Dios, entre piojos y pulgas



por Joaquín García-Huidobro

Diario El Mercurio, domingo 25 de diciembre de 2011
 
Cuando los cristianos llevan 20 siglos celebrando la Navidad, es posible que al final ni sepan lo que conmemoran. Un experimento mental puede ayudar a tener presente qué significa eso de que Dios se haya hecho hombre. Imaginemos que nos acercamos a Moisés, que viene bajando del Monte Sinaí. Su rostro todavía está radiante por el éxtasis, y en nuestros oídos queda el eco de los truenos que anunciaban la presencia divina. ¿Qué pasaría si le dijéramos, sin más explicaciones, que, dentro de unos siglos, en un oscuro pueblito de la Tierra prometida, Dios, ese mismo Dios que los ha sacado con mano poderosa de la esclavitud de Egipto, va a tomar un cuerpo como el nuestro?

Muchas cosas podría hacer Moisés ante una afirmación semejante, pero hay una que hará de todas maneras: ordenar nuestro castigo por el grave delito de blasfemia.

¿Significaría eso que Moisés no nos ha entendido, y que nos condena a muerte por un error? No, en ningún caso. Su reacción ante la sola idea de que Dios se pueda hacer hombre prueba que ha comprendido perfectamente de qué se trata. Los que no hemos entendido somos, más bien, nosotros, que procedemos con total naturalidad ante una afirmación semejante, y decimos "Dios se hizo hombre" como quien dice "está nublado".

Otro tanto sucede con la negativa reacción de los fariseos ante Jesús. Ellos entienden que ese hombre no se está presentando como un Sócrates o un Isaías, sino como Dios, lo que les resulta inaceptable. Karl Adam ha destacado cómo quien desfallece ante la paradoja del Dios eterno hecho carpintero judío, y se echa atrás, "puede estar más cerca de la fe viva que otro que lo admite tranquilamente y repite su credo con completa indiferencia".

El gran peligro del cristianismo es la trivialización de Dios, transformarlo en un abuelito bonachón, y pensar que somos tan importantes, que, obviamente, Él tiene que venir a habitar con nosotros. Los cristianos estamos expuestos al riesgo de acostumbrarnos a lo más grande.

Así, para defendernos de la provocación de la Navidad adornamos nuestros pesebres con magos elegantes, vestidos a la usanza del Renacimiento italiano, con pastores limpísimos, y con una cuna grata e iluminada. Todo eso está muy bien, siempre que no olvidemos que las cosas fueron menos estéticas.

Cualquiera que haya pasado una hora en un establo sabrá que huele mal, que las pulgas abundan, y que está lleno de moscas. Si hay un burro y un buey, uno se asegura un poco de calefacción, pero eso incluye algunos costos: un buey defeca unos 45 kilos diarios. El burro es más modesto.

La idea de que un hombre que, al mismo tiempo, es Dios necesite pañales, y que haya que lavarlos varias veces al día, parece una enorme falta de respeto. No nos puede extrañar, entonces, que venga Mahoma (y otros como él) a "poner las cosas en orden"; es decir, a restablecer la majestad divina, amenazada por las irrespetuosas afirmaciones del dogma cristiano.

El suyo es un Dios tronante, que está lejos de los avatares humanos, y que gusta de las guerras santas contra los infieles. Un Dios así no anda metido entre piojos, pulgas y otros animales, jamás se le ocurre venir a nacer en un establo; tampoco perdona mujeres adúlteras ni bebe vino con sus amigos; no llora ni se queda dormido. Al Dios de Mahoma nadie le falta el respeto.

También la Ilustración nos propone un Dios pulcro y lejano. Un Dios que no se mezcla con los hombres, y que está tan lejos de ellos, que no tiene relación con lo que sucede en este mundo ingrato. Sus grandes pensadores, como Hegel, se han dado el trabajo de presentar un cristianismo aceptable; es decir, sin dogmas ni misterios, lo que es tanto como hacer un cristianismo soporífero, privado de todo encanto.

El islam y la Ilustración son dos ejemplos del escándalo que suscita el misterio de la Navidad. Constituyen una comprensible rebelión contra la locura que los cristianos celebramos este día. Ambos niegan la Trinidad y la Encarnación, sacan de nuestro horizonte el misterio, y evitan cualquier cosa que no calce con los esquemas humanos.
Algunos piensan que resulta difícil creer, porque Dios se muestra muy poco. En el cristianismo ocurre exactamente lo contrario: a mucha gente le resulta imposible aceptar la sola posibilidad de un Dios tan cercano, les parece insostenible que Dios se haya hecho hombre para pasar sus primeros días de vida en condiciones tan deplorables.
La Navidad es eso, la maravilla de un Dios que revienta nuestros esquemas. Un Dios al que, siguiendo el ejemplo del Rey David, los cristianos le cantan y le bailan. Tratan a Dios de la manera en que lo hacía Moisés, que hablaba con Él como un hombre habla con su amigo.

1 comentario:

  1. encuentro una verdadera estupidez este reportaje peor como los seres humanos hablan por que tiene boca el escribe por que tiene mano......y como dijo nuestro maestro Jesus: perdónalos no saben lo que hacen....

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