No es una mirada neutral...
Se necesita una compleja mezcla de crudeza
y crueldad para filmar de esta manera...
...En el corazón de Chile hay una llaga oscura
que lo tironea hacia el fondo de la noche...»
por Ascanio Cavallo
Diario El Mercurio, El Sábado, 26/11/2011
http://diario.elmercurio.com/2011/11/26/el_sabado/cine/noticias/ED640A25-BBF0-4BF1-9E58-19AD62C59A7C.htm?id={ED640A25-BBF0-4BF1-9E58-19AD62C59A7C}
"Yo soy el tipo más honesto que pisa la tierra". Con esa inmensa
declaración inicia su testimonio el protagonista de esta película,
Jorgelino Vergara Bravo, un cincuentón que ha tomado la decisión de
hablar sobre los muchos crímenes "sin escrúpulos" de los que fue
testigo.
A eso de los 16 o 17 años, Jorgelino fue contratado por la DINA y
enviado al cuartel de calle Simón Bolívar ("Brigada Lautaro") para
cumplir tareas menores, como servir café durante las sesiones de
tortura, dar almuerzo a sujetos flagelados o cargar el cuerpo de algún
prisionero asesinado hasta el camión que lo llevaría a la Escuela de
Paracaidistas de Peldehue y luego al helicóptero que lo arrojaría al
mar. Funciones auxiliares, domésticas, que cuesta imaginar en un
centro de torturas. Pero así era la DINA. Una máquina que presumía de
su eficiencia, en parte porque nunca pudo presumir de su inteligencia.
De Simón Bolívar no salió ningún detenido vivo. "Un cuartel de
exterminio", le confirma Jorgelino al abogado Nelson Caucoto. Por
ejemplo, el dirigente Víctor Díaz López; o la militante Reinalda
Pereira; o el dirigente Fernando Ortiz. Todos comunistas. Muertos a
palos, colgados o con largas horas de tormentos.
Pero Jorgelino es menos transparente de lo que parece. Vive solo en el
campo, se alimenta de caza menor, se entrena con linchacos y parece
visible que tuvo alguna formación militar. Sus vecinos creen que es un
charlatán. Su hermano revela que comenzó a trabajar a los 14, como
mozo de Manuel Contreras, que pasó a la DINA y a la CNI y que ahora
tiene "algunas lagunas". Dejó a su familia y ahora, sin trabajo, medio
"sumergido", vaga entre el campo y la ciudad. A Caucoto lo visita para
explorar una posible indemnización del Estado, porque siente que fue
utilizado.
Jorgelino es opaco. El velo que impide confiar totalmente en sus
dichos sugiere un daño profundo, pero no es posible saber si su sesgo
sicótico es el efecto o la causa de su experiencia en la DINA. No hay
que ser médico para saber que muchos de los hombres que pasaron por
ese organismo debieron tener fuertes desajustes de conciencia.
Hay en la película uno que no lo parece: el coronel Juan Morales
Salgado, condenado por el crimen del general Prats y jefe del cuartel
de Simón Bolívar. Morales no huye, no se oculta, no se disculpa, no
cree haber sido un "servidor de Chile" y hasta se toma con cierto
humor su inminente caída en prisión ("yo voy a estudiar
penitenciaría"). Es un duro. Un militarote con una conciencia amarga
de la condición humana. Es el otro gran personaje de El mocito.
Marcela Said y Jean de Certeau llevan adelante este documental con una
frialdad entomológica. Apenas usan música (sólo unos espléndidos
pasajes de Jorge Arriagada), encuadran a distancia, estudian a
Jorgelino contra su paisaje de desolación. No es una mirada neutral:
de la película, Jorgelino emerge como el sobreviviente de una época y
unas instituciones desquiciadas. Se necesita una compleja mezcla de
crudeza y crueldad para filmar de esta manera.
Pero si alguien duda todavía de que en el corazón de Chile hay una
llaga oscura que lo tironea hacia el fondo de la noche, no tiene más
que asomarse a esta ventana doméstica de la DINA.
EL MOCITO
Dirección: Marcela Said y Jean de Certeau. 70 minutos.
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