Columna 'Tinta China'
por Leonardo Sanhueza
Diario Las Últimas Noticias,
martes 10 de mayo de 2011
Hace unos años Michel Houellenecq
vino a Chile envuelto en una nube de provocación.
Recuerdo que su visita tenía expectante
a medio mundo literario;
no en vano se trataba del escritor francés
más famoso de las últimas décadas.
El adjetivo que más se repetía al calificarlo
era "interesante" y la gente hablaba de él
mesándose la barba o cruzando las piernas
con una severa afectación.
Así como casi nadie sabe pronunciar
muy bien el apellido de Serge Gainsbourg
y recurren a alguna maroma sonora
para salir del paso con decoro,
todos pronunciaban la palabra "Houellebecq"
como si estuvieran caminando sobre huevos,
pero con la pomposidad suficiente
para dar a entender que su versión era la correcta.
El caso de los admiradores de Houellebecq es una
de las cúspides del esnobismo literario del último tiempo.
Sus lectores son asiduos a las novedades,
a la rebúsqueda de autores de alguna clase de vanguardia
y al oscuro brillo de los provocadores o los nuevos malditos.
Les fascinan las boutades, las ocurrencias venenosas,
los argumentos perversos, la parálisis frente a la literatura.
Aunque algunos son avezados lectores,
su punto de vista es adolescente
y enfocan el nihilismo
con una tardía predilección.
Hace poco, leyendo cosas sobre Romain Gary,
llegué a unas opiniones de Nancy Huston,
una de las figuras prominentes
de la literatura francesa actual,
sobre Houellebecq, a quien encasilla
en cierto grupete de "profesores de desesperación"
y no duda en decir que su obra es "basura".
"No entiendo por qué
hay una corriente de pensamiento
entre muchos escritores de Francia y de Europa
que ponen al nihilismo
como fuente principal de su obra", dice Huston.
Esa corriente, tiene puntos fascinantes
e incluye a Beckett, a Kundera, a Cioran,
pero Houellebecq, dice Nancy Huston,
ni siquiera escribe bien y sólo se sustenta
en la transgresión hueca y se refocila
en la exaltación de la violencia,
la soledad y la desesperación sin contrapunto,
basándose, para construir su poética,
en perlas como el asco por la carne,
la inexistencia del amor,
el rechazo a la naturaleza
o la omnipresencia de la muerte,
además de una misoginia idiota y pajiza.
"Muchos hombres", explica Nancy Huston,
"seguramente se reconocen
en el malestar que padecen sus héroes;
muchos deben de compartir
su resentimiento (y su confusión)
frente a la emancipación de las mujeres".
En el extremo opuesto
están, justamente, obras como la de Romain Gary,
que oponen a la desesperación cierta ética de la esperanza,
sin que por ello se vuelvan moralistas o autoayudistas
o empalagosamente bien intencionadas.
Pero esa literatura es difícil y exigente.
En cambio, es muy fácil
(y comercialmente muy rentable)
hacer literatura de personajes vacíos
y contrabandearla como alta literatura
de seres derrotados por el mundo.
La apolítica es utilísima
para arrastrar masas desencantadas.
Un personaje amoral puede servir
para saltarse el aspecto siniestro de la realidad.
La caricatura de un deprimido posmoderno
es la forma más eficiente y efectista
de desesperar sin la necesidad de indagar
los laberintos de la melancolía.
Y mientras tanto las prensas
no paran de imprimir todo eso.
El circo romano tiene función continuada
y el populacho lo aplaude a rabiar.
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