Gobernar, educar
por Jorge Edwards
Diario La Segunda, Viernes 02 de Septiembre de 2011
Gobernar es educar, decía don Pedro Aguirre Cerda en 1938, en los
comienzos de una experiencia política nueva en Chile. Yo era niño,
estaba en un establecimiento preescolar del otro lado del río, en un
Bellavista antiguo, y todavía me acuerdo de la frase. Entonces parecía
un lema de izquierda, pero, desde la perspectiva de hoy, mostraba una
intención de progreso, de humanismo, de modernidad, que no tenía
colores tan concretos. Hay derechas civilizadas, como se decía en
España en los primeros años del postfranquismo, y hay izquierdas
desorientadas. Hoy estamos en un momento de revisión profunda, de
relectura, de nuevo examen. Tenemos que mirar la situación
contemporánea con mentes abiertas, sin jaulas ideológicas adentro de
la cabeza. Observo de cerca un debate de filósofos contemporáneos y
salen, en el calor de la discusión, afirmaciones sorprendentes. Sigo
siendo comunista, sostiene uno, pero ahora soy partidario de un
comunismo sin amo. ¿Qué será un comunismo sin amo: un comunismo sin
José Stalin, sin Fidel Castro, sin el gran timonel Mao?
Mi conclusión, y la he sacado desde hace bastante tiempo, es que hay
que examinar los temas, los proyectos, las grandes construcciones
legales, por sus méritos intrínsecos, no por sus etiquetas. No porque
las presente el partido tal o el conglomerado cual. Y esto no
significa una posición ambigua, apolítica. Por el contrario, el siglo
XX fue el siglo de las grandes contradicciones y hasta de las más
peligrosas trampas intelectuales: esclavitudes tangibles impuestas en
nombre de libertades abstractas, infiernos presentes en nombre de
paraísos futuros. De ahí que hayamos pasado a un tiempo de reflexión
política individual: a examinar cada paso, cada propuesta, cada
programa, con el máximo de rigor, sin hacer concesiones. Sin caer en
la práctica universal de los lenguajes dobles, de las mentiras
piadosas.
Escucho desde hace tiempo las críticas a la educación actual en Chile
y comparto muchas de ellas. Lo que no creo es que sea posible mejorar
las cosas en poco rato, de una sola plumada, en forma tajante y
extrema. La idea de borrarlo todo y de volver a comenzar de cero nos
seduce con notable facilidad. Me atrevo a pensar que es una verdadera
obsesión latinoamericana, quizá una falta de respeto, desgraciadamente
muy nuestra, por la historia. Vicente Huidobro trató de suprimir toda
la tradición poética y convertirse él mismo en el fundador de la
poesía, en el primer poeta auténtico que aparecía sobre la faz de la
Tierra. Para eso inventó la teoría del creacionismo. Ustedes podrán
pensar que este ejemplo es irrelevante: que no tiene nada que ver.
Pues bien, piensen un poco más. José Domingo Perón también pretendía
partir de cero. Y Fidel Castro. Y probablemente Francisco Franco, que
abolía el pasado republicano en nombre de un supuesto mito imperial.
Nos hablan de enseñanza pública y gratuita, de Estado docente. No le
tengo el menor miedo a las palabras, pero desconfío de las fórmulas,
de las consignas. La hipertrofia del Estado a lo largo del siglo XX,
con sus consecuencias sociales, económicas, de todo orden,
desastrosas, debería ponernos en guardia. Vicente Huidobro,
precisamente, con su fantasía en libertad, fantasía, a pesar de todo,
indispensable, artículo de primera necesidad, nos hablaba de los
“esclavos de la consigna”. Propongo que tengamos ideales en lugar de
consignas, y que no seamos esclavos de nada, y menos que nada, de
nosotros mismos. He leído y he releído con la mayor atención, lápiz en
mano, volviendo a masticar y a entender cada frase, las últimas
propuestas del Gobierno sobre reforma de la educación. No soy un
experto en la materia. No pretendo entrar en la polémica nacional con
el conocimiento del tema indispensable, con la debida seguridad en el
juicio. Pero me atrevo a decir, y si no pudiera decirlo, tendría que
dejar de escribir, que encuentro en las nuevas proposiciones
educacionales elementos sólidos, interesantes, que no se habían
escuchado en etapas anteriores. Además, considero que el lenguaje del
nuevo ministro es racional, moderno, producto de una reflexión
contemporánea. Supongo que las propuestas aquellas son criticables
desde los más diversos puntos de vista, pero creo que desecharlas sin
examen, sin un diálogo serio, sería una reacción superficial. Leo, sin
ir más lejos, en la prensa europea de estos días, la entrevista sobre
educación de una de las precandidatas presidenciales del socialismo
francés. Al tratar de hacer un balance honesto, sostiene que la
distancia entre los resultados de los alumnos de sectores
privilegiados y los de alumnos más pobres es cada vez mayor, y que
este “elitismo” de la educación hay que corregirlo. La precandidata no
afirma, sin embargo, que este fenómeno se pueda corregir en un solo
día, porque interviene y polemiza en un contexto de racionalidad, de
vieja tradición educacional. Por lo demás, el gobierno acaba de
reconocer que la reforma de la educación es una de sus actuales
prioridades.
No pretendo entrar en mayores detalles. Ya dije que no hablo como
especialista, ni siquiera como conocedor aplicado. Pero observo que
los problemas de la educación chilena no son exclusivamente chilenos,
son universales. Descubro que en todas partes se cuecen habas. Lo que
sí es chileno, por desgracia, es nuestra obstinada creencia de que
todo se soluciona con fórmulas, con gritos y consignas. No niego que
existan instancias en las que hay que protestar, y he protestado
muchas veces en mi vida, pero también existe el exceso y hasta la
monotonía de la protesta.
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