Especulaciones ante una caja de fotos


por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticas, lunes 2 de mayo de 2011

Es extraño
que una modalidad de conteo
incida tanto en nuestro modo
de estructurar el tiempo y la experiencia:
contamos de diez en diez, de década en década,
y esto no corre sólo para agrupar
los acontecimientos sociales
sino también para ordenar en el recuerdo
los hechos de nuestra vida íntima.

Vemos fotos familiares de los años 20
y en ellas la facha de las mujeres
coincide con la imagen general del período
que hemos aprendido a designar
como "los años locos".

Había, precisamente, un poco de locura
en los aspectos de esas jóvenes sorprendidas
por el destello lumínico del flash
con el fondo de las flores de papel de una fiesta,
los polvos Harem blanqueando los semblantes,
las ojeras falsas, la melena a lo garçon
y la mirada intensa, a veces cínica y desafiante.

Pero basta trajinar un poco en la caja de fotos
para encontrar figuras y poses totalmente distintas:
en los años 10 las mujeres parecían renegar
de su probable juventud; aparecían aseñoradas,
con pesados faldones grises
y blusas de seda de cuello alto abotonado
-color hoja seca o flor de ciruelo-,
acodadas junto a un plinto de mármol
frente a un paisaje pintado en un telón.

No se percibe en estos casos
la presencia del flash sino más bien
atmósferas amables de luz tamizada.

Las miradas no se dirigen hacia la cámara:
se proyectan a un hipotético horizonte,
o a las lejanas regiones del "Ideal".

Quizás en la época
aquellas imágenes
hayan sido consideradas
de una vulgaridad convencional.

Sin embargo, el inefable paso del tiempo
les ha puesto una pátina de belleza.

Por cierto, no contamos con el audio de esas escenas.

Son años que para nosotros han quedado mudos
y sólo podemos inferir qué tipo de frases
se cruzaban esas personas a la salida
del estudio de Heffner o de Garreaud.

Claro, escuchamos hablar
a las antiguas jóvenes
cuando nosotros éramos niños
y ellas ancianas consumidas,
y nos consta que usaban expresiones
como "aturdido", "pajarón", "bribón",
"podrido en plata", "roto satisfecho" o "a huevo".

Parece que en los años 30 la fotografía familiar
comenzó a salir de los estudios profesionales,
porque en la caja de la memoria
abundan las "instantáneas" de esa década
con paseos al campo y situaciones espontáneas.

El cielo siempre es blanco
y negro los árboles y los cerros.

La vida aparece en estos casos
cargada por un realismo crudo.

Hay más murallas descascaradas,
más arbustos ralos
y ropas un poco más arrugadas
con un descuido abandonado
de toda pretensión.

Sin embargo, aun en los picnics
la gente parecía tomarse la molestia
de acomodar las botellas de vino
de modo que no aparecieran las etiquetas.

La debacle estética del álbum familiar
se dio nítidamente en los 70
cuando de un día para otro
se dejó de contratar
a fotógrafos para las fiestas,
los bautizos y las manifestaciones.

En un momento el registro de estas ocasiones
quedó a cargo de voluntarios de la familia
provistos de cámaras no necesariamente baratas.

Es el tiempo de las fotos movidas
o de aquellas en que sólo se ve
un pedazo de la cara de alguien
o de aquellas en el que
el cacique familiar
es "inmortalizado" en el instante
de abrir la tarasca para embutirse
una prosaica empanada de horno.

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