Esa otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizas...

Esa otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizaspor Joaquín García-Huidobro
Diario El Mercurio, domingo 18 de septiembre de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/09/18/reportajes/opinion/noticias/C0E17EAA-0CBB-4199-B985-449720E2D29C.htm?id={C0E17EAA-0CBB-4199-B985-449720E2D29C} 

Un obispo evangélico osa decir un par de cosas en defensa de la familia en el sermón del Tedeum y Twitter echa espuma por la boca y casi revienta de furia. ¿No están separados la Iglesia y el Estado? ¿Acaso los evangélicos no han leído que Chile es un país laico? Si un pastor quiere decir algo sobre la realidad nacional, que se refiera a la necesidad de combatir la obesidad infantil o el cambio de hora, pero ¿de dónde que un clérigo pueda hablar del matrimonio frente a las máximas autoridades de la república?

El Presidente y sus ministros, en cambio, aguantaron estoicamente el chaparrón, sin impugnar el derecho de expresión del obispo Durán. ¿Por qué esa diferencia? ¿Por qué las autoridades aceptan que la religión tenga algo que decir sobre el bien de la sociedad, mientras otros pretenden amordazarla? Más allá de lo que opinemos sobre el contenido de las declaraciones, este episodio nos pone delante de una diferencia fundamental, la que se da entre laicidad política y laicismo fundamentalista.
Cuando decimos que el Estado es laico (caso de Chile o EE.UU.), estamos sosteniendo que no tiene una religión oficial, a diferencia de los países confesionales (Inglaterra, Arabia Saudita), que hacen suya una religión. Pero que el Estado no se pronuncie en materias religiosas no quiere decir que proceda como si la religión no existiera: en Uruguay han tenido que llamar a la Semana Santa "Semana del Turismo", para que ese feriado resulte indoloro a los laicistas charrúas.

Cuando el Estado respeta y fomenta la práctica de la religión, lo hace porque constituye una legítima expresión de la identidad de sus ciudadanos y contribuye al bien social. Cualquiera de nosotros prefiere perder su billetera en un templo y no en el Metro. ¿Por qué? Porque sabe que, aunque existen muchos ateos honorables, los creyentes convencidos respetan la ley más que el promedio de los ciudadanos.

Lo decía recientemente Vargas Llosa, un hombre poco sospechoso de beatería, a propósito de la vitalidad mostrada por la Iglesia en la Jornada Mundial de la Juventud: "¿Es esto bueno o malo para la cultura de la libertad? Mientras el Estado sea laico y mantenga su independencia frente a todas las iglesias, a las que, claro está, debe respetar y permitir que actúen libremente, es bueno, porque una sociedad democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos -empezando por la corrupción- si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida espiritual no florece en su seno como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que suelen guiar la conducta individual cuando el ser humano se siente libre de toda responsabilidad".

Muy distinta es la actitud del laicismo fundamentalista, que pretende que uno puede manifestar cualquier convicción en el espacio público, salvo que tenga un carácter religioso. Este integrismo laicista se ha ido difundiendo en los últimos años y ha llegado a extremos ridículos, como el de British Airways, que despidió a Nadia Eweida, una azafata que se negó a sacarse una pequeña cruz que llevaba colgada al cuello, no obstante que el personal islámico o hindú puede llevar velos religiosos. En nuestro país hay quienes protestan porque se hace la procesión de la Virgen del Carmen, de manera pacífica, sin rayar las paredes ni estorbar el tránsito, o se indignan porque en un edificio público se pone un pesebre navideño. Mañana prohibirán escuchar a Bach o enseñar a Gaudí, porque tienen connotaciones religiosas.

Los nuevos fundamentalistas olvidan que tanto la democracia como la economía de mercado solo funcionan bien si están apoyadas en una sólida base ética. Uno puede obtenerla leyendo la Crítica de la Razón Pura, de Kant, pero muchos aprendemos a respetar a los demás, a no quedarnos con el vuelto y a no saquear locales comerciales, en el seno de una determinada tradición religiosa. ¡Erosionen esta tradición y ya verán lo que pasa!

No es un obispo evangélico, sino nuevamente Mario Vargas Llosa el que lo reconoce: "Durante mucho tiempo se creyó que con el avance de los conocimientos y de la cultura democrática, la religión, esa forma elevada de superstición, se iría deshaciendo, y que la ciencia y la cultura la sustituirían con creces. Ahora sabemos que esa era otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizas".

El fundamentalismo laicista ha llegado a tales extremos que incluso un reconocido no creyente, como Vargas Llosa, ha salido en defensa de la religión. Esto significa que los obispos y demás creyentes podrán seguir abriendo su boca.

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