Tribuna
Los desafíos de Golborne en energía
por José Miguel Hernández Calderón
Abogado
Diario El Mercurio, Sábado 12 de Febrero de 2011
Energía, la palabra clave del pasado mes de enero, responsable en
parte de la caída de un ministro, la subida de otro y de la baja en la
popularidad del Presidente. Mientras tanto, el país pretende crecer al
7%; el cobre sube como espuma y las mineras anuncian aumentos
históricos en su producción; el empleo, al 92%; el chileno consume
como nunca; las acciones del retail en las nubes; los pronósticos de
venta de autos nuevos anticipan su mejor año, y todo como si se
moviera por inercia. Pero la realidad es otra. Para continuar con este
ritmo de crecimiento y consumo se necesita energía, y no poca.
Cálculos conservadores estiman que a este ritmo necesitamos un aumento
de 600 megawatts al año. En palabras simples, casi un Ralco cada doce
meses.
Pero ¿de dónde sacamos esta energía? Las alternativas son, en
resumidas cuentas, cuatro: (i) hidroeléctrica, (ii) termoeléctrica,
(iii) nuclear y (iv) energías renovables no convencionales (ERNC).
La hidroelectricidad representa la única alternativa de energía
propia: no se importa, no cuesta extraerla y no nos hace dependientes
de nadie, salvo del clima en algunas zonas del país. El problema es
que ambientalmente es compleja, pues interviene ríos, valles,
poblaciones y ecosistemas sensibles, lo que hace que este tipo de
proyectos sean difíciles de aprobar. Un proyecto de éstos no sale en
menos de ocho años.
Por su parte, la termoelectricidad nos hace dependientes de
alternativas energéticas extranjeras -carbón, gas y petróleo-, y las
experiencias pasadas no han sido del todo positivas. Basta recordar el
corte de llave de nuestros vecinos argentinos en 2004, lo que nos
obligó a llenarnos de plantas de carbón y diésel, y a importar gas en
estado líquido a un precio tres veces mayor. En un país exportador de
materias primas, distante 15 mil km de los centros de consumo,
producir con carbón o diésel nos resta competitividad, no sólo en
materia de precios, sino también en materia ambiental, por el cada vez
más inminente gravamen a la huella de carbono de los productos.
La energía nuclear es un tema sensible; es cara y potencialmente
peligrosa, pero a su vez es limpia y de baja intervención ambiental,
con muy pocas experiencias negativas a nivel mundial y ampliamente
difundida en Europa, donde se ha logrado un adecuado manejo de los
residuos que genera. Pero su problema es que nadie la quiere porque
supuestamente en un país sísmico no es viable; como si no estuviéramos
llenos de embalses susceptibles de daños por terremotos y erupciones
volcánicas, cuyas rupturas serían exponencialmente más catastróficas
que la falla de una central nuclear en la mitad del desierto. Basta
recordar que los embalses de Laja, Pangue y Ralco están a un poco más
de 100 km en línea recta del epicentro del último terremoto, y no les
pasó nada. Pero la energía nuclear sigue ahí, durmiendo.
Finalmente, tenemos las ERNC, entre ellas las eólicas, minihidro,
solares y biomasa. Su mayor problema: costo y volumen. En efecto, un
megawatt de este tipo de energías puede llegar a costar entre tres y
cuatro veces más que un megawatt convencional, un lujito en un país
que tiene la energía más cara de América. Respecto de su volumen,
producir los 2.750 Mw de HidroAysén con este tipo de energías
supondría más de 270 minicentrales hidráulicas con más de 8 mil km en
líneas eléctricas, o 100 mil km {+2} de generadores eólicos -algo así
como la superficie de la Región de Aysén completa-, o 180 mil km {+2}
con paneles solares -las regiones de Arica, Antofagasta y Coquimbo
completas, o la superficie de Grecia, Bélgica y Holanda juntas-. Si
fuera biomasa, significaría dejar a la población de este país sin
alimentos.
Pero el problema de las ERNC no termina ahí; su bajo factor de planta
(horas al año que pueden funcionar), obliga al sistema eléctrico a
tener respaldo en forma convencional para los períodos en que este
tipo de energías no funcionan (noche, falta de viento o épocas de
estío).
El gran desafío del ministro Golborne está en integrar todas estas
variables que ofrece la matriz energética, de manera que el país no
pierda las oportunidades de crecimiento y, a su vez, pueda sortear con
éxito las consideraciones políticas y sociales que cada una de las
soluciones energéticas plantea. Por una parte, deberá jugársela para
que los proyectos salgan adelante a costa de sacrificar crecimiento;
para ello deberá hacer que los distintos estamentos gubernamentales se
comuniquen y coordinen entre sí, hecho que no se ha dado bien en la
práctica (MOP, DGA, energía, SEA, SEC, entre otros). Y además deberá
lidiar con una mayoría que, pese a que le gusta crecer, consumir,
viajar y vanagloriarse de que somos un país casi desarrollado estándar
OCDE, no quiere saber de proyectos eléctricos.
Si Golborne logra sortear en estos pocos años esta problemática de
manera exitosa, consensuando crecimiento, precios y voluntad popular,
tendrá la oportunidad de comenzar a ser parte activa en la historia
del desarrollo económico de nuestro país. Tremenda tarea, que
requerirá no sólo capacidad política y de gestión, sino que de mucha
valentía y coraje en la toma de decisiones.
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