La belleza suspendida por AC




Normalmente estamos más conscientes
de las asperezas de la vida,
de sus dificultades y de sus desencuentros,
de la agresividad que eventualmente puede desatarse,
de la tragedia e incluso del horror
que de pronto puede desencadenarse.

Pero solemos olvidar 
una dimensión central de la vida: 
algo que tiene que ver con su esencia,
la que le da sentido a su misterio:
el que todo en la vida, en el fondo, es don, regalo.

Se es amado, por ejemplo,
no por mérito; sino por razones misteriosas,
por pura gratuidad, emoción y alegría
y uno pensaría casi que, porque sí.

Y no se requiere 
de condiciones especiales,
ni que todo tenga que estar 
cuidadosamente estructurado.

Como dijo por ahí Annette Funicello:
'Life does not have to be perfect to be wonderful.'

La vida puede ser maravillosa
sin que por ello tenga que ser también perfecta.

Lo más extraordinario 
puede aparecer de súbito,
y la belleza pareciera estar agazapada
esperando el momento más inesperado
para sorprendernos y maravillarnos.

La semana pasada, sin ir más lejos, 
estaba sentado en mi escritorio 
trabajando y leyendo
(la casa en que vivimos
desde hace un cuarto de siglo
con mi familia queda ubicado
en la vecindad del Monasterio
Benedictino de la Santísima Trinidad
de las Condes, en la ladera norte
del Cerro Los Piques en la comuna
de Las Condes, en las cercanías
de los contrafuertes 
de la precordillera de Santiago)

Algo, una sutil presencia, 
un pequeño ser sugió
de improviso detrás del
borde superior de la ventana 
y permanecía suspendido,
oscilando levemente,
movimiento que me distrajo
de lo que estaba haciendo y me hizo
levantar la vista y mirar para afuera.

Allí estaba,  
a no más de un par de metros,
un bellísimo picaflor 
con un brillo metálico;
reflejos iridiscentes
de un verde esmeralda brillante
y un conspicuo piquito de coral.

De corona y garganta azuladas,
vientre de un verde dorado; 
cola oscura,  
pico de tonos rojizo-rosáceos,
más oscuras hacia el extremo anterior.

Me percaté de que no se trataba
de uno de nuestros colibríes nativos.
Pero había que confirmarlo.

Partí corriendo a buscar
a mi hijo Benito, quien
lo identificó inmediatamente
como un picaflor común 
al otro lado de los Andes.

Se trataba de Chlorostilbon lucidus
(aunque todavía en muchas guías
y sitios en internet se le conoce
como Chlorostilbon aureoventris).

La raíz Chloro del nombre
refiere al color verde,
como la clorofila o el cloroplasto,
y stilbon corresponde al dios griego 
asociado a la 'estrella errante' 
(aster planetos) Hermaon, 
el planeta Mercurio.

Su nombre deriva del verbo griego
stilbô que significa "brillar".

Lucidus viene del nombre en latín
para los adjetivos: brillante, luminoso, claro.

Aureoventris, también del latín 
se traduce literalmente como vientre dorado.

Está claro que todo en sus nombres
aluden a la esplendorosa belleza
de este magnífico colibrí.

Todo lo anterior hizo más evidente 
el regalo absoluto que constituyó 
este notable avistamiento:
una nueva especie para Chile
efectuado desde el interior ('indoor'),
sin binoculares, sin salir de la casa,
una hermosa y ágil avecilla
que prácticamente vino a presentarse.

¿Cómo llegó hasta acá?

Distribuye desde el noreste de Brasil,
Uruguay, Bolivia, el norte y centro
de Argentina.

Es común verlo en Mendoza,
ciudad ubicada al otro lado
de la cordillera
a unos 360 km de Santiago.

Hasta ahora no se le había visto
en la vertiente occidental de los Andes,
lo que no implica necesariamente
que ejemplares errantes no hayan 
eventualmente llegado antes a Chile, 
y ni siquiera podemos estar seguros
que no haya sido reconocido por alguien.

Lo que podemos afirmar
es que no conocemos
hasta ahora registros
de esta especie en Chile,
lo que ha sido corroborado
por Álvaro Jaramillo
desde California,
autor de la guía de campo
de las Aves de Chile
con mayor divulgación
e influencia en Chile y el mundo.

Por sus conspicuas características,
si estuviera instalado desde hace 
algún tiempo acá, uno esperaría
que los avistadores locales
lo habrían reconocido a estas alturas.

Pero Chile es muy extenso
y de una geografía muy intrincada,
y aún no hay, no obstante el peregrinar
de un importante contingente
de 'birdwatchers' o 'birders' extranjeros,
informes de este picaflor 
por estos parajes.

Mientras escribo esto, 
me encuentro por casualidad 
con un artículo publicado 
en la revista Cotinga
publicado en 2007, 
en el que se informa
del descubrimiento 
de un ejemplar hembra 
de este picaflor avistado
en la reserva de la biosfera 
de Manu en Perú.

El lugar donde fue avistado
este ejemplar se encuentra 
a una gran distancia,  unos 780 km,
del sitio más cercano donde
también ha sido vista esta especie:
un parque natural en Cochabamba, Bolivia

Hay que notar que estos lugares mencionados
se encuentran en la vertiente oriental de los Andes,
por lo que el avistamiento de la semana pasada,
sería el primero que se informa y registra
ocurrido a este lado de la cordillera de los Andes.

Parece que habrá que publicar con Benito
un artículo en Cotinga, el primer paper
para este estudiante de biología de 20 años,
que en marzo vuelve a clases
para cursar su tercer año.

En la Universidad Andrés Bello
donde sigue sus estudios,
entró con un puntaje
que le permitió acogerse
al beneficio de beca completa
por toda la carrera.

Es mérito de Benito
haber mantenido 
con esfuerzo y sin contratiempos
el rendimiento exigido,
lo que exime a sus padres
de tener que financiar
(a excepción de la matrícula anual)
la carrera al cuarto hijo, el menor.

Como decía al principio:
todo ha sido puro regalo
que no queda más que agradecer.

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