EL MILAGRO DE DESPERTAR

Milagro
por Cristián Warnken
Diario El Mercurio, Jueves 14 de Abril de 2011
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/04/14/milagro.asp
 
Cuando desperté, el mundo todavía estaba ahí. Corrí a decírtelo, a
contarte mi pesadilla, pero aún dormías. Miré tu rostro, al filo del
alba, y sentí el estremecimiento de alguien que ve el rostro de su
propia mujer por primera vez. No quise despertarte, estabas en un
sueño calmo, entregada con confianza total a esa placidez que sólo
tienen los niños o algunos muertos. Pero estabas viva. Yo estaba vivo.
 
La luz comenzaba a bañar lentamente el mundo y a filtrarse por
nuestras ventanas. Levanté las cortinas, abrí los postigos y aspiré
una bocanada fría de aire puro -todavía-. Me embriagué con esa
sensación de estar vivo, respirando, y sentí como si los pájaros
participaran de ese mismo júbilo. Hubiera querido bajar corriendo a la
calle a despertar a los vecinos diciendo: "¡El mundo no se ha acabado,
estamos vivos!". Habría hecho el loco, pero los habría abrazado a
todos, como si todos fuéramos los sobrevivientes de una gran
catástrofe.
 
Pero ¿quién habría entendido mi extemporánea alegría? El vecino huraño
habría seguido mirándome con su cara de cuatro metros evitando el
saludo. Alguien habría gritado a sus hijos que subieran rápido al auto
para no llegar tarde al colegio.
 
Y mi celular empezaría a llenarse de mensajes de texto. Mensajes de
texto... El único mensaje que habría diseminado por todo el mundo, a
través de todas las redes y plataformas, habría sido: "El mundo
todavía está ahí, hay que celebrar". Pero ¿quién celebraría conmigo
porque el mundo todavía está aquí?
 
Me detuve. Quise prolongar y retener esa alegría, guardarla en mi
pecho, para que durara, para que circulara por mi sangre, para que no
se fuera nunca. La alegría de estar vivo, ahora, en este mundo y no en
otro, en este único e irrepetible planeta flotando en el inmenso e
insondable universo. Decirme a mí mismo en voz baja, para no despertar
a nadie todavía: "Hay hidrógeno, oxígeno, hay silencio y hay música,
hay atardeceres y amaneceres, hay rostros, hay patios, hay un café
humeante que me espera, hay un perro que me ladra porque me reconoce,
hay un niño que tiene fiebre pero que canta canciones, hay un avión
que se eleva y parte con pasajeros a otro lugar de este mundo, que
también bulle de vida, un lugar donde tal vez alguien como yo se
despertó de la misma pesadilla y dijo: "El mundo todavía está ahí",
pero en otro idioma.
¡Hay idiomas! Lenguajes distintos para decir las mismas cosas.
 
¡Hay memoria! Yo sé que yo soy yo, y que tú eres tú y me amas.
 
Corrí a mi biblioteca a escribir esto antes de que pasara. Dicen que
los sueños hay que escribirlos apenas uno despierta, para no
olvidarlos. Pero yo no voy a contar la pesadilla que tuve, sino la
sensación de despertar en una realidad inobjetable, que se toca, se
huele, se siente, se mira, una realidad que podría no estar, pero que
está, desafiando a su propia nada amenazadora, terrible.
 
Un grillo corrió a esconderse de mis pasos, los pasos de un gigante en
su mundo diminuto. Me acerqué con ternura y le dije: "Grillo, me
alegra que existas, que a veces cantes entre mis libros. No tengas
miedo, yo no podría matar ni una mosca después de la pesadilla que
tuve anoche". Lo miré largo rato y tuve la impresión -tal vez
delirante- de que también me observaba, y a lo mejor me decía algo que
yo no alcanzaba a escuchar. Recordé que en mi pesadilla las cucarachas
llenaban las ciudades vacías, devastadas. Hacía frío y todos teníamos
mucho miedo. Digo todos, aunque eran muy pocos los sobrevivientes de
una catástrofe de la que desperté diciendo: "El mundo todavía está
ahí".
 
Por eso, hoy no abrí el diario para constatar que el mundo seguía
igual, lleno de noticias dolorosas y absurdas. Decidí no barrer las
hojas que cubren la entrada de mi casa y celebrar el mundo con todos
sus defectos, errores e imperfecciones, la luz y la sombra de las
cosas y los hombres -todo eso que deberíamos empezar a llamar milagro.

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