Niño y trompo

  
Cada vez que lo lanza
cae, justo,
en el centro del mundo.
 
            Octavio Paz
 
 
El mundo de nuestra niñez
giraba por temporadas
en torno a un trompo.
 
En los recreos
nuestro mundo era un concierto
de trompos silbando,
los que giraban intermitentemente
sobre la superficie de esta Tierra
que los científicos describen
como una especie de trompo.
 
Después de Copérnico
no sería más el centro del mundo
pero seguía percibiéndose
como el centro del universo,
aunque peregrinara en su danza cósmica
balanceándose como peonza...precesando y nutando.
 
Allí permanecemos todos nosotros
-en inestable equilibrio-
encaramados por un corto tiempo
en su borde frágil y vertiginoso
donde se ha instalado
misteriosamente la vida.
 
Sobre ese trompo que cabeceaba
-como nosotros en aquellos tiempos escolares-
recién comenzada la clase de historia
programada tras la pichanga
que disputábamos intensamente,
momentos después de tragar un almuerzo
en menos de lo que tarda de girar un trompo.
 
Durante el partido
mordisqueábamos la manzana de postre
sacada de uno de los bolsillo del overol
mientras en el otro se asomaba
el dormido trompo regalón.
 
En dichas clases de historia universal,
se pasaba revista a tantas revoluciones
que nosotros imaginábamos
como combates a trompo limpio;
batallas fieras en que las lienzas
se lanzaban, una tras otra,
desenrollando unas temibles armas:
aquellos trompos cucarros
premunidos de afiladísimas púas...

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