Columna Terremoto en mi casa por Pelayo Figueroa Diario El Mercurio, Revista Ya, Martes 22 de Marzo de 2011http://blogs.elmercurio.com/ya/2011/03/22/terremoto-en-mi-casa.asp O yo soy un tipo frío, sin sentimientos ni consideración, o Paola es una mujer hipersensible, que todo le afecta. Ayer me decía que el clima estaba raro por el terremoto en Japón. Yo le respondí que siempre en marzo el clima es así de raro. Y ella que sí, que es por Japón, y yo que no, que es lo de siempre. Y así nos pasamos un buen rato, hasta que ella cortó la discusión con un: eres un insensible. A veces pienso que las diferencias entre ambos son así, abismantes y sin sentido. Podría ceder y decirle que sí, que a lo mejor el terremoto influye, y evitarme un mal rato, pero hay un minuto en la conversación en que no se puede no más. En que hay que seguir adelante, porque es un asunto de principios. —¿Sabes? —le respondí—. El problema es que yo soy más racional que tú. No se lo dije para provocarla, se lo dije porque es un hecho científicamente comprobado: el hombre es de razones y la mujer de sentimientos. Pero si ya estaba un poco ofuscada con la tonta discusión climática, eso la indignó. De lo que me contestó, sólo recuerdo algunas palabras y frases aisladas: machista, troglodita, y qué sí soy sensible, también soy racional, harto más que tú y bla bla bla. —¿Ves? —la interrumpí—. Tu respuesta es como eres: más pasión que razón. Aquí, de la indignación pasó a furia y arremetió atropellándose en sus propios argumentos, hasta que se levantó de la mesa y se encerró en el dormitorio. Fin. Siempre hace eso cuando se enoja: se encierra en la pieza. También enciende la tele y sube el volumen. Y abre y cierra las puertas del clóset como si estuviera haciendo sus maletas para irse. Ya la conozco: al principio esa reacción me asustaba y yo terminaba haciendo esto: —Tocando la puerta de la pieza. —Entrando en forma silenciosa. —Poniendo cara de perdóname, fui un imbécil. —Esperando de ella una sonrisa perdonavidas. —Y acercándome para abrazarla. Así Paola salía triunfante de cualquier discusión. Pero el problema es que ya me sé de memoria esa puesta en escena, tan bien armada por ella y que por años le dio grandes resultados. Ya no. Ayer, desde el living la escuchaba y me imaginaba su decepción al ver que pasaban los minutos y yo no tacaba la puerta. ¡Já! Después de todo, no hay relación entre el terremoto en Japón y el clima raro en Santiago. Me puse a leer el diario para esperar mi victoria: que ella saliera, se acercara en silencio y me pusiera cara de tienes razón, la embarré. Y disfrutaba el momento imaginando cuál debería ser mi actitud. ¿Ser magnánimo y aceptar su disculpa? ¿Ser orgulloso y mantenerme impenetrable? ¿Restarle importancia al asunto? ¿Guardar silencio y abrazarla? ¿Hacerme el ofendido para que sufra? Son tantas las alternativas, pensé, que es fácil sentirse poderoso. En el dormitorio, sin embargo, no había ruidos, ni había puertas de clóset abriéndose, ni tele encendida. Tardé poco tiempo en darme cuenta del silencio, y una idea comenzó a atormentarme: ¿y si se me pasó la mano y ahora está llorando? ¿Será eso? ¿Pero es posible que haya sido para tanto? Hemos tenido discusiones peores y ésta es una de las más ridículas que recuerde. ¿Qué importa quién tiene la razón? Traté de poner más atención a los ruidos y nada: silencio. Dejé el diario, fui a la pieza y puse mi oído en la puerta: silencio. Entreabrí la puerta: silencio. Metí mi cabeza hacia la pieza y ahí estaba ella. ¿Lloraba? No. Sólo estaba sentada en la cama y hojeaba una revista. ¿Y qué hice? Pues nada, ya tenía mi cabeza adentro, así que: —Entré sin hacer ruido. —Le puse cara de perdóname, fui un imbécil. —Esperé su sonrisa perdonavidas. —Me acerqué y nos abrazamos. Y bueno, qué quieren que les diga: el clima raro es por el terremoto en Japón.
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Grande!!! y sumiso...
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