El futuro llegó, y es viejo


El futuro llegó, y es viejo
por Leila Guerriero 
Diario El Mercurio, Revista Sábado 
31 de Diciembre de 2011

Son las ocho y media de la mañana del día del año del Señor en que murió Steve Jobs, el fundador de Apple, y yo estoy sentada en una sala del aeropuerto de Ciudad de México, mirando cómo la CNN no hace otra cosa que ocuparse, a lo largo de muy largos minutos, de la vida y la muerte de ese hombre al que nombra, sin ninguna originalidad y como debe estar haciéndolo a esas alturas todo el mundo, con palabras como visionario, genio y gurú. Los esforzados periodistas de la CNN entrevistan a usuarios de los inventos de Jobs a lo largo y ancho del globo y una chica coreana llora desconsoladamente, sacudiendo un iPod en un estuche fucsia, y repite: "Estoy muy triste, lo siento tanto. Te amo por esto, Steve, porque cambió nuestras vidas para siempre. Dios te bendiga". Primero me pregunté a qué dios se referiría la chica, siendo su oriente tan poco dado a expresiones de bendición occidental; después pensé que ese dios probablemente tuviera, para ella, la forma de una manzanita; y finalmente que nunca, como ahora, el futuro había sido tan viejo: que nunca, como ahora, nos sentimos tan confortablemente instalados en la idea de que hemos llegado a él. 

Seguramente no es sólo por eso, pero internet y el iPhone y el iPad y las redes sociales y etcétera han contribuido a esta idea al punto que, parece, terminamos por creer que esas tecnologías estarán con nosotros para siempre sin que nada, excepto variaciones de rapidez y gigabytes, cambie demasiado. Esa mañana en México pensé lo que es evidente: que habrá un momento en el que, por decir algo, internet será el equivalente a los viejos discos de vinilo, pero, sin embargo, vivimos convencidos de que nada -excepto leves variaciones del mismo cachivache- podrá superar esta genialidad de presente que supimos conseguir. Y me pregunté acerca de las consecuencias de una era que vive su presente de ese modo: como si fuera un futuro que se reproducirá a sí mismo al infinito. Y acerca de cuál es el lugar que ocupan, en una era así, tan autocomplacida, palabras como imaginación, como desafío, como ilusión, como utopía: palabras que detesto por manoseadas, por comunes, por apolilladas, pero que fueron tan útiles en cuestiones como la invención de la imprenta, el descubrimiento de la penicilina.
En julio de 2011 la arquitecta argentina Margarita Gutman publicó un libro llamado Buenos Aires, el poder de la anticipación, en el que intentaba responder a una pregunta: ¿cómo imaginaban los porteños, hace cien años, el futuro de su ciudad? Gutman metió las narices en revistas que existían hace un siglo, como El hogar o Caras y caretas, y concluyó que la imaginación de aquellos hombres había preanunciado casi todo lo que usamos hoy: en esas revistas se hablaba de televisión, de un mundo interconectado e inalámbrico, de tráfico aéreo, de autopistas de varios pisos, de rascacielos. Cuando nada de todo eso existía, aquel presente soñaba un futuro sofisticado que después devino en realidad. Hacia el final de una entrevista con el diario argentino Página/12, Gutman decía, citando al intelectual galés Raymond Williams, que "cada vez hay menos imaginación sobre el futuro y es necesario volver a instalarlo en la agenda del pensamiento". Hay épocas, parece, que son capaces de tener la conciencia -o la humildad- de que serán superadas por épocas posteriores. Y otras, como esta, que no, y entonces exudan el engreimiento de suponerse insuperables. 

Sentada en el aeropuerto de México me pregunté si, de vivir en estos años, George Orwell hubiera podido imaginar 1984, la novela que publicó en 1949 y que vino a hacerse realidad en el siglo XXI. Me pregunté si un mundo autocomplacido es, en definitiva, un mundo interesante. Me pregunté si, a pesar de las apariencias, no es esta la época más conservadora y carente de imaginación en muchos siglos a la redonda.

Todavía no inventamos nada para eliminar las canas. No hemos aprendido a viajar en el tiempo ni a curarnos el cáncer. Usamos una tecnología primitiva y lenta (los aviones) para cruzar el océano invirtiendo en eso una cantidad de horas impensable para cualquier otra actividad. No quiero ponerme demagógica, pero gracias a que todavía seguimos necesitando comer hay tanta gente que, cada día, en este mundo interconectado se muere de hambre. Y que pasa frío porque no hemos inventado un método mejor para protegernos del clima que encimarnos o desencimarnos ropa.
Pero el futuro ha llegado: tenemos iPads, tenemos Twitter. Qué bien, ¿no?

Leila Guerriero es periodista argentina y escribe en diversos medios internacionales.

2 comentarios:

  1. Esto me hace toin!!!!! Imagina que en cada amanecer aquellas cosas que soñamos toman vida, imagina el regocijo de los ángeles, que son testigos de las emociones y comparten junto a ti, la cristalización de todos esos anhelos.
    Bendiciones para este 2012, ultimo año nadie se enoja ;-)

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  2. Esto me hace toin!!!! Imagina que en cada amanecer aquellas cosas que soñamos toman vida, imagina el regocijo de los ángeles, que son testigos de las emociones y comparten junto a ti, la cristalización de todos esos anhelos.
    Bendiciones para este 2012, ultimo año nadie se enoja ;-)

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