La alegría sin matices y la inminencia de un desastre...‏



Diversiones horrorosas
por Leonardo Sanhueza
Columna 'Tinta China'
Diario Las Últimas, martes 25 de octubre de 2011

Hace unos días, un sangriento ajuste de cuentas
en los juegos Mampato hizo emerger 
la palabra "horror" en todos los noticiarios.

A cada rato ocurren cobranzas de ese tipo,
pero rara vez salen de la periferia
para llegar a los titulares y cuando lo hacen, 
las descripciones son muy moderadas.

El horror está reservado
para situaciones extremas,
matanzas de inocentes,
tiroteos de sicópatas,
muertes horrendas.

Sin embargo, algo había
en el crimen del Mampato
que, más allá 
del pánico desatado
entre los concurrentes,
le daba al hecho noticioso
un tinte extrañamente dramático,
desproporcionado y alarmista.

Una balacera en un parque de diversiones
no sólo da escalofríos por la posibilidad
de que una bala loca alcance a un niño,
sino que además produce
una reacción sicológica profunda.

Por alguna razón que ignoro,
los parques de diversiones
exudan la inminencia de un desastre.

Como los payasos,
esos lugares tienen
un reverso terrorífico,
quizás porque son
la representación
de la alegría sin matices,
de la diversión llevada
a sus lindes con la locura.

Son escenarios que sirven igualmente
para películas sobre la adolescencia inocente
y para thrillers de sicópatas o máquinas malignas.

Algo parecido les pasa a las iglesias
y a ciertos claustros esclesiásticos,
cuya paz extrema y beatífica
evoca también presencias
diabólicas y exorcismos.

Todos sienten que algo malo
puede pasar de un momento a otro,
un descarrilamiento en el trencito,
un paro cardiaco en el Palacio de la Risa,
una mano cortada en los autos locos,
un robo fugaz, un asesinato.

Pero además hay algo misterioso:
las caras en la Montaña Rusa
se desfiguran en muecas
de gozo y terror,
los niñitos que giran
en el carrusel
adoptan un rápido gesto
de incomprensión y displicencia,
los padres cumplen con entusiasmo
el rito salvaje de enseñar
que el espanto es divertido.

Hace algunas semanas, 
por motivos extraños
extraños a mi voluntad,
estuve contemplando
durante unos minutos
las ruinas de 'Mundomágico'.

He ido algunas veces a ese lugar,
la primera de ellas
hace unos veinticinco años,
cuando aún no eran ruinas,
sino un parque de diversiones
en pleno funcionamiento,
durante unas vacaciones de invierno
en que vine desde Temuco
a conocer Santiago.

Recuerdo 
que ese Chile en miniatura,
no logró impresionarme
de manera memorable.

A bordo de un trencito
uno recorría de norte a sur
ese país de papel maché:
sus montañas, su torre Entel,
sus moais.  Una lata.

Sin embargo, 
al ver ahora sus ruinas,
volcanes destripados por la lluvia,
islas destrozadas a peñascazos,
puertos arrasados
por el lento bombardeo de la desidia,
entiendo que Mundomágico
era en realidad una metáfora,
una ficción de un país
que ahora yace desmoronado
como el triste destino
de un presente remoto
hecho de cartón piedra.

Si fuera cineasta, 
me gustaría hacer una película
en ese Mundomágico destruido.

El guión sería sencillo:
personajes que entran
y se divierten,
tal como lo hubieran hecho
hace veinticinco años,
sin darse por enterados
del desastre
que tienen alrededor.

De pronto una bomba revienta
hasta la última hilacha de las maquetas.

Los personajes, tapándose la boca,
dicen: "Oh, qué horror".
Y enseguida se desata 
la batalla campal.

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