por José Aldunate s.j.
Diario El Mercurio, Jueves 22 de Septiembre de 2011
Señor Director:
Por Acuerdo de Vida en Pareja (AVP) se puede entender dos cosas distintas: un fenómeno social producido últimamente en Chile, una nueva generación que se abstiene del compromiso matrimonial por iniciar prácticamente un acuerdo de vida común sin mayores compromisos formales. Se ha constatado la caída vertical en el número de matrimonios tanto religiosos como civiles y se habla de hasta dos millones de jóvenes embarcados en esta nueva modalidad de vida.
Lo segundo que se puede entender por AVP es un proyecto de ley presentado al Congreso que se discutirá próximamente, que pretende aprobar y así regular legalmente estos acuerdos.
Exploremos qué elementos positivos y negativos están en juego en el fenómeno que examinaremos y qué valores podemos rescatar. Los jóvenes se muestran alérgicos a lo normativo y a lo formal, inseguros ante el compromiso personal. Hacen camino al caminar, conducidos por las emociones del momento. Les cuesta distinguir entre el enamoramiento emergente y el auténtico amor.
¿Qué podemos rescatar de tanto cambio acontecido? Creo que podríamos responder: el amor como una realidad compleja, casi ambigua, pero rica y fundamental tratándose de vidas comunes. Podríamos analizar el juego del amor en los “AVP” comparándolo con el juego del amor en el matrimonio.
En el matrimonio cristiano, el amor aunque no requerido como motivo esencial del compromiso matrimonial, es el significado trascendente del conjunto. Tanto, que el matrimonio es el signo o imagen del amor de Dios para con la Humanidad.
En el matrimonio cristiano tradicional los “tres bienes” o fines del matrimonio son: los hijos, la ayuda mutua y la superación del deseo. Así traducimos el remedium concupiscentiae, pues en el matrimonio se da o se ha de dar una maduración del amor que se va transformando del deseo o atractivo psicosexual en encuentro, fusión y amor oblativo.
Este mismo proceso del deseo y de los demás “bienes” del matrimonio culmina en el amor conyugal. Puede esta misma maduración darse y de hecho se da también en los AVP. Puede darse igualmente en el AVP de los homosexuales excepto obviamente el “bien” de los hijos. Puede incluso esta maduración ser signo del amor de Dios según aquello de “donde está el amor de caridad, allí está Dios”.
Pero hay una diferencia importante entre los AVP y los matrimonios, que afecta la temática del amor: es el compromiso. El auténtico amor implica siempre un compromiso. Y un “acuerdo” no llega a ser compromiso. A esto se podría responder que los “acuerdos” pueden madurar en compromisos. Habría también un proceso de maduración de los “acuerdos”, que pueden llegar a ser “compromisos”.
Podemos considerar, por lo dicho, a los AVP no tanto como una alternativa que la juventud sintiendo una inmadurez está dando, sino como una etapa preparatoria que apunta hacia el matrimonio.
Pasemos ahora a la segunda problemática que nos hemos propuesto tratar: el proyecto de ley de AVP llevado al Congreso.
No conozco el texto, pero por las razones dichas sería partidario de su aprobación.
Entiendo que para algunos el proyecto de ley tendría el reparo de oponerse al compromiso matrimonial y por lo tanto al bien de la familia. Ya respondí diciendo que el AVP estaría abierto al contrato matrimonial y a la maduración del amor. Y donde hay un verdadero amor ahí está resguardada en buena parte la suerte de la familia.
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