por Pedro Gandolfo Diario El Mercurio, Sábado 16 de Abril de 2011http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/04/16/cuidemos-la-oralidad..asp Hace unos tres mil años, la cultura del Mediterráneo oriental, que era primariamente oral, empezó a transitar hacia la escrituración. Fue un proceso que culminó con la invención del alfabeto, la tecnología más extraordinaria nunca antes ni después inventada. Sus enormes consecuencias persisten hasta hoy. Ninguno de los artefactos tecnológicos que hoy tanto fascinan podría concebirse ni remotamente sin el surgimiento del alfabeto, primero, y del libro manuscrito e impreso, después. Jobs y otros como él no son más que brillantes jugueteros comparados con el genio anónimo que durante siglos hombres desconocidos, mediante ensayos y enmiendas, aplicaron para crear y perfeccionar esas magníficas herramientas. El lenguaje oral es, sin embargo, la condición originaria del hombre, tanto si se lo mira como individuo o como especie. El escribir y el leer es la excepción, y el hombre, que (al parecer) lleva unos 50 mil años en la tierra, tardó bastante en adquirir esa habilidad, y cada uno de nosotros necesita hoy someterse a un arduo aprendizaje para adquirirla bien. Como es sabido, la mayoría de los chilenos concluye su educación formal sin dominar plenamente esta gran joya del ingenio inventivo humano. El lenguaje oral, por cierto, ha convivido junto con el discurso escrito durante todos estos siglos y lo empleamos profusamente durante nuestra vida cotidiana, familiar y laboral, pero ya no tiene la función social que desarrollaba cuando no existía escrituración. Es difícil hoy imaginar una cultura puramente oral. Nacemos y somos criados en un contexto social escrito y todavía dominado por el libro. Nuestras conversaciones orales de hoy, incluso en los registros más espontáneos y en situaciones de mayor confianza, están formateadas por la sintaxis y estructura de aquél: hablamos, más o menos, según el patrón de la escritura, patrón sujeto a todas las distorsiones provenientes de la avalancha de información que llega a través de canales dispersos. El hablar bien no debe ser descuidado en la educación en pos sólo del escribir y el leer bien. La oralidad, agigantada ahora por la radio, la televisión, el cine y aquellos modernos juguetes de la comunicación contemporánea (creo que la telefonía celular desató una verborrea global), es clave en la formación de las personas. Cuando se da en su modo más simple —dos o más personas presentes, intercambiando actualmente sus mensajes, cara a cara—, es rápida, viva, flexible, concreta, dialéctica; estimula la sociabilidad próxima, enseña a escudriñar el cuerpo y la mirada del otro; es maestra de prudencia, porque se mueve en un tiempo veloz y está abierta a una inmediata corrección; obliga a formular con claridad nuestras opiniones, a saber escuchar y respetar la opinión del otro. Cuidemos el habla.
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