¡Silencio, por favor!

Francisco José Covarrubias


Pocas cosas hay más contraproducentes que los empresarios hablando en contra de las alzas de impuestos. Esta semana, el presidente de la Sofofa, las semanas pasadas el presidente de la CPC, y en los últimos meses varios connotados empresarios de la plaza, han salido a advertir lo inconveniente de subir los tributos. "No es el momento". "No es necesario". "No es adecuado". "Es riesgoso". "No se justifica", son algunas de las frases más repetidas.
Algunos han sido más prudentes, y han pasado de opinar. Otros han sido "más hábiles", y han salido a apoyar.
Lo que deben tener claro los gremios empresariales es que al anunciar que vienen las siete plagas de Egipto si se suben los impuestos, no sólo no logran el objetivo de advertir o "atemorizar", sino que consiguen precisamente lo contrario: aparecer ante la opinión pública como obstruccionistas, insensibles y egoístas.
Como grupo de interés tienen derecho a tener opinión, pero deben ser más inteligentes para expresarla. Como gente que le interesa el bien del país también tienen derecho a tener opinión, pero es mejor omitirla, por el conflicto de interés existente.
Pero hay una cosa clara: a los empresarios no hay que darles explicaciones de para qué se quieren subir los impuestos, como han pedido algunos. Las reglas son las reglas, y el que quiera jugar que juegue. Ahora, es obvio que mientras más estables son las reglas, habrá más empresarios, y eso será mejor para el país.
El fondo, sin embargo, es otro. ¿Le conviene al país subir los impuestos? La izquierda suele tener la ilusión de que la cosa es tan fácil como subir y subir. No saben que los impuestos son como la bufanda. Bien puesta, protege. Mal puesta, ahorca.
Europa es el mejor ejemplo. Los países que terminaron destruidos fue en gran parte por la mochila tributaria. Altos impuestos a las personas, altos impuestos a las empresas, impuestos adicionales implícitos (como leyes laborales ultra rígidas) llevaron a esos países a matar la inversión.
Si todo fuera tan fácil como subir impuestos, entonces hagámoslo. Lamentablemente no es así.
Mayores impuestos pueden terminar aumentando la pobreza y la desigualdad, al reducir la inversión, el empleo y el crecimiento económico. Eso no es una amenaza. Ha sido mostrado y demostrado una y otra vez.
Pero hay una segunda pregunta, que ha estado completamente ausente: ¿hasta dónde es justo que el Estado capture parte de las ganancias de sus ciudadanos? Porque en la práctica eso es. "Sacar una gallina, mi gallinero", decía un intelectual en la Edad Media.
En general, todas las sociedades han aceptado que las personas contribuyan de forma proporcional. En la mayor parte también, han aceptado que ello sea en forma progresiva; es decir, que quienes ganen más aporten con un porcentaje mayor. Pero la discusión de cuál es el nivel de carga legítima de cada persona ha estado ausente. Irónicamente, Oscar Wilde decía que los solteros ricos deberían pagar más impuestos, ya que no es justo que sean más felices que el resto... Implícitamente ésa es también la discusión de fondo.
"El problema de abrir la discusión tributaria es que anda mucho demente dando vuelta", me dice un amigo. Y en parte es cierto. Cuando el resultado puede ser peor de lo que hay, entonces mejor no hacer nada.
Pero es evidente que el escenario puede ser mejor que el actual. Por de pronto, se ha dicho mil veces lo conveniente de bajar la brecha entre el impuesto a las personas (bajándolo) y el de las empresas (subiéndolo) para acercarse a un impuesto plano. Eliminar exenciones, rentas presuntas, franquicias innecesarias, también es parte de lo que se debería cambiar.
¿Es justo y conveniente que los empresarios paguen más? Es discutible. Pero ciertamente no son ni los propios empresarios ni sus gremios quienes deban -ni les convenga- decirlo. En este caso su silencio es oro.

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