José Miguel Varas
por Mauricio Electorat
Diario El Mercurio, Revista de Libros
Domingo 2 de Octubre de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/10/02/al_revista_de_libros/revista_de_libros/noticias/DC20B8EF-846C-44D2-9416-9E48343D17FE.htm?id={DC20B8EF-846C-44D2-9416-9E48343D17FE}
Se dice que, ante todo, un escritor es el lenguaje que se inventa.
Pues bien, el de Varas es un lenguaje en el que resuena la lengua
hablada de Chile, en sus más diversos registros. En sus relatos habla
el gerente y el portero, el periodista y la prostituta, la burguesa y
la costurera.
Año movido éste, de grandes pérdidas y "grandes desapariciones".
Primero, Gonzalo Rojas. Después, Raúl Ruiz. Y ahora, discretamente,
como sin querer molestar, José Miguel Varas nos dice adiós. Rojas,
Ruiz, Varas eran, cada uno a su manera, tres exponentes de lo mejor de
Chile, lo que permanece y de alguna manera nos constituye como nación:
su cultura. Se me dirá el paisaje, las luchas sociales, las
revoluciones y contrarrevoluciones, la Historia, sí pero al final, si
tuviéramos que rescatar algo que permanezca de este país "que roe la
más fragante hoja del atlas" como escribió Breton, nos quedaríamos con
los poemas de Gonzalo, con las sorprendentes y divertidas películas de
Raúl y, por supuesto, con los cuentos y novelas de José Miguel. Digo,
si tuviésemos que rescatar lo rescatable, porque, claro, habrá también
quien se incline por la empanada o la chica en cacho, pero,
sinceramente, me temo que en materia culinaria, como en otras, somos
más bien discretos. En cambio, en un país que no tiene un gran espesor
cultural -no somos México, ni Brasil, ni Argentina- surge de pronto un
Raúl Ruiz, un Roberto Matta, un Gonzalo Rojas, que hacen un arte
nuevo, una pintura, un cine, una poesía que nunca nadie había hecho
antes. Originales, iconoclastas, cultos, cosmopolitas. José Miguel
Varas pertenece de pleno derecho a este tipo de creadores, chilenos y
universales.
Alguna vez, Varas dijo que quería hacer una literatura accesible. Con
esto estaba diciendo que no postulaba al papel de escritor central al
que aspiraban la mayoría de los escritores latinoamericanos de su
generación. Ser escritor en el Santiago, en la Lima, en el Buenos
Aires de mediados del siglo XX, cuando Varas comienza a publicar, era
un oficio que no daba dinero, pero sí prestigio. La aureola de los
grandes escritores del siglo XIX aún permanecía anclada en nuestra
cultura: se escribía para ser tan influyente como Goethe, Flaubert o
Dickens. De hecho, los modelos de escritor vigentes para la llamada
generación del 50 eran Sartre, Moravia, Hemingway, Thomas Mann. Puede
que los escritores no influyeran en el curso de las cosas, pero sí nos
ayudaban a pensarlas o a imaginarlas. Se escribía, pues, con la
aspiración (secreta o no) de transformarse en el Sartre del Perú, como
el joven Vargas Llosa, o en el Balzac de México, como Carlos Fuentes.
A esa idea del escritor "central" renuncia deliberadamente José Miguel
Varas. Y esto se nota, en primer lugar, en su lenguaje. Se dice que,
ante todo, un escritor es el lenguaje que se inventa. Pues bien, el de
Varas es un lenguaje en el que resuena la lengua hablada de Chile, en
sus más diversos registros. En sus relatos habla el gerente y el
portero, el periodista y la prostituta, la burguesa y la costurera,
pero también "hablan" los locutores, la publicidad y las canciones de
la radio, los diarios y hasta los fonemas. José Miguel Varas no quiere
ser un escritor central; es decir, no quiere fabricarse una lengua
alejada de la lengua de su gente. Y con esto entran las voces de
todos, abre su prosa a las diversas "palabras" que constituyen una
comunidad de hablantes. Decía Mijaíl Bajtín que la novela moderna es
polifónica, plurilingüe y plurivocal, acoge toda la enorme diversidad
del habla de una comunidad. En Chile, nadie ha hecho eso como Varas.
Sus cuentos tienen el realismo directo y penetrante de Chéjov y un
sentido del humor único, chilenísimo, dado en buena medida por el
habla de sus personajes. Pero también sabe crear atmósferas algo
barrocas, casi fantásticas, como en El correo de Bagdad , una novela
extrañamente innovadora, que no ha sido valorada, ni por los lectores
ni por la crítica, en su justa medida: como una obra excepcional. Como
es excepcional Milico , su última novela.
Esta opción de Varas por la cultura de la calle lo acerca más a
Nicanor Parra que a Neruda y a ciertos escritores que navegan como él
en las aguas de la contracultura, como Manuel Puig y, curiosamente,
Cabrera Infante. Curiosamente porque Varas fue comunista y Cabrera,
anti. Pero, sobre todo, son escritores de lo oral, carnavalesco,
urbano, polifónico. Por último, tras el humor y la fiesta de las
palabras de unos y otros, hay en Varas, como en todo gran escritor,
una mirada moral, como la que tenía Leonardo Sciascia, con el que
guarda más de una semejanza, como la historia de la Italia
contemporánea guarda más de una semejanza con la de Chile. Se ha ido
uno de los grandes... diría, de los más grandes.
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