Los naturalistas descubren mundos y traen esperanza... (omisión en las abejas corregida)‏


Tener un naturalista nato en la familia
abre perspectivas sorprendentes
para personas, como yo,
que aunque sensible a la belleza
del paisaje natural, no había
reparado en el mundo 
que está allí frente a nosotros.

Benito, mi hijo menor
fue siempre muy observador
y verbalizaba desde muy pequeño 
como suelen hacer los niños
de una manera poética:
«Los árboles con fruta se llaman verano»,
«La flor del espino es puro polen».

A los seis se despertó una fascinación por las aves,
seguramente por su belleza, variedad, colorido,
el vuelo y...tengo la intuición, debido a la personalidad
y carácter que proyectan el expresivo y diverso perfil
de muchas de las especies de pájaros.

La obsesión a la que lo llevó su benéfica fiebre aviar
lo hizo dibujar unos dos mil esbozos, dibujos y pinturas
en que aparecían retratadas sus amigas emplumadas.

En dicho afición arrastró a su padre
y por varios años recorrimos un variedad
de humedales, lagunas, tranques, borde costero,
incursiones pelágicas a la corriente de Humboldt
o a la cordillera de los Andes y de la Costa de la zona central.

En un buen día de incursión pajarística con Benito,
por Algarrobo, incluyendo quebradas, barrios,
playas, dunas y promontorios rocosos,
podíamos reconocer unas setenta especies,
en circunstancias que en los treinta años
anteriores nunca llegué a reconocer más de cinco.

Sin financiamiento para continuar con estas incursiones,
esta vez hacia el extremo norte y sur, islas oceánicas
y el territorio antártico, se presentó para Benito 
una segunda oportunidad para explorar la naturaleza.

En años recientes comenzó a interesarse por la flora nativa.
Chile es uno de los cinco hotspots de flora mediterránea
en el mundo. Los otros se encuentran en California,
parte de las costas del mar Mediterráneo, Sudáfrica
y el oeste de Australia.

Para calificar como Hotspot se requiere un mínimo
de mil especies endémicas, es decir especies de plantas nativas
que no se encuentren en ningún otro lugar del mundo.

En  Chile existen más de cinco mil especies nativas
endémicas del cono sur, aproximadamente la mitad
de ellas son endémicas de nuestro país.

Esta riqueza en general no es valorada
y se encuentra en permanente peligro.

Patricio Novoa, del Jardín Botánico de Viña del Mar
contó en una conferencia sobre orquídeas chilenas,
que de las poco más de cincuenta especies nativas
hay un par que se encuentran tan amenazadas
al punto que los científicos han descubierto 
en todo el territorio, sólo dos "poblaciones".
Cuando se le consultó acerca de estas poblaciones,
se estaba refiriendo a dos 'matas'.

Este patrimonio natural no sólo es vital
para el sustento de la trama de la vida
sino que tiene un valor estratégico
que posiblemente ni las autoridades
se han percatado en su verdadera dimensión.

He escuchado de una variedad de usos
medicinales, en biocombustibles y otros
rubros que recién se están explorando
y nosotros estamos muy atrasados
en dicho conocimiento, en circunstancias
que en laboratorios del primer mundo
ya se investiga su uso y posiblemente,
como sucedió con el salitre,
de encontrarse beneficios
se repliquen genéticamente
y se patenten estos descubrimientos,
perdiéndose esta riqueza para Chile.

Pero, por supuesto, lo que a un naturalista
atrae de este tesoro, es su belleza,
la riqueza de las asociaciones 
tanto vegetales como animales
en esta sorprendente diversidad.

Recientemente se contabilizaron
en el Parque Metropolitano
más de 40 especies nativas de abejas
de las más de 400 que existen en el país.

No hay desarrollo sustentable
ni futuro alguno sin una cabal
comprensión del medio
que nos permita conciliar
los emprendimientos
y las actividades productivas
con los equilibrios básicos
que permitan a la naturaleza regenerarse.

Hay que cautelar los corredores biológicos
y fortalecerlos  a todo nivel.

En lugar de continuar propagando
flora y fauna introducida
con gran perjuicio para el medio ambiente,
haríamos bien si fomentáramos
el reemplazo o complementación
por árboles nativos del bosque esclerófilo
(en el caso de la zona central)
que consumen mucho menos agua
y atraerían parte de la fauna
con que están asociados.

No es que tengamos que "salvar" el planeta.
La Tierra ha pasado por varias extinciones masivas
y se ha recuperado siempre emergiendo
una nueva diversidad.

El problema es que nosotros
no podemos esperar a que lo haga
y si forzamos por ingeniería genética 
el proceso, nos vamos a ver abocados
a un problema de sintonía fina
que se nos escapará de las manos,
porque una cosa es tener la capacidad
para alterar el patrimonio genético
y otro muy distinto es poder monitorear
y tener un cierto control sobre sus consecuencias.

Por lo demás, es cosa de contemplar
nuestra llamada civilización
para darnos cuenta
que la sabiduría no ha sido
nunca uno de nuestras fortalezas.

La formación de consensos
en temas acotados
como la educación en Chile,
es algo que no sabemos
hasta donde llegará
ni si terminará bien.

Imaginen lo que es un problema global
en que aspectos climáticos posiblemente graves,
de eventual extinción masiva de especies
con una alteración súbita del patrimonio genético
y con mayor poder de destrucción, a dónde podemos llegar.

Nadie sabe lo que ocurrirá,
pero lo que se vislumbra
no se ve muy auspicioso.

Es por ello que contemplar a mi hijo,
ya en segundo año de Biología
y habiendo plantado varias
especies de nuestra de árboles, arbustos,
enredaderas y herbáceas de nuestra flora nativa
o manteniéndolas en almácigos mientras tanto,
resulta un modesto pero esperanzador signo.

En el cerro los Piques donde vivimos,
junto a la Abadía Benedictina de la Santísima Trinidad,
la Universidad Católica en colaboración con los monjes
replantaron la parte superior del cerro con especies
de flora nativa y riego tecnificado.

A escala más familiar, mi hijo ha hecho otro tanto
y hace pocos días me mostró una flor incipiente
que no había visto nunca antes (excepto en fotos)
que inadvertidamente trajo como semilla
en alguna incursión precordillerana.

He aquí un listado parcial (y a la rápida
que requiere revisión) de lo que hay en
el patio de la casa o en su entorno inmediato
(por ahora, por falta de tiempo no incluyo
los nombres científicos de las especies):

Árboles:  Espino, Maitén, Quillay, Litre, 
Belloto del Norte, Belloto del Sur, Peumo,
Canelo, Palma chilena, Boldo, Molle, 
Arrayán, Patagua, Bollén...

Arbustos: Tevo, Huañil, Maqui, Culén, Tralhuén,
Colliguay, Palqui, dos especies de Quebracho,
Corcolén, Mayu, Mitique, Matico, Varilla brava (Adesmia),...

Enredaderas: Soldadito, Chupa chupa, Quilo,
Sahumerio, Mutisias, Ñame (Dioscorea saxatilis),...

Herbáceas:  Alstroemerias (A. ligtu y A. angustifolia),
Solaria,  Gillesia graminea, Añañuca roja
(Phycella ignea), Añañuca rosada (Rhodophiala advena),
una Añañuca de la cordillera ( Rhodophiala andina), Pata de guanaco,
Macaya, Huilli, Pajarito, Maicillo, Cebolleta, Oreganillo,
Estrella azul de la cordillera, Azulillo, Capachitos... (Calceolaria petiolaris)....

Hay un helecho (Cheilantes sp. tal vez glauca)

No se mencionan otras que no han prosperado
o que olvidé de anotar como el Quintral 
que es una epífite (Tristerix corimbosus)

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