Jesús, el desconcertante



Diario El Mercurio, Sábado 31 de Diciembre de 2011    
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/12/31/jesus-el-desconcertante.asp

Señor Director:
En la edición de "El Mercurio" de ayer 30 de diciembre, el señor Belisario Velasco se declaraba sumido en un gran desconcierto, producto de la visita del arzobispo de Santiago, monseñor Ricardo Ezzati, al ex párroco Fernando Karadima, agregando que no encontraba en los Evangelios alusiones a algún hecho que justificara tal actitud.
Al respecto, me permito sugerir algunos pasajes de los Evangelios que pueden ayudar a iluminar este episodio. Se trata, por ejemplo, de la cercanía manifestada por Jesús hacia los que sufren enfermedades o estaban endemoniados, como se advierte en Mc 1,32-34. También hay una especial atención hacia aquellas personas que eran sorprendidas en un grave pecado, el cual era interpretado no sólo como una falta moral sino también como un delito; es el caso de la mujer adúltera que iba a ser apedreada, según la norma de Lv 20,10, tal como se narra en Jn 8,2-11. Más aún, en una cena a la que Jesús fue invitado, llega a decirle a una pecadora pública que sus pecados quedan perdonados, ante la mirada atónita del dueño de casa que no comprendía cómo Jesús se dejaba tocar por una mujer de ese tipo. En otra ocasión, fue a compartir con el jefe de los publicanos de la ciudad de Jericó, Zaqueo (Lc 19,1-10), considerado un delincuente por sus contemporáneos, para expresar gráficamente que "el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10).
Ante esta manera de actuar de Jesús, no faltaron quienes se sintieron profundamente desconcertados. Fueron principalmente los fariseos y los escribas los que más denunciaban las imprudencias de Jesús, murmurando escandalizados: "Éste acoge a los pecadores y come con ellos". Incluso, al parecer, lo trataron de comilón y borracho, por ser amigo de publicanos y pecadores (Lc 7,34), toda gente considerada indigna por aquellos que se habían autoarrogado una superioridad moral sobre el resto del pueblo de Israel, como era el caso de los fariseos.
¿Qué responde Jesús a esta interpelación? Baste recordar las tres parábolas de la misericordia de Lc 15: el pastor que deja 99 ovejas para ir a buscar la que está perdida (Lc 15,4-7); la mujer que da vuelta su casa para encontrar la moneda (dracma) perdida (Lc 15,8-10); el reencuentro del hijo, que se farreó la herencia, con su padre que lo esperaba ansioso para abrazarlo y rescatarlo de su miseria (Lc 15,11-32). Todo esto, para decir que "habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión" (Lc 15,7).
La cercanía de Jesús hacia los enfermos, pobres, abandonados, débiles, pecadores y delincuentes fue un rasgo de su actuar en el mundo, no para exculparlos de su responsabilidad, cuando la tuvieran, ante Dios, la sociedad, las víctimas y ellos mismos, sino para rescatarlos de las redes de su propia miseria. Esto es lo que desconcierta, pues el amor de Dios es gratuito, es sanador, es redentor, y ese amor se hace manifiesto en la misericordia que Jesús muestra a quienes la necesitan para liberarlos, incluso, del propio mal que puedan haber cometido. Lo que desconcierta es que Jesús encarnó y vivió la misericordia como estilo de vida, porque con la misericordia se restituye la imagen humana desfigurada por la pobreza, el dolor, la enfermedad, el abandono, el pecado y el delito.
Fernando Ramos
Presbítero

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