INVIERNO EN VERANO

Ayer, jueves Santiago se bañó de magia.

Un resplandor proveniente del poniente
destacaba por contraste
los cerros de la cordillera de la costa
mientras una fina lluvia áurea
que caía en diagonal
se desprendía de un cielo nuboso y grisáceo
que permanecía suspendido sobre mi cabeza.

Me encontraba contemplando esa maravilla
cuando el paisaje comienza a inundarse
con una luz enceguecedora
bañando de tonalidades ambarinas
este extenso valle al que Darwin,
la primera vez que lo contempló,
describiera como un mar interior.

Las laderas de los cerros,
humedecidas por la lluvia
y las hojas de los árboles recién lavadas
se agitaban movidas por el frescor
de un viento perfumado de fragancias.

Parecían saludar todas al unísono
a un sol que antes de despedirse
entregaba la tibieza de sus últimos rayos,
como para recordarnos que el verano
aún no termina
y que lo propio del invierno
también tiene sus bellezas,
sobre todo si nos sorprende
con un intempestivo aguacero veraniego.

Por un momento,
Santiago pareció convertirse
en el centro del verano chileno,
en el que las bellezas de norte al sur
y de nuestro extenso litoral
quedaban comprendidos
bajo el espectacular arcoiris
-hermoso, amplio y pleno-
que terminó coronando
la epifánica tarde estival
después del temporal.

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