por Joaquín García-Huidobro
Diario El Mercurio, domingo 4 de septiembre de 2011
En la sociedad actual no se estila atacar a filósofos y poetas. Casi nadie lee poesía y jamás un libro filosófico vende más de mil ejemplares, pero por eso mismo se guarda gran respeto por ese gremio que se supone rodeado de sabiduría y pobreza, capaz de decir cosas muy inteligentes, aunque nadie las comprenda.
Se trata, naturalmente, de un comportamiento establecido en leyes no escritas, que son las más importantes. La veneración por los intelectuales se aprende en seminarios, congresos, visitando determinadas librerías y tomando una cerveza en el barrio Lastarria, cosas que el presidente de la CUT no suele hacer. Solo así se explica la sinceridad con que nos culpó a los profesores de filosofía de buena parte de los desmanes y desaguisados que hemos presenciado en la República.
Las reacciones no se hicieron esperar. Lo menos que se ha dicho del Sr. Martínez es que la suya es una ignorancia supina. Él ha sido capaz de resistir la cárcel y la relegación, pero el matonaje de los intelectuales (o de los que quieren pasar por tales) lo obligó a pedir disculpas y retractarse. Pero, ¿qué pasaría si él tuviera algo de razón?
Quizá podría nuestro sindicalista citar en su favor unas palabras del filósofo Karl Popper, que no se preocupaba demasiado de parecer inteligente:
"Somos siempre nosotros, los intelectuales, que por cobardía, vanidad y orgullo, hemos hecho o hacemos las peores cosas. Nosotros, que tenemos un deber particular con aquellos que no han podido estudiar, somos los traidores del espíritu [...]. Somos nosotros quienes hemos inventado y difundido el nacionalismo, y que seguimos todas las modas idiotas. Queremos hacernos notar y hablamos un lenguaje incomprensible pero muy impresionante, un lenguaje docto, artificial [...]. Eso es lo que oculta el hecho de que a menudo decimos tonterías y pescamos en aguas turbulentas".
En una de esas, lo que ha visto el Sr. Martínez no difiere mucho de lo que señalaba el filósofo vienés. El presidente de la CUT sabe que durante las tomas y paros nuestros estudiantes han escuchado sesudas conferencias que hablan del derecho de los alumnos a responder con violencia a las injusticias de una sociedad opresora. Por supuesto que nuestros intelectuales no pondrán bombas ni entrarán a saquear un local comercial. Lo suyo es el análisis, pensar las contradicciones culturales de nuestra sociedad enferma, denunciar la injusticia; ellos se limitan a tirar la piedra, después esconderán la mano, horrorizados.
El Sr. Martínez probablemente tiene amigos sindicalistas en Argentina. Le habrán contado cómo a fines de los sesenta y comienzos de los setenta no faltaron los intelectuales que llenaron la cabeza de los jóvenes con ideas que les permitieron secuestrar, poner bombas y asesinar sindicalistas y otras personas. Vino después la guerra sucia y muchos de esos jóvenes fueron torturados y muertos. Hoy sus cadáveres están en algún fondo del Río de la Plata, mezclados con el barro mientras sus madres los esperan en vano. Y mientras pasaban estas cosas, sus profesores de filosofía se quedaban muy tranquilos en sus casas, leyendo a Platón. No solo en Argentina pasaron estas cosas, también se sufrieron en Chile y otros países: Abimael Guzmán, fundador de Sendero Luminoso, fue profesor de filosofía.
Los intelectuales, y entre ellos los profesores de filosofía, son imprescindibles en una sociedad. Están llamados a poner el matiz y la pausa donde reina la pasión y el maniqueísmo, tienen la posibilidad de reemplazar la descalificación por el respeto, y el dogmatismo por los argumentos racionales.
Pero, atención, los intelectuales no somos inmunes a la arrogancia y la frivolidad. En especial, sin un honesto y doloroso compromiso con la verdad nos resulta difícil resistir la tentación de emplear a los demás como ratas de laboratorio para llevar a cabo los experimentos sociales que aplican nuestras ideas.
Al inicio de la filosofía está el ejemplo de Sócrates, que mantenía una permanente disposición a ser corregido. Los profesores de filosofía, los poetas, artistas e historiadores bien podríamos seguir su ejemplo y no pretender transformarnos en una casta intocable. Los sindicalistas son importantes por muchas razones, entre otras, porque también ellos tienen derecho a hacernos bajar del Olimpo.
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