocibles: el faro y la hostería. Nada más, pero también nada menos.
Desde el faro, por ejemplo, se puede ir caminando hasta Cabo Froward, el punto exacto donde termina Chile continental; unos 25 km de terreno muy complicado a través de suelos blandos y rojizos llamados “turba”. Luego se pasa por playas desiertas y bosques de ñirres, coigües y lengas. Es el último desafío antes de llegar a Froward y su Cruz de los Mares (1987): un enorme monumento (20 m) que celebra el hito geográfico.
La luz del faro San Isidro se prendió por primera vez en 1904, como parte del plan que antes incluyó a otros faros como Evangelistas, Dungenes y Punta Delgada. Luego pasó al olvido, se deterioró, pero hace poco fue reconstruido y ahora se apronta a ser un museo de la zona. Sus dueños, también propietarios de la hostería San Isidro, han trabajado duramente para devolverle dignidad al Estrecho.
Con todo, uno de sus rincones más emblemáticos es una preciosa isla que está a más de cinco horas de viaje desde Punta Arenas. La prístina ínsula se ubica en el Parque Marino Francisco Coloane; el primero de Chile y también el más grande, ya que suma 67.000 hectáreas bien protegidas.
Carlos III es el lugar perfecto para observar ballenas yubartas o jorobadas que llegan desde el norte en primavera y se quedan hasta el otoño. Ahí hay un campamento de la empresa Whale Sound: cinco domos con cocina gourmet y ambiente muy chic.
Otro imperdible del Estrecho es navegar en el motovelero Chonos, capitaneado por Francisco Ayarza; mítico buzo y navegante, experto en naufragios.
El Chonos tiene 17 metros de eslora y acomodaciones para 10 personas y en él podrá sumarse a la tarea de buscar barcos de los siglos XVIII y XIX que naufragaron en el Estrecho. Entre ellos el Canton, vapor inglés hundido en 1894 en la bahía Snug; la barcaza francesa Garonne, que naufragó en Puerto Wood a fines de 1851, y el vapor alemán Arthesia, encallado en la punta Pasaje Bahía Isabel en 1892.
Como ve, el Estrecho no es tan estrecho. Al menos tiene muchísima historia.

Puerto Williams
Puerto Williams es el San Pedro Austral: un remoto pueblo que, rápidamente, se está transformando en el epicentro de un novísimo turismo a través de la Patagonia más austral.
Puerto Willliams está en la remota isla Navarino y una forma segura de llegar es vía Ushuaia, Argentina. Lo otro es montarse en algún vuelo de la aerolínea DAP desde Punta Arenas (www.aeroviasdap.cl). Y, por mar, la alternativa es el barco de Austral Broom que sale regularmente desde Punta Arenas en un largo viaje que tarda al menos 34 horas.
Pero vaya que vale la pena.
Ubicada sobre el paralelo 55º sur, en el archipiélago del Cabo de Hornos, bajo Tierra del Fuego, la extraordinaria biodiversidad de Puerto Williams le ha otorgado el estatus de Reserva de la Biosfera (Unesco), amén de ser uno de los 37 hot-spots más importantes del planeta.
Puerto Williams es un pequeño pueblo en el que hasta hace poco no vivían más de dos mil habitantes, establecidos ahí en la década de los 50.
Pero, tal como se dijo, arribar no es fácil. Llegar a Navarino es todo un desafío. La avioneta para 19 viajeros (cupos muy limitados) vuela sobre enormes montañas. Hay expectación entre los pasajeros cuando, entre las nubes, aparece Ushpashun: Puerto Williams, un lugar que ha ganado fama entre los trekkers de todo el mundo por sus salvajes rutas a lugares que parecen encantados, como los Dientes de Navarino.
Williams es un pueblo de dos pisos. En el superior están el comercio y las casas residenciales. En el de abajo la costanera, los barcos y la impresionante panorámica a la cordillera fueguina. De poniente a oriente se divisa la marina donde atracan los yates que llegan desde todo el mundo. Luego está el muelle peatonal que se adentra sobre una playa de piedras; a 2 kilómetros de ahí está Ukika, la villa donde vive Cristina, la última yagana de sangre pura.
Para conocer la historia de Williams hay que ir también al Museo Martín Gusinde. Muy cerca del centro está la proa de la escampavía Yelcho (monumento nacional), el barco que rescató a Shackleton y a los sobrevivientes del Endurance en 1916.
En Williams, en todo caso, no falta que hacer. Y sí o sí hay que visitar el Parque Etnobotánico Omora, en la Bahía del Róbalo.La Fundación Omora, integrada por universidades estadounidenses y chilenas, tiene la concesión de 400 hectáreas que dan el marco para estudios biológicos de alto nivel. Un sendero con guía -de 90 minutos– permite conocer el ecosistema local cuya sorpresa es un bosque en miniatura poblado por musgos y líquenes. Es un “Amazonas” enano. Frío y muy especial.
Dientes de Navarino es el otro gran atractivo al que sólo se accede gracias a un duro trekking de 3 o 4 días, siempre en medio de fuertes vientos y bajas temperaturas. ¿Puro masoquismo? Sin duda no, porque, la verdad, lo que aparece en todo momento es un Chile de profunda belleza.
¿Dónde quedarse? Punto estratégico para conocer Williams es el hotel Lakutaia, un extraordinario y remoto lodge donde todo está bien pensado para la aventura. Desde los cómodos cuartos hasta los sobrevuelos en helicóptero, pasando por los épicos viajes en la goleta S.V. Victory, que recorre en cuatro días los canales de la Cordillera Darwin; también parte de la llamada Ruta de los Glaciares, que contempla visitas a los glaciares Holanda, Italia, Alemania y Romanche. El tercer día es bastante exclusivo, pues la goleta es la única autorizada para internarse en el brazo suroeste del Canal Beagle.

Lago Budi y la costa de la Araucanía
85 km al oeste de Temuco se encuentra Puerto Saavedra, la capital costera de la Araucanía. Un lugar privilegiado por su prístina naturaleza; su bella costa y un mágico lago; el Budi, el lago salado más austral del mundo. Y, sin duda, uno de los más bellos del planetaEl viaje por la zona comienza en Puerto Saavedra: el pueblo-ciudad que cuenta con la mayor concentración de población mapuche en Chile. En la zona vive al menos un centenar de comunidades, muchas de las cuales mantienen su idioma y ancestrales costumbres.
Desde Puerto Saavedra se pueden emprender interesantes aventuras para conocer, en profundidad, la zona y su gente.
Un sendero conocido como Treng Treng permite acceder, tras unas cuatro horas de dura caminata, a La Boca del Budi; punto desde el cual se pueden ver al mismo tiempo el lago y el mar. En ocasiones, las aguas del lago suben y llegan hasta el mismo océano, haciendo aún más hermosa la vista.
El lago Budi es cuento aparte: hay muchos cisnes de cuello negro, selva virgen e incluso rarezas como los pescados que “roncan”, más clásicos como las bulliciosas bandurrias, garzas y taguas.
Senderos de Chile ha habilitado ahí un bien señalado trekking que permite acceder al corazón del cautivante lago. Se trata de una excursión que comienza en el embarcadero de Collileufu, desde
donde se parte en zodiac hacia la isla Llepu. Ahí existe un pequeño museo mapuche y está la posibilidad de comer platos típicos y, si le gustó el lugar, incluso alojar en una ruka.
Desde Llepu, el zodiac se dirige hacia Conejo, isla ideal para observar toda la belleza del sector gracias a su mirador que ofrece preciosas vistas panorámicas. Finalmente, el viaje concluye en isla Pilar, lugar no habitado y que está destinado a la conservación de antiquísimos árboles.
Un viaje, por cierto, inolvidable.

Cobquecura / Buchupureo
Cinco horas al sur de Santiago, en la costa más septentrional del Valle Central, existe un increíble lugar que recién se abre al turismo. Enigmáticas rocas y los papayos más australes del mundo son algunas de las sorpresas de este universo paralelo que, por siglos, permaneció aislado del mundo.El día es perfecto. Está despejado. El jardín del hotel La Joya del Mar es un auténtico paraíso. Copihues blancos reptan por los muros de piedra, intentando acariciar el sol que, plástico, dócil, parece una pelota de tenis sobre arcilla cobalto.
Chris Rieber, surfista y emprendedor, levantó a pulso este insólito lugar, en medio de la nada, que terminó convertido en uno de los hoteles boutiques más notables de Chile; tres “villas” o elegantes cabañas para dos, cuatro y seis personas. Cada una, con chimenea; y un área común con restaurante que sorprende por su novedosa carta de vinos y platos como la ensalada de jaiba remadora. Una exquisitez.
El hotel, claro, está en “Buchu”, Buchupureo. Y a no más de 10, 15 minutos de ahí está Cobquecura, un pueblo de cinco mil habitantes que recuerda la soledad de los pueblos altiplánicos de veinte años atrás.
Aún después del violento terremoto que remeció a la zona, casi no hay casa en Cobquecura que no tenga algo de piedra; el supermercado es de piedra, la comisaría es de piedra, todo es de piedra.
Cuando el gringo Chris llegó a Buchupureo -Chillán a la costa- sólo había vacas, gallinas y muchas lechugas creciendo a pasos de donde revientan las olas. Era la conjunción perfecta entre el campo bucólico y un bravo mar. Por lo mismo hoy quedan pocos sitios en venta. Y todos muy caros. La especulación es la música de fondo del desarrollo en esta región.
Se entiende: para los amantes del surf, las olas aquí son de nivel internacional. Especialmente la de Buchupureo -una ola perfecta, que corre de norte a sur sobre un banco de arena plomiza-, a la cual se accede por un sendero en un risco bien empinado. Lo mismo se repite en spots cercanos, que es lo que explica la proliferación de cabañas y hermosas casas design, como la de los Elton, una familia de arquitectos que levantó una hermosa villa sobre un imponente acantilado.
Cobquecura y Buchupureo, en todo caso, son sólo dos hitos en una enigmática costa que recién en los últimos años se conoce mejor.Yendo de norte a sur, una de las sorpresas es Trehualemu, una playa larga, solitaria y de arenas negras. Trehualemu es el hito para salirse de la ruta y enfilar hacia la Reserva Nacional Los Queules: un área protegida de menos de 150 ha con un bosque muy especial, siempre verde, con curiosas especies difíciles de ver en otros lugares. Entre ellas el hualo, el bollén y el propio queule, árbol de dura madera que fue devastado por los primeros colonos.
A sólo unas horas de ahí está Pullay, justo en el límite entre las regiones séptima y octava y cuya división natural son los Arcos de Calán, un gigantesco santuario de difícil acceso, absolutamente virgen, puro, intocado, signado por extrañas rocas y miles de lobos marinos y pájaros que viven muy lejos del hombre. Ir a Arcos de Calán debe ser lo más parecido a dar unos pasos cuando el Universo se originó.
Un rincón de Chile apenas explorado y que, desde hace unos años, se puede conocer gracias a la nueva y cómoda Carretera de los Conquistadores.

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