PASEANDO ENTRE SEPULCROS...


El esqueleto cavilante de un cronista que pasea por el cementerio
por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias, lunes 1 de agosto de 2011

Una de las mejores maneras
que conozco para activar el pensamiento
es pasear a la deriva por las
arboladas avenidas del cementerio
en una mañana soleada.

Si yo hiciera clases de filosofía
incluiría esta actividad
en el programa de estudios.

El cementerio
es un ansiolítico eficaz:
parece que ninguna
de las urgencias del mundo
se atreve a manifestarse
en sus amplios recintos.

Por atavismo profundo
vinculamos a los difuntos
con una paz sin tiempo,
que se manifiesta
en los mármoles agrietados,
en las flores somnolientas,
en el ruido del agua de una llave
oculta entre las tumbas.

No hay nada macabro en esto.

Caminar entre los adelantados
de todas las épocas
se parece a divisar el mar
desde una altura rocosa,
el más allá que oscila en la distancia
en displicente comunión con la vida.

Leyendo nombres y fechas en las lápidas
uno logra visualizar mundos extinguidos,
movimientos humanos proyectados
en la pantalla del pasado.

Hay gente que se toma estas cosas
con el mismo entusiasmo que reserva
para las páginas sociales de las revistas,
gente que sabe que tal señor Eguiguren,
sepultado con gran aflicción de su familia
en 1872, casó en segundas nupcias
con una joven Vergara y es a todas luces
el tatarabuelo de los Johnson, de los Correa
y tiene que ver de alguna forma
con los Aguirre de La Serena.

Yo soy un poco así, en todo caso.

Me gustan los comidillos inútiles
de los tiempos remotos,
que siempre brindan ocasión
de ejercitar el humor.

Saber que tal patriarca
cuyos huesos se archivan
en un mausoleo pomposo
fue un viejo chillón,
pechoño y atarantado
que estafó al fisco con
papeles de cambio adulterados.

El asunto es restarle dramatismo
a la vida y a la muerte.

Por lo mismo se hacen insoportables
los cuentos sentimentales y temblorosos
de novias plantadas en el altar
que pasaron sus últimos veinte años
consumiéndose de despecho
en una pieza alumbrada con candelabros.

Me da la impresión
de que la gente en general
inventa parcialmente
su pasado familiar,
reformulado en una especie
de "novelística" inconsciente.

Por lo mismo,
tantas veces hemos escuchado
cuentos fabulosos
de los tiempos viejos
que no tienen equivalente
en nuestra experiencia actual:
románticos desdenes de la vida,
asesinatos teatrales,
episodios de terror y de locura,
fortunas fantásticas, lujos orientales.

En el cementerio
los restos de los muertos
se encuentran
en su grado cero,
reducidos horizontales
a la degradación material
de sus tejidos, de su pelo,
de su ropa, de todo aquello
que un día olvidado
constituyó parte importante
de su identidad.

Yo creo que es una existencia
bastante digna la que llevan,
atemperados por el sol del invierno,
cercados por árboles añosos
que se nutren de su médula,
entre los cuales todavía despuntan
los naranjos cuyos frutos
comía el poeta Claudio de Alas,
el hombre de la sonrisa macabra.

Todo intento tecnológico
de establecer comunicación
con los que partieron
ha sido un fracaso o un fraude,
desde las máquinas de Edison
y de Graham Bell
hasta el extraño Spiricom.

Luego seremos de la partida,
tendremos un tiempo muy largo
para irnos pulverizando
y por cierto no querremos
que los curiosos nos interrumpan
este proceso con preguntas
difíciles sobre la trascendencia.

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