Anteojos, ventanucos y ataúdes...‏




    De Jacques Derrida, el famoso filósofo francés
    nacido en Argelia, desarrollador de  la teoría crítica
    conocida como deconstrucción, trabajo que ha sido 
    posteriormente etiquetado como post-estructuralismo 
    y asociado con filosofía postmoderna 
    y que mereció en algún momento un ácido comentario 
    por parte del físico teórico estadounidense,
    premio Nobel de Física (al que tal vez 
    no estoy citando exactamente, pero esta es la idea): 
    «Derrida es peor en contexto, que fuera de él».

    Derrida entrevistó en 1997,  a Ornette Coleman, 
    un músico polifacético: saxofonista, violinista, 
    trompetista y compositor norteamericano 
    reconocido como uno de los mayores innovadores 
    del movimiento conocido como «free jazz» en los años sesenta.
    [Nuestro compañero de colegio 
    en el Saint George, el gran y entrañable Nacho Mena,
    lo acompañó, nada menos, como baterista de su banda
    en una gira por Europa en los años setenta
    y grabó un disco con él.]

    El timbre de Coleman es fácilmente reconocible: 
    su sonido es un grito y un lamento que extrae sus raíces 
    de la música de blues.  Su álbum Sound Grammar 
    obtuvo el premio Pulitzer de 2007 en mención música.

    A fines de junio y comienzos de julio del año 1997,
    se registraron las conversaciones de Derrida con Coleman
    antes y durante una serie de tres conciertos que este último dio 
    en La Villette, un museo y complejo para las artes de la representación, 
    el mundialmente reconocido Conservatorio de París.

    En un momento de dicha entrevista, publicada
    en Les Inrockuptibles (No. 115 Agosto 20- Septiembre 2, 1997)
    Derrida le pregunta a Coleman, qué es lo que hace con las palabras.
    Cuál es la relación entre la música que él hace y sus propias palabras
    o aquellas que la gente intenta imponerle a lo que él hace.
    El problema de elegir un título, por ejemplo, 
    para un determinado tema o composición, 
    cómo ve esto el compositor y músico.

    Coleman respondió con la siguiente historia:

    'Tuve una sobrina que falleció en febrero pasado (1997)
    y cuando fui al funeral y la vi en su ataúd,
    observé que alguien le había colocado sus anteojos.

    Posteriormente quise titular una de mis composiciones:
    She was sleeping, dead, wearing glasses in her coffin.  
    And then I changed the idea and called it 'Blind Date'
    [Ella estaba durmiendo, muerta, usando anteojos en su ataúd.
    Depués cambié de idea y le puse por título: 'Cita a Ciegas'.]

    Con esta historia recordé la primera vez que vi
    la cara de alguien muerto en el ventanuco de un ataúd.

    Se trata del primer amigo fallecido
    cuando éramos compañeros en el colegio:
    José Miguel García Montero.

    Nos habíamos hecho amigos conversando,
    aprovechando la circunstancias que nos
    tocó estar sentados en pupitres vecinos.

    Me llevó en varias ocasiones
    en la parrilla de su bicicleta,
    pedaleando duramente cuesta arriba
    las tres largas y soleadas cuadras de la calle Pocuro
    que separaban la avenida Pedro de Valdivia
    de su paralela, la avenida Los Leones
    en cuyo paradero más cercano
    tomaba la locomoción colectiva
    que me llevaba hasta mi casa.

    Y continuamos con la conversa hasta su último día.

    Por esas cosas de la vida,
    era de carácter más bien tranquilo
    -aunque en ocasiones afloraba su genio-,
    lo suspendieron de la clase de inglés
    de Mr. Salas y se tuvo que ir para la casa.

    Al terminar las clases de la tarde,
    cuando jugábamos una informal pichanga
    en los peladeros del sector poniente del colegio,
    apareció nuevamente y se quedó mirando
    el partido a un costado del arco. 

    Como yo las oficiaba de arquero,
    aprovechaba para continuar la conversa
    cada vez que la pelota estaba en campo rival.

    Esa es una característica maravillosa de la amistad,
    que casi no hay obstáculos para practicarla: 
    intercambiar puntos de vista o sentido del humor;
    opinar acerca de lo humano y lo divino
    casi en cualquier circunstancia, 
    incluso en medio de un partido
    entre uno de los jugadores y un espectador.

    Al día siguiente ya no estaba con nosotros.

    Cuando lo vi en la capilla del colegio,
    momentos antes del responso,
    muy pálido y sin sus característicos anteojos,
    bruscamente comprendí que el tono
    de nuestra conversación había cambiado...

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