Los chilenos y la muerte


En otras épocas este fatalismo crónico nuestro solía hacerse acompañar
de un sentido pesar. Ahora, no, eso es lo raro.
por Alfredo Jocelyn-Holt - Diario La Tercera 05/11/2011
http://www.latercera.com/noticia/opinion/ideas-y-debates/2011/11/895-403191-9-los-chilenos-y-la-muerte.shtml


No sé lo que le pareció a usted, pero yo encontré chocante los 22
muertos en accidentes de tránsito este fin de semana largo. Y eso que
su incidencia se podría haber predicho, lo que de por sí ya nos está
diciendo mucho. Son dos mil las víctimas de este tipo cada año. ¿Pero
qué exactamente nos está diciendo tamaño infortunio?

Cuesta entenderlo. Uno abre el periódico y se nos informa que "el
coronel Ricardo Cartagena, de la Prefectura de Carretera y Tránsito,
señaló que la institución se encuentra satisfecha con una baja
considerable de fallecidos respecto de esta misma fecha el año pasado,
considerando que en 2010, 26 personas fallecieron en tres días". Uno
lee la noticia y se queda gélido ante semejante frialdad contable.

Supongo que debe parecernos también la cosa más natural del mundo que
los accidentes de tránsito sean la primera causa de muerte de jóvenes
de entre 18 y 35 años en el país. O, tratándose de muertes violentas,
que siempre sean más las víctimas hombres que las mujeres (cuatro
veces más en accidentes de tránsito, siete más en casos de suicidio,
ocho más en ahogamientos). No así en lo que respecta al ítem "Caída No
Especificada", categoría fatal de terrible, única situación en que la
cifra se pega una vuelta mortal de carnero; según el INE, entre 1997 y
2003, 280 mujeres murieron de esta forma versus 176 hombres. Apostaría
que se trata de escenarios de violencia familiar (¿a empujones?) en
que la víctima suele ser mujer; ¿también la cosa más natural del
mundo?

A lo que voy es que hay patrones sociales y culturales detrás de actos
de violencia. Cierto tipo de gente (jóvenes, mujeres y pobres) es más
propensa corre un mayor riesgo de que se la vuelva víctima. Y si esto
nos parece la cosa más predecible, es porque le atribuimos a dicho
cuadro social una inevitabilidad poco menos que irremediable. De ahí
la sensación de doble fatalidad que suele acompañar a estas muertes
trágicas. No sólo fallecen. A menudo se tiene la extraña sensación
déjà vu que se podría haber adivinado ya antes que iban a morir y de
esa específica manera. Lo llamativo no es que ocurran hechos y
frecuencias de este tipo sino, como decía Carabineros, que los números
bajen un "poquito" de un año a otro. Esa es la "noticia" ("hombre
muerde a perro") que cabe reportear, lo otro pura normalidad. No hay
nada más normal que morirse. En México, Salvador o Colombia por
homicidio, y en Chile porque lo atropellan, lo chocan, también lo
matan a uno ("perro muerde a hombre" ergo no es noticia).

En casos análogos en otras épocas (cuando la mortalidad infantil era
altísima o en casos de desgracia natural) este fatalismo crónico
nuestro solía hacerse acompañar de un sentido pesar, casi
remordimiento por no haber muerto. El mundo sobreviviente ofrecía un
homenaje algo culposo a quienes morían, de ahí el culto popular al
"angelito" y la devoción cada 1 de noviembre. Pero ahora no, eso es lo
raro, lo que me chocó. Individualmente a cada muerto seguro que se le
lloró, pero en tanto sociedad, los enterramos uno a uno, a los 22,
bajo un guarismo una pizca mejor este año. ¿Cómo para celebrarlo? ¿Les
tocó a los que debía tocarles? Aunque siempre hemos sido fatalistas,
nos estamos volviendo insensibles.

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