por Juan Ignacio Rodríguez Medina
Diario El Mercurio, domingo 21 de agosto de 2011
Antes, durante y después de la heroína y del alcohol, lo suyo ha sido la guitarra. Aferrado a ella se las ha arreglado para seguir vivo. Su próxima visita a Chile es una buena excusa para conocer más, y por su propia mano, de este virtuoso de las seis cuerdas.
"Sin la música la vida sería un error". La expresión es de Nietzsche, pero bien vale para Eric Clapton, quien tiene en la música algo así como su fuente de sentido: "Para mí el vehículo más fiable para la espiritualidad siempre resultó la música", escribe en "Clapton. La autobiografía", publicada en 2007 por Global Rhythm. Un testimonio que vale la pena revisar ad portas del concierto que "mano lenta" realizará en Chile, el 16 de octubre.
Nacido el 30 de marzo de 1945 en Ripley, un pueblo en el sur de Inglaterra, la relación de Clapton con la música apareció temprano, gracias a la radio, donde pasaban desde ópera a rock and roll "y de tanto en tanto, algo del otro lado del espectro como Chuck Berry cantando «Memphis Tennessee», que me sacudió como una descarga eléctrica cuando lo oí".
La segunda descarga vino por tevé. Domingo a domingo Clapton se instalaba en la casa de un amigo para gozar con Sunday Night at the London Palladium, "el primer programa de televisión donde aparecieron músicos norteamericanos, que iban muy por delante en todos los sentidos". Fue en una de esas jornadas cuando el futuro guitarrista se maravilló con Buddy Holly -"pensé que me moría y subía al cielo"- y con la guitarra Fender que utilizaba uno de los músicos: "Parecía un instrumento del espacio exterior, y me dije a mí mismo: «ése es el futuro. Eso es lo que quiero». De pronto me di cuenta que estaba en un pueblo donde nunca cambiaba nada mientras en la televisión había algo que venía del futuro. Y yo quería ir allí".
Sus guitarras y su sonido
Clapton es un autodidacta. La primera guitarra que tuvo fue una acústica que compró por dos libras: "Como no tenía a nadie que me enseñara, me dispuse a aprender solo". Comenzó con una versión bluesera que Josh White había hecho de un tema folk, "Scarlet Ribbons". Elección que no fue casual, pues el blues es el principio y fin de Clapton. De ahí que en 1963 -cuando la cúspide y las masas eran del pop, y empezaba a asomar la beatlemanía- armara su primera banda, Los Rooters. Un conjunto que versionaba a John Lee Hooker y Muddy Waters, entre otros. Una dedicación al blues que continuaría tiempo después -ahora con su Gibson ES-335 y con "Blackie", una Fender Stratocaster-, cuando ingresó a los Yardbirds.
Claro que el purismo de Clapton era tal -dudaba de grabar discos, pues para él la música era en vivo-, que abandonó el grupo cuando notó que empezaban a transitar hacia temas más pop.
Luego, tras un paso por John Mayall's Bluesbreakers -período en el que se volvió hacia el blues de Chicago-, Clapton confluyó junto al bajista y vocalista Jack Bruce, y al baterista Ginger Baker, en Cream -"la crema de la crema"-. Allí, claro, el asunto no eran las cadencias del blues -o al menos no en estado puro-. No. En Cream su talento se puso al servicio de la potencia y el virtuosismo de la que es considerada la primera "superbanda". Esa que puso a Clapton y su sonido entre las estrellas: "Lo que yo hacía era utilizar la pastilla del puente con los bajos al máximo para que el sonido fuera muy denso y estuviera al borde de la distorsión. Además empleaba toda la potencia de los amplificadores. Los ponía a tope, con la guitarra también al máximo (...). Cuando tocaba una nota, la mantenía haciéndola vibrar un poco con los dedos, y así sostenida se transformaba en un feedback distorsionado. Todo esto, junto con la distorsión, dio lugar a lo que, supongo, podemos llamar mi propio sonido".
Si uno no estuviera en antecedentes, al leer la autobiografía no se daría cuenta de que entre historias y anécdotas, por delante de sus ojos está pasando -como si nada- parte importante de la historia del rock. O cuando menos, el detrás de escena de esa historia. No es sólo que el tercer mejor guitarrista de todos los tiempos -según la revista Total Guitar- haya sido parte de Yardbirds o Cream; es que -por ejemplo- cuando narra sus correrías por bares y clubes, uno se entera de que en uno de ellos, el CrawDady, tocaba una banda recién formada: los Rolling Stones. O que, más adelante, en una jornada de fiesta y LSD se aparecen los Beatles cargando los acetatos de lo que iba a ser su nuevo álbum, nada menos que "Sargent Pepper's lonely hearts club band".
La anécdota con los Beatles es de 1967, cuando Clapton ya estaba instalado en el futuro. Un futuro sesentero y setentero que junto a la música trajo giras, viajes en furgoneta, sexo con una, dos y tres, y drogas. Mucha droga: "Ésa se convirtió en la química de nuestras vidas, mezclarlo todo. Dios sabe cómo lo aguantaron nuestros cuerpos". Dentro del cóctel disponible -marihuana, coca, ácido, pastillas...-, lo que más lo agarró fue la heroína. Fueron "tres años perdidos" seguidos de más de diez prendido al alcohol: "Creía que mi comportamiento era coherente con el modo de vida del rock and roll", "me gustaba la mitología que rodeaba las vidas de jazzistas como Charlie Parker y Ray Charles o de bluesmen como Robert Johnson -todos adictos-, y tenía la romántica idea de tener el tipo de vida que los había conducido a crear música". Un patetismo adolescente, puro y a la vena, que hoy es pasado; pues lleva más de veinte años limpio y hasta tiene su propio centro de rehabilitación. De todas las adicciones que tuvo, no queda ni una, ni el cigarrillo. O casi, porque la guitarra sigue ahí, incluso para salvarlo.
Lágrimas en el cielo
En el período de adicciones se desarrolló la anécdota amorosa más conocida de Clapton. Esa que lo liga a Pattie Boyd, la esposa del Beatle George Harrison. En palabras simples, el ex Yardbirds se enamoró de la mujer de su mejor amigo y tras años de intentos logró casarse con ella en 1979, para luego divorciarse en gran medida por el alcoholismo de él. Antes, por supuesto, escribió para ella "Layla". "Por mucho que entonces creyera amar a Pattie, lo único imprescindible en mi vida era el alcohol", reconoce.
En medio de esa vorágine, Clapton tuvo un affaire con una italiana, que resultó la madre de Conor, su hijo nacido en agosto de 1986. Ya había tenido una hija -Ruth- con una amiga, pero no había relación. Con Conor fue diferente. Si hasta entonces la música había sido "la única cosa que siempre estaba ahí", ahora había una razón para rehabilitarse: "Entonces tenía dos hijos, a ninguno de los cuales proporcionaba cuidados, un matrimonio roto, un surtido de novias desconcertadas y una carrera que, aunque iba tirando, había perdido el norte. Era un desastre". Y, claro, pues si bien ya era un solista reconocido por cualquiera que tuviera alguna noción de música, se la pasaba más borracho que pensando en componer. "No me preocupaba demasiado de lo que pensara la gente; estaba borracho la mayor parte del tiempo, divirtiéndome, haciendo el tonto".
Ya rehabilitado, la relación con su hijo comenzó a ir cada vez mejor; y en marzo de 1991, estando en Nueva York, lo llevó al circo. Era el primer paseo que hacían los dos solos. "A la mañana siguiente, me levanté temprano (...) para recoger a Lori -la madre del niño- y Conor y llevarlos al zoo de Central Park". "Alrededor de las once, sonó el teléfono, y era Lori. Estaba histérica, y me gritaba que Conor estaba muerto. Yo pensé para mí: «Eso no tiene sentido. ¿Cómo va a estar muerto?», y le hice la pregunta más estúpida: «¿Estás segura?» A continuación me dijo que se había caído por la ventana".
Será que el episodio tiene la suficiente fuerza para hacer superficial cualquier adorno, pero lo cierto es que Clapton lo cuenta con sobriedad, sin ni siquiera darse espacio para la autocompasión. Es el hecho puro y duro: "Cayó cuarenta y nueve pisos antes de aterrizar sobre el tejado de un edificio adyacente de cuatro pisos".
Contra lo que pudiera pensarse, el guitarrista no volvió a las adicciones. Siguió adelante, se acercó a su hija Ruth, volvió a casarse, agregó otras tres niñas a su descendencia y compuso otro de sus éxitos, "Tears in Heaven", esta vez para su hijo muerto. Pero sobre todo, siguió tocando: "Mucha gente tal vez pensaba que estar solo sería peligroso para mí, que acabaría bebiendo, pero tenía a la asociación -de alcohólicos anónimos- y también a la guitarra. Como siempre, ella fue mi salvación".
Ya lo decíamos, por la autobiografía de Clapton pasa buena parte de la historia o de la mejor historia del rock, especialmente si de guitarristas y bluseros se trata. De Jimi Hendrix dice: "él ya iba a toda marcha mientras nosotros aún estábamos ajustando la velocidad". Y a B. B. King , con quien grabó un disco, lo califica como "el verdadero rey" y el "artista más importante que haya dado el blues" . SobreMuddy Waters escribe: "Mucho antes de que nos encontráramos, ya era el más poderoso de todos los intérpretes modernos de blues que había oído en disco ". Y por último Robert Johnson , su gran ídolo e inspirador: "Después de unas cuantas escuchas me di cuenta de que, de alguna manera, había descubierto al maestro , y que seguir el ejemplo de ese hombre sería la tarea de mi vida". "La primera vez que oí a Big Billy, y después a Robert Johnson, me convencí de que todo el rock and roll, y también la música pop en realidad, había partido de esa raíz ".
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