Aventurar conjeturas
e internarse en campos especulativos
constituye un ejercicio habitual
y connatural al quehacer científico,
aunque a menudo esta actividad
encamina sus pasos por terreno peligroso
donde no es recomendable internarse;
probables arenas movedizas en las
que frecuentemente se sucumbe.
Invertir energías y tiempo
en estos territorios inciertos y brumosos
suele terminar desalentando
al espíritu más audaz, innovador o emprendedor.
Un ámbito en el que, además y fácilmente,
se puede perder un prestigio bien ganado,
y en el que de los pocos que se atreven,
buena parte son aventureros sin nada que perder
-legión de 'crackpots' incluida-
la mayoría de los cuales
no han dejado huellas permanentes
ni terreno consolidado, por lo que
el establishment frecuentemente
desprecia a este tipo de sujetos
o, al menos, desconfía
de aquellos vagabundos e independientes
que se dejan llevar por sus propias ideas
o incluso se enamoran de sus elucubraciones
las que, en abrumadora mayoría conducen
a un sonado fracaso, dándoles la razón
a los escépticos y proveyéndolos
de buenos argumentos
para desechar de plano estos intentos.
El problema es que el escepticismo
por sí solo, puede servir como método crítico,
pero no basta para levantar
algo que todavía no existe.
No tiene fecundidad
porque le falta la imaginación
ni la capacidad de creer
en que algo que todavía
no es tangible pueda llegar a ser.
No obstante,
este terreno inseguro y desconocido,
constituye un excelente campo de pruebas
para probar nuevos conceptos e ideas
los que son desarrollados en sus consecuencias
hasta el extremo de su potencial
o hasta que la tecnología esté
en condiciones de establecer
algún hito confiable
en este trazado de líneas virtuales.
Einstein hablaba con sabiduría
cuando enfatizaba
la importancia de la imaginación
en la búsqueda de nuevo conocimiento,
en su lucha por explorar y aventurar
lo que se vislumbra más allá de la experiencia,
de las fronteras de la investigación empírica y de los límites
dentro de los cuales están arraigadas las teorías establecidas.
Casi nada ocurre si no es antes soñado o imaginado
-algo similar parece que escribió por ahí Carl Sandburg-
pero como es sabido, los sueños
son por definición delirantes
y la imaginación es 'la loca de la casa'
al decir de Santa Teresa de Ávila,
por lo que no queda otra que arriesgarse
si se pretende alcanzar la otra orilla.
Por su propia naturaleza
este tipo de búsqueda es marginal,
en buena parte infructuosa;
no va con las modas,
ni le atraen las multitudes
que siguen a los carros victoriosos.
Lo admirable es que no es conformista
y esa inquietud la lleva a moverse
más allá, cuando la mayoría anda
con ánimo de establecerse.
Valora los logros obtenidos en el pasado
pero no se siente cómoda al punto
de echarse a dormir en dichos laureles.
Tal vez el principio que la debiera guiar
sea el formulado por Jean Cocteau
cuando definía la prudencia de la audacia
como esa intuición que sabe
hasta donde llegar demasiado lejos...
▼
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS