Una rubia en Manhattan


por Jorge Edwards
Diario El Mercurio, Viernes 13 de Mayo de 2011http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2011/05/13/una-rubia-en-manhattan.asp
 
Antes, hace quince o más años, había una editorial francesa de
auténtico prestigio literario, La serpiente con plumas. Ahora aparece
la editora, todavía joven y bella, y me entrega un libro reciente del
mismo sello: Una rubia en Manhattan. Es el texto de un periodista
conocido, especialista en cine asiático, sobre Marilyn Monroe y su
encuentro, en la década de los cincuenta, en Nueva York, con un
fotógrafo que la descubrió, que la entendió y que la hizo vivir en un
conjunto extraordinario de fotografías. Ya casi no publicamos
literatura, me dice la editora y directora de colección, sonriente, y
le contesto que un buen retrato al natural, desde distancia corta, sin
tratar de engañar al lector, de Marylin, puede llegar a las más altas
categorías de lo literario. Pues bien, replica ella, espero que se
venda, y mira el objeto que acaba de publicar con una mezcla de cariño
y angustia. Si no se vende, parece decir, mi carrera se termina aquí
mismo.
 
Yo leo el libro desde la mitad para adelante. Comprendo que pierdo
algo, pero no me parece que sea demasiado. No podría leer Madame
Bovary, de Flaubert, de la misma manera, ni Crimen y castigo. La
historia de la rubia en Manhattan, en cambio, me parece más
parcelable, barajable, divisible. Y la verdad es que llego hasta la
última línea en un par de horas. Al día siguiente guardo el recuerdo
confuso de una serie de borracheras, de viajes precipitados, de
películas fracasadas, de anfetaminas e insomnios. ¡Pobre Marylin!, me
digo, y pienso que es bastante más simpática que Emma Bovary, igual de
trágica y un poco más divertida, pero que el talento de Flaubert no se
divisa por ningún lado. El modelo del libro, Marylin, es muy superior
a su escritura, y en la novela flaubertiana sucede exactamente al
revés. Me pregunto, entonces, si la literatura tiende a desaparecer, o
si sólo pasamos por un momento malo.
 
Alguien, entretanto, me confiesa que siente pasión por la actual
literatura de la India, que la sigue de cerca, que devora los libros
de un grupo de autores cuyos nombres me suenan vagamente, y me dan
ganas de recomendarles a los jóvenes que se vayan a Bombay, a Nueva
Delhi. ¡Que no pierdan su tiempo! El genio de lo literario sopla donde
menos se piensa, y ¿por qué no escribir una novela sobre Marylin, un
texto anclado entre la ficción y la biografía, un engendro como se
hacen muchos ahora, y tratar de escribirlo con la maestría de Gustave
Flaubert, aunque se quede lejos del objetivo?
 
Todo lo anterior es una digresión, y compruebo que se ha comido la
mitad de mi espacio. Porque estaba ocupado en estos días de otro
personaje femenino, rubio también, pero mucho menor en años: Alicia en
el país de las maravillas, al otro lado del espejo, en el subsuelo, en
el antejardín de la parroquia anglicana de su amigo el reverendo
Charles Lutwidge Dodgson. Voy a dar una breve explicación. Cada vez
que entro en uno de estos temas, me quedo enganchado durante un tiempo
largo y trato de llegar lo más lejos posible. Alberto Manguel, que no
es precisamente un crítico sino un escritor que escribe sobre la
lectura y la escritura, sobre las bibliotecas, sobre todos los
fenómenos relacionados con el libro, me pidió que hiciéramos un
diálogo sobre Lewis Carroll y Alicia, dentro de un ciclo de la
Universidad de Alicante. Es un tipo de desafío que me gusta.
 
Releo el libro supuestamente infantil —uno de los libros menos
infantiles que conozco—, leo un libro de lógica matemática sobre las
obras de Carroll, que en su vida real, en su identidad como Charles
Dodgson, era profesor de matemática en escuelas universitarias del
centro de Inglaterra, leo Alicia en el país de las maravillas en la
edición minuciosamente anotada por Martin Gardner, novelista y
matemático, y empiezo a encontrar referencias, tejidos intelectuales,
símbolos. Charles Dodgson, el pastor anglicano, el reverendo Dodgson,
era un apasionado de las rimas infantiles clásicas, de los cuentos
populares, de los juegos de ingenio. Aparte de sus célebres textos
literarios, escribió libros de matemáticas, de trigonometría, de
lógica simbólica, además de un par de explicaciones sobre las ideas
fundamentales de Euclides. Otra de sus pasiones, aparte de las
matemáticas y sus diversas derivaciones, era la fotografía.
 
Se hacía amigo con notable facilidad de niñas muy chicas y les hacía
largas sesiones de retratos. Como no faltan los mal pensados en el
vasto y contradictorio mundo de la gente de libros, muchos aseguran
que era un perverso, un pedófilo, que se defendía frente a la sociedad
de su tiempo, la de la época victoriana, con una refinada hipocresía.
A mí no me convence en absoluto este punto de vista, aun cuando no
tenemos argumentos sólidos para aprobarlo o para descartarlo. Se sabe
que la madre de Alice Lidell, chica de siete años que fue la
inspiradora de la Alicia de Carroll, le prohibió en un momento
determinado que siguiera viendo al reverendo Dodgson, pero este
detalle tampoco es una demostración de nada. Se sabe que Dodgson,
Carroll en la literatura, hizo un paseo en bote con la chica y un par
de amigas por una laguna de las cercanías de Oxford, en un atardecer
de verano, y que al regreso del paseo tenía la idea completa de la
novela en la cabeza. Además, se conocen sus maravillosas fotografías
de la pequeña Alice. La de Alice disfrazada de vagabunda, de mendiga,
en harapos, con la mano derecha extendida y una mirada desafiante, es
una de las obras maestras de la fotografía del siglo XIX.El libro
comienza cuando la pequeña Alicia encuentra a un conejo blanco,
vestido de levita blanca y de sombrero, y decide seguirlo. Comienza,
en buenas cuentas, con un fenómeno de asombro, de irresistible
curiosidad. El conejo desaparece en un hoyo que se abre en el medio
del campo y Alicia entra y empieza a caer. A partir de esa caída, todo
es misterio, desarreglo, disparate. Los ingleses tienen la palabra
nonsense, sin sentido. Dodgson, el matemático, el lógico, sentía
fascinación por todo lo que se pudiera definir como nonsense. Mientras
Alicia cae por el hoyo, divisa en los muros estanterías, cajones,
gavetas, libros, documentos. Hemos entrado en los laberintos del sueño
de un escritor y de un matemático.
 
Los personajes son cartas, como el Rey Rojo, piezas de ajedrez, como
una de las Reinas, caballeros dibujados en ilustraciones de libros de
caballería. Vale la pena perderse en esto, y no sé si vale la pena
volver a encontrarse. Dodgson escribió un trabajo que lleva el título
siguiente: ¿Qué le dijo la tortuga a Aquiles? Fue publicado en una
revista especializada que se llamaba Mind (Mente) en diciembre de
1894. Toda la obra del reverendo es un viaje, pero no por paisajes del
campo de Inglaterra, no por senderos de Oxford, sino por espacios
imaginarios. Algunos diálogos son inolvidables: el de Alicia con un
ciempiés somnoliento y bromista, por ejemplo, o con un huevo
intelectual, pedante, que se llamaba Humpty Dumpty. Si usted se aburre
con estos asuntos, no tiene más que doblar la hoja y pasar a otro
tema.
 
_____
 
Lo que la Tortuga le dijo a Aquiles
Lewis Carrollhttp://www.guiascostarica.com/alicia/aquiles.html
 
Título original: What the Tortoise Said to Achilles
Traducción de: Humpty Dumpty
Originalmente publicado en Mind, No. 4, 1895, pp. 278-280

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