Columna 'Tinta china' por Leonardo Sanhueza Diario Las Últimas Noticias, Martes 11 de Enero de 2011 La asociación entre verano y lectura se ha vuelto tan común que a todo el mundo le parece natural e incuestionable, aunque en rigor sea una relación tan contradictoria como irse de vacaciones con todo el equipamiento para freír sopaipillas. Leer en verano se ha convertido en un rito incómodo, extrañamente obligatorio, ejecutado en las peores condiciones: arena por doquier, olor a atún, ruido de tacatacas, sol asesino, calor analfabeto y bikinis que impiden cualquier incipiente concentración. Si se está en el campo, el silbido de la brisa caliente, el murmullo de los arroyos o el zumbido de las chicharras en el trigo maduro producen tal somnolencia que tomar un libro es el equivalente adulto de abrazar un oso de peluche y abandonarse ipso facto a un coma profundo y plácido del que sólo nos rescatarían los pajaritos del alba y el hervor de la leche matinal. Los lectores son los aguafiestas de las vacaciones de los demás. Mientras todos se embetunan con ungüentos grasos y malolientes para bajar a la playa, el lector inventa sus coartadas para poder quedarse en casa y así aprovechar el frescor y la tranquilidad para leer y, de paso, proteger los libros del daño marino o lacustre. Si hay una cabalgata o, peor, una caminata por senderos polvorientos y llenos de tábanos y olor a bosta de vaca, el lector prefiere quedarse bajo la sombra de un quillay, interrumpido, acaso, por la oportuna alegría de una sandía espolvoreada con harina tostada. El lector preferiría no veranear, es el Bartleby de los veraneantes. [Se refiere a la famosa novela de Herman Melvillehttp://es.wikipedia.org/wiki/Bartleby,_el_escribiente "...Al principio, Bartleby realiza una gran cantidad de trabajo. Sin embargo, cuando el narrador le solicita que examine con él un documento, Bartleby contesta: "Preferiría no hacerlo" ("I would prefer not to", en el original).] A los lectores habituales les gusta el verano sólo porque representa una posibilidad cierta de leer sin los apremios del trabajo. En ese sentido, no cree en el concepto periodístico de las "lecturas veraniegas", sino en algo menos falso: un tiempo para leer más y mejor. Es otro tipo de lector el que se aferra al verano como a una tabla de salvación y corre a las librerías a buscar lo que dicen las listas de recomendaciones o a saldar deudas librescas acumuladas de oídas durante el resto del año: se trata de gente que considera la lectura como un imperativo moral, desplazado siempre por supuestas obligaciones y, sobre todo, por la falta de ganas. Esos lectores de verano leen como quien visita a un pariente lejano: por cumplir. ¿Por cumplir con quién? Sepa Moya. Hay dos mitos que ese tipo de personas suele argumentar quejumbrosamente cuando siente el deber de explicarnos por qué no lee en época laboral: la falta de tiempo y el precio de los libros. La solución que encuentran es sumamente práctica: no leen ni compran libros, pero ahorran sistemáticamente una especie de culpa sagrada, mes a mes, hasta que llega el verano y los redime. El lector veraniego es como el corredor de domingo: tiene todo tipo de excusas para no hacer durante la semana lo que él mismo califica como "su pasión", suda sus domingos como una bestia de tiro y saca pecho en los parques, pero al final de su carrera se da una ducha y mira, decepcionado, su panza indestructible y elocuente.
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