por Jorge Edwards
Diario La Segunda, Viernes 04 de Noviembre de 2011
Diario La Segunda, Viernes 04 de Noviembre de 2011
http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2011/11/04/caligrafias.asp
Parecía que el euro había ganado su batalla por puntos, pero el primer ministro Papandreou anunció que sometería a referéndum el paquete de rescate a Grecia y todo quedó en veremos. No sé si un jefe político puede hacer una consulta cuando está seguro de que le van a contestar que no. La pregunta de Papandreou habría sido la pregunta del siglo, con respuesta más que previsible, y muchas cosas habrían podido complicarse todavía más después de ella. La razón, sin embargo, aquello que podríamos llamar razón europea, franco-alemana, cartesiana, parece que ha terminado por imponerse. Esto es, no habrá referéndum, después de un cambio de rumbo efectuado en cuestión de horas, y la sangre no llegará al río, al menos por el momento.
A mí me vino a la memoria el tema del retiro de los misiles balísticos de Cuba por Nikita Kruschev, durante la famosa crisis de 1962. La actual crisis europea, en el terreno de las finanzas, es comparable a la otra en el plano militar. Dicen que una delegación del Partido Comunista chileno, de visita en Moscú, le hizo la siguiente pregunta delicada al secretario general Kruschev: ¿Por qué no consultó a Fidel Castro antes de ordenar el retiro? La respuesta de Nikita fue clásica: ¿Y si Fidel hubiera contestado que no? En otras palabras, cuando la respuesta negativa crea una situación imposible, es preferible no formular la pregunta. Fue una idea que los actuales gobernantes griegos terminaron por adoptar entre gallos y medianoche. Uno se podría preguntar si salió a flote la antigua sabiduría política, la de Aristóteles, sin ir mucho más lejos. Como todo parecía llevar a un callejón sin salida, consideré recomendable cambiar de tema, al menos antes del desenlace final. He asistido hace poco a discusiones sobre el libro digital, el libro leído en una pantalla, y me encuentro en el correo con el catálogo de una subasta que se llevó a cabo en el hotel Drouot-Richeliue, en la sala dos, a las 13 horas del miércoles pasado. Hubo libros antiguos y modernos, manuscritos variados, cartas que se subastaron bajo el título general de caligrafías. Pues bien, frente al libro digital que nos invade, me gustaría mucho conservar el goce de las caligrafías, pero hasta eso tiende a perderse. ¿Quién, en los tiempos del correo electrónico, escribe cartas a tinta? Yo lo hago de vez en cuando, por humor, quizá por romanticismo, y no he tenido ocasión de arrepentirme. Aquí ya no hablo de una tragedia griega que no llegó a su culminación. Hablo de cosas mucho más pequeñas, pero que no carecen de simbolismo. Entre los objetos ofrecidos en la subasta hay un paquete de cigarrillos de propiedad de Roland Topor, dibujante, autor de tiras cómicas, dedicado a un amigo. Sé que Alejandro Jodorowsky fue amigo suyo durante años, pero no sé si le dedicaron el paquete de cigarrillos marca Muratti Ambassador. Topor, nacido en 1938, murió en 1997. El paquete que figura en el catálogo de los comisarios Kahn-Dumousset lleva ilustraciones de champiñones de diferentes tipos, de una cara, de cigarrillos de diversas marcas, de los pulmones corroídos de un fumador. Me imagino que fue dedicado a otro fumador, es decir, que la dedicatoria fue un acto de humor negro.
Hay otro objeto que me parece interesante. Se trata de una carta de Guillaume Wilhelm Albert Wlodzimierz Apolinary de Waz-Kostrowicki, más conocido en la gran poesía del siglo XX como Guillaume Apollinaire. La carta está dirigida a otro escritor no francés de origen, pero también asimilado a la literatura francesa: Blaise Cendrars. Son dos grandes de las primeras décadas del siglo XX, dos extravagantes, dos originales. Ambos tuvieron una relación, por lo menos ocasional, con Chile. Apollinaire, herido en al cráneo en la guerra del 14, trepanado al cloroformo, fue amigo de Vicente Huidobro. Se sabe que estuvo de visita en la casa de Huidobro, en el barrio de Monmartre, a poco tiempo de terminar la guerra, y que asistió con la cabeza vendada y en compañía de su mujer, una señora gorda, de gruesas perlas en el escote. Por su lado, Blaise Cendrars, prosista y poeta, conoció bien a Salvador Reyes. No sé si alguien se acuerda de Huidobro: de Salvador Reyes ya no se acuerda casi nadie. Había un pequeño museo suyo en un rincón del Cap Ducal de Viña del Mar, pero temo que lo haya barrido el viento.
La carta de Apollinaire a Cendrars le da cita para encontrarse a las 7 y cuarto de la tarde en el café de la place Blanche. El primero que llegue, dice, esperará al otro hasta las 7 y media, ni un minuto más ni un minuto menos. Mi mano amiga, termina el poeta de Caligramas, y estampa su firma. Puedo agregar que ese café de la place Blanche de Montmartre es uno de los lugares legendarios de la poesía moderna. Ahí se instalaba André Breton todas las tardes, en los años mejores del surrealismo, y ahí dio a conocer sus grandes teorías, sus poemas, sus ideas sobre la escritura automática, la memoria profunda, las relaciones entre los sueños y la escritura. Elisa, su viuda, nacida en Chile, me dijo una vez que a Breton no le gustaba nada viajar. Se sentaba en un sillón, en el centro de su pequeño departamento, miraba los cuadros y los objetos colocados en las paredes, máscaras de Gabón, estatuillas de la Polinesia, y viajaba con la imaginación. Después partía al café de la place Blanche y se sentaba en la misma mesa y en la misma silla. El grupo que siempre lo rodeaba era de una fidelidad absoluta al maestro. Bebía sus palabras como si fueran un maná divino. Cuando alguien flaqueaba, la condena del maestro caía como un rayo del cielo. No había perdón divino ni humano.
Elisa me contó que había conocido a Breton en un boliche francés de Nueva York. Ella estaba en compañía de una amiga. En la mesa del lado conversaban André Breton y Marcel Duchamp. La caligrafía de Apollinaire es interesante, voluntariosa, y está un poco desteñida. Como los libros digitales son puramente virtuales, no pueden desteñirse. Me parece una limitación grave de esos libros. El último objeto que me atrevo a mencionar es un texto manuscrito, de cinco páginas en octavo, escrito con tinta negra y firmado por Pierre Mac Orlan, otro personaje de los tiempos de Salvador Reyes. Es un artículo pedido a Mac Orlan y que narra un encuentro suyo con Apollinaire el año 1900. Dice que Guillaume Apollinaire era una embarcación de alto bordo y de velas más líricas que latinas. Se agrega, explican los subastadores, una bella fotografía en la que aparece Mac Orlan tocando el acordeón. Compruebo que me quedé atrapado en el siglo XX, pero en el hotel Drouot-Richelieu también había manuscritos del siglo XVII relacionados con un frondista y conspirador connotado, el cardenal de Retz. Sólo la afición a la caligrafía permite conocer estas cosas. A lo mejor el euro podría salvarse si se las tomara un poco más en cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS