¿Valparaíso, mi (nuevo) amor?
por María José Viera-Gallo
Diario El Mercurio, Revista Ya, martes 16 de agosto de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/08/16/ya/_portada/noticias/834AF6CA-7007-4D28-8B1C-A7602132AA14.htm?id={834AF6CA-7007-4D28-8B1C-A7602132AA14}
Definitivamente estamos frente a un revival del puerto. Aquí la
escritora María José Viera Gallo analiza su propia opción por
Valparaíso y la de muchas otras inmigrantes que, como ella, han
cambiado la agitada rutina urbana por una nueva vida entre estos
cerros con vista al mar
Es una tarde invernal algo deja vu en Valparaíso, con alto tráfico de
gaviotas en el horizonte y perforadoras municipales excavando
adoquines en la superficie. Llevo varios espressos preguntándome por
qué me encuentro en el Café del Jardín en la subida Urriola y no en un
Starbucks de Providencia.
La respuesta viene de cerca. Vivo a pocos pasos, en el cerro
Concepción, lo que significa que pago las cuentas en un Servipag del
plan, compro en un Jumbo que huele a mar, hojeo libros en la librería
Metales Pesados, de Lautaro Rosas, y mis hijos pasan la tarde en la
Biblioteca Nórdica Libro Alegre. A pesar de esto, aún soy incapaz de
explicarle a mi editora -y a mí misma- por qué me vine a vivir a
Valparaíso. Cada vez que intento hilar una respuesta, sólo consigo
reproducir un pastiche de frases Turistel en mi grabadora: buen aire,
cocina fresca y gourmet, clima mediterráneo, casas grandes y
accesibles, calles caminables... Stop.
Las migraciones no son acumulación de puntos. ¿Qué me hizo, en mi
tránsito hacia Chile, tomar la ruta 68 y no un túnel que decía
Chicureo o alguna de esas invenciones satelitales donde los jóvenes
profesionales se mudan hoy? ¿Acaso Valparaíso no había perdido su fama
trendy a cambio de un título de Patrimonio de la Humanidad, el 2003?
Más que decisiones, los viajes esconden historias. Y todos en este
puerto tienen una que contar: Elisa, Laura, Carolina y Gladys. Basta
escucharlas a ellas para escucharme a mí misma.
Es como seguir viajando
1.Elisa Assler (34), artista y dueña del Hotel Cirilo Amstrong, me da
cita en su bar favorito del cerro Alegre, el Poblenou, con una
chimenea de la cual es difícil despedirse. Cuando le pregunto por qué
Valparaíso, se sonroja y no sabe bien qué decir. O lo sabe con cierta
culpabilidad, consciente de que cualquier cosa que declare a favor del
viejo puerto corre el riesgo de volcarse en su contra. Elisa pertenece
a una generación que no creció embobada con ese Valpo estudiantil y
romántico de los años 90. A los 22, ella miraba más lejos, hacia
Barcelona, donde vivió 6 años. Antes había pasado su infancia errando
entre Inglaterra, España y el Cajón del Maipo, siempre de la mano de
su padre, el conocido escultor Federico Assler.
"Vivir acá es como seguir de viaje y estar en otro país. Santiago es
como 'llegué a Chile"', sonríe. "En Barcelona convivíamos con mucha
gente todo el rato. Mi marido y yo somos muy sociables. De ahí las
ganas de crear el hotel cuando regresamos, en 2006. Porque teníamos
miedo de cruzarnos siempre con las mismas caras en el cerro", dice.
El 2009, ella y su marido, el arquitecto Joaquín Velasco, levantaron
un hotel ultradesign en una subida del cerro Alegre, cuyas
habitaciones, arriba, funcionan como departamentos-lofts y abajo,
cuenta con un espacio abierto para exposiciones y conciertos de
música. Una de sus recientes huéspedes fue Laetitia Sader, de la banda
inglesa Stereolab y el músico argentino, Daniel Melero, quienes
tocaron en vivo.
"Definitivamente estamos frente a un nuevo revival del puerto. Lo veo
en el flujo del hotel. Mientras más nos vengamos mejor. No soy
antisantiaguina, al contrario, necesitamos de más ojos renovados,
sensibles, que quieran mejorar la ciudad y preservarla", afirma
entusiasmada. Mientras piensa en grande, Elisa vive a lo chico: en un
mismo radio se ubican su casa, donde acaba de instalar una bosca, el
hotel, y el jardín infantil Waldorf de sus hijos Tristán (5) y Olimpia
(2).
"No conozco el estrés urbano, me muevo entre las mismas calles todos
los días y, sin embargo, jamás me siento atrapada en una rutina.
Siempre hay alguna sorpresa", confiesa.
2.Dejo el cerro Alegre y me traslado al cerro Bellavista, hasta el
recién inaugurado restaurante y hostería Espíritu Santo. Aunque viene
de vuelta, su dueña, Laura Moreno (59), también sigue viajando. Su
primera maleta la hizo el 73, cuando a los 20 años salió exiliada
junto a su ex marido, el intelectual Bernardo Subercaseaux. De Suecia
saltó a Boston, Seattle, Santiago -donde administró el restaurante El
Huerto-, Mendoza y finalmente, regresó a Estados Unidos, a Filadelfia,
donde estuvo 12 años a cargo del centro de extensión del Swarthmore
College. "Mi lugar en el mundo estaba allá", cuenta. "Nunca me
acostumbré a Chile". Ahí vivió hasta el año pasado, cuando embaló sus
cajas y se vino a Valparaíso a apoyar el nuevo proyecto culinario de
su hijo, el chef Manuel Subercaseux, ex Apolo 77, suerte de Jamie
Oliver local, que mezcla lo más elevado de la cocina de autor con la
simpleza del puerto. "En Valpo curiosamente me siento menos extranjera
que en Santiago", me dice Laura, mientras comemos un congrio rojo (que
esa mañana ha traído un buzo desde el mar), con aceitunas, limón y
polenta . "Los porteños tienen más roce. En Santiago son más
insulares. Esta es una ciudad más libre, transparente y directa, que
te exige menos códigos. Aquí participo en la junta de vecinos, en
temas comunitarios, cocinamos pescado frito en la calle para hacer
colectas, y mantenemos los precios de nuestra carta accesibles a los
vecinos del barrio".
Laura vive en un moderno dúplex hecho por el arquitecto Gonzalo
Undurraga a pocas puertas del restaurante. Todavía no desembala todas
sus cajas. Manuel y su familia también arriendan en la misma calle.
"Estoy aprendiendo a ser abuela, a vivir en familia, a tocar la
cacerola con los vecinos y volver a querer a mi país. Yo venía de
vivir una vida de absoluta libertad en Estados Unidos. Mi rutina era
el college, las clases de pilates cuatro veces por semana... También
estaba más sola, como las gringas allá. Pero ya no me muevo más,
that's it".
Las nuevas ex santiaguinas
3. Las personas se van de Santiago buscando algo o arrancándose de
algo. Carolina Cortés (30), ingeniera en Recursos Naturales, pertenece
al primer grupo. Gladys González (29), poetisa, al segundo.
En el 2007, Carolina cambió La Florida por el cerro Florida; sus
largas horas en la línea 5 del metro por caminatas de 5 minutos; una
consultoría privada de la capital por un puesto en el servicio público
porteño. "Para hacer plata, no te vienes a Valpo. Yo siempre quise
trabajar en regiones y para la comunidad", dice con voz suave y
pragmática durante su pausa laboral, en los alrededores del Paseo
Yugoslavo. Luego de un concurso público, quedó a cargo del
mejoramiento medioambiental de la ciudad, del Programa de Recuperación
y Desarrollo Urbano de Valparaíso.
Cuando se despierta en su departamento de la legendaria avenida
Alemania, Carolina no ve pintorescos barquitos en el horizonte, sino
basura y manadas de perros, puntos negros de la ciudad que su oficina
está a cargo de erradicar. Me recuerda que en 2008 empezó a
esterilizar perros en lugar de encerrarlos en horribles perreras.
También instaló cientos de papeleros plásticos en la ciudad y se los
robaron todos. "Cometimos el error de no considerar la variable
social. Ahora serán huevitos de metal, en un total mil. Espero que
esta versión de 160 millones de pesos, no se pierda", suspira frente
un jugo de naranja.
Junto a la Conaf y el municipio, Carolina ha liderado la eliminación
de microbasurales, certificando colegios municipales -lleva 25- para
que incorporen en su malla curricular educación ambiental, instalando
puntos limpios de reciclaje de papel, plástico y vidrio, como el de la
plazuela San Luis, donde yo reciclo.
Debe ser raro estresarse en una ciudad que tiende a lo contrario, al
relajo marino, le comento. "Es muy desgastante. Tienes que estar
empujando para que resulten las cosas, y hacer muchos papeleos para
mover un peso. Pero los resultados, si bien lentos, son sólidos.
Viniendo de Santiago, trato de hacer las cosas rápido".
Al final del día, Carolina al menos está segura de algo: no deberá
encerrarse en un asfixiante vagón de metro para volver a casa. Y no
sólo eso. "Aquí me pasan cosas sorprendentes. Antes, por ejemplo, no
me daban ganas de leer. Ahora sí", sonríe.
4. A Gladys González, en cambio, siempre le gustó leer. Y escribir.
Tiene tres libros de poesía -Gran Avenida, Aire Quemado, Hospicio
(próximo a publicarse)- y es una de las voces estrella de su
generación. Su ropa negra, su melena corta, francesa, sus cuadernos de
bolsillo, podrían confundirse con la imagen de la escritora
auténticamente porteña, pero Gladys es enemiga de las metáforas
fáciles y los clichés. Su ambiente natural es el paisaje urbano y
saturado de La Cisterna, donde creció.
Entonces, surgen las preguntas, aunque los/las poetas no son muy
amigos de las respuestas. No al menos las lineales. ¿Qué hace viviendo
entre cerros, gaviotas y mar una escritora cuyo libro más famoso se
titula Gran Avenida (Ediciones Calabaza del Diablo)?
"No sé, es lento, la noche es oscura...con esas luces de los juegos de
la Plaza Victoria", recita como en voz alta. De golpe Gladys vuelve en
sí. "Es barato, lo que significa que puedes trabajar menos y escribir
más". Cuando no escribe o no está organizando algún encuentro de
poesía, trabaja como voluntaria en la Biblioteca Nórdica Infantil,
donde nos hemos reunido mientras los niños leen, y elabora libros
artesanales en la editorial independiente Inubicalista.
En sus ratos libres, evita esos bares "cerveceros, bien machistas" del
plan y camina. "La geografía ayuda a que puedas caminar sola, sin
verte rodeada de gente...Tengo un problema con la gente". Le pregunto
si su fama de "poeta maldita" es la culpable de su autoexilio. "Me
aburrí de todo eso. No demonizo Santiago, pero allá se me acercaban
para sacarme una foto o insultarme por e-mail sólo porque había salido
en el diario. Fue mucho. Aquí no hay tanto chisme, la gente es más
sana, los poetas no son elitistas ni pretenciosos. Aquí no existo como
poeta. Es un alivio".
Pero existen sus poemas. Uno de ellos dice: "Todas las ciudades son
iguales/ si haces el mismo ejercicio/ buscar una cama/ encontrar
alguien en esa cama".
Es un buen final para entender por qué uno vive donde vive.
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