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¿Tiempo de decir adiós?

por Roberto Méndez
Diario El Mercurio, sábado 28 de mayo de 2011http://diario.elmercurio.com/2011/05/28/el_sabado/la_vida_por_delante/noticias/E928E7F7-B7E0-421B-91A8-9993FE0B0150.htm?id={E928E7F7-B7E0-421B-91A8-9993FE0B0150}
 
En la esquina de avenida Apoquindo con El Bosque aún puede verse un
edificio modesto que, pese a las modernizaciones, delata el paso del
tiempo. El sector es hoy el epicentro de Las Condes y probablemente
uno de los sitios inmobiliarios más caros del país. Ahí se ubica la
Peluquería Parada y hoy veo que tiene signo de demolición. Siento una
extraña sensación de vacío, y un repentino golpazo de tristeza y de
nostalgia.
 
Corre la primavera del 52. Mi padre me toma de la mano y me informa
que debo someterme a mi primer corte de pelo. Un poco asustado, camino
con él las pocas cuadras que separaban nuestra casa de la esquina
citada y nos adentramos en la magia de esta pequeña peluquería de
barrio. Me golpea el intenso aroma a talco y agua de colonia, los
grandes y brillantes sillones giratorios, los blancos uniformes de lo
que me parecieron unos elegantísimos señores peluqueros. Luego la
pañoleta blanca atada al cuello, las tijeras, la charla sencilla del
peluquero mientras hace su trabajo. Es el comienzo de un rito, al que
me introduce mi padre y que pasaría desde entonces a ser parte de mi
vida.
 
Por años he evocado ese aroma, mezcla de alcohol y lavanda, que muy
ocasionalmente he encontrado en peluquerías "de caballeros". La última
vez fue cuando, en un viaje, decidí cortarme el pelo en la exclusiva
instalación de la tienda Harrod´s de Londres. Sublime, pero nada igual
a lo que experimenté esa primera vez en la modesta Peluquería Parada.
 
En las décadas siguientes seguí visitando el lugar. Ya sin la compañía
de mi padre, que siempre favorecía un corte "ordenado" y un tanto
militar, me enfrascaba en encendidas discusiones con el peluquero
para que el cabello, entonces largo y abundante, creciera en la forma
más natural posible. Corría la década de los 60 y los jóvenes, pese a
las aprensiones de nuestros padres, aspirábamos a un "look" más bien
"rockero".
 
Antes que la picota haga lo suyo, decido ir por última vez a la
esquina de El Bosque. Ahí está aún la peluquería, preparándose a
cerrar para siempre. Cierro los ojos y recuerdo: En la esquina, una
fabulosa (así me parecía) tienda de licores; a pocos pasos la
inalcanzable pastelería Avenue du Bois; al frente, un bien abastecido
emporio de una época en que no existían los supermercados, atendido
por sus propietarios una cálida familia de inmigrantes italianos. La
avenida Apoquindo, ancha y señorial, estaba flanqueada por grandes
casonas de espaciosos jardines, la última, inmediatamente al lado de
la peluquería (y que sirvió de sede al comando del actual Presidente
en las últimas elecciones), acaba de caer y en su lugar hay un
profundo hoyo sobre el que se construye una torre de oficinas. Con el
edificio de la peluquería ocurrirá lo mismo. Aspiro profundamente,
pero ya no está la lavanda, ni los hisopos, ni el polvo de talco. Un
viejo peluquero ordena lo que queda en el local (¿será el mismo, me
digo?, ¡no puede ser!). Mi padre murió hace ya mucho tiempo, ya no
queda casi nada de ese barrio y de esa vida. Saludo al viejo, le
pregunto por su destino, me mira con incertidumbre.
 
"No sé", me dice, "llegó el momento de irse". Y siento que tiene
razón, no sólo me está informando, sino que extendiendo una
invitación. Quizás, para mi generación, ese es el tiempo que está
llegando.
 
Camino por El Bosque, por Apoquindo, busco, no sé bien qué. Quizás
una presencia, un aroma, una mano, una voz. Pero no hay nada. Ya todo
se ha ido.
 
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¿Será por la Pelada que Roberto le dice adiós a la Peluquería Parada?
No, es la ausencia para siempre de ese intenso aroma a talco y agua de colonia
que percibió hace casi seis décadas, más o menos cuando estábamos naciendo;
ahora es el rugir del fervor inmobiliario el que levanta polvareda en
lugar de polvos talco
y la única agua que va quedando es la del cercano Canal San Carlos...
No sabemos hasta cuando.

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