El cielo de Juan sin tierra por Juan Villoro



Los temas recurrentes de Juan Gelman han sido la infancia, el exilio, el amor, la piel y la luz nimbadas de religiosidad, la conversación con los muertos, las raras vidas de los poetas y, por supuesto, los pájaros, siempre los pájaros.  
 
"Escribo lo que no puedo escribir en mí", ha dicho Juan Gelman. La indagación de este misterio comenzó hace más de setenta años, cuando se asombró de ser el primer argentino de su familia. Los demás eran judíos rusos que habían llegado a Buenos Aires huyendo de los pogroms . A los tres años, su hermano mayor le leía a Pushkin en ruso. Tiempo después, se enamoró de una chica y quiso compartir con ella su pasión literaria. Como el ruso no es un idioma muy popular en Argentina, le entregó versos que había copiado en español, sin gran resultado. Para remediar las cosas, escribió un primer poema.
Ese acto amoroso no se ha interrumpido: "No sé por qué te amo. Sé que por eso te amo", escribe Gelman. Cerca de los místicos españoles, a quienes llama "los exiliados de Dios", entiende la adoración como un acto inefable, la herida que alivia, la llaga necesaria. Por eso, puede hablar de "la secreta dulzura del dolor".
Cada tantos versos aparece en Gelman la palabra "mundo", el sitio desordenado que el poeta mira. Son demasiadas las preguntas que provoca el mundo. A veces, esto tiene que ver con el sentido último de las cosas; a veces, con algo más simple. De pronto, el poeta le pregunta a su mujer algo sobre la llave del gas. La verdad, no le interesa la respuesta; le interesa el acertijo, la rareza de que el gas tenga una llave. Escribe versos al respecto, y en otro poema informa que a su mujer no le ha gustado nada el poema sobre la llave del gas.
Sus temas recurrentes han sido la infancia (ráfaga fugaz entre situaciones dolorosas), el exilio, el amor, la piel y la luz nimbadas de religiosidad, la conversación con los muertos, las raras vidas de los poetas y, por supuesto, los pájaros, siempre los pájaros.
"¿Hay que romper la memoria para que se vacíe?", pregunta el poeta, quien no cree en el olvido ni el perdón. Gelman es el poeta de la justicia. Rompe los cántaros para que la memoria se vacíe. El recuerdo es una ética, la obligación con lo que ha sido, la primera piedra de lo que será. Después del incendio, el poeta cuida las cenizas.
El compromiso político llevó a Gelman a una encrucijada de la que es insólito sobreviviente. Graham Greene lo describió como el único escritor sobre el que pendían dos condenas de muerte simultáneas, la de la Triple A y la de los Montoneros, sus antiguos compañeros de lucha.
El hijo de exiliados inició su éxodo en los años setenta. No sólo de su tierra, sino del lenguaje. A partir de 1973 abandonó los signos de puntuación y las mayúsculas, y bautizó palabras en busca de una nueva patria. Gelman es el extranjero que dice "desamargura", "morida", "solamentarte", "sabrosadulcemente". Años después se reconcilió con la puntuación y las mayúsculas como quien cumple un trámite migratorio. El poeta errante había vuelto a casa.
Gelman vivió en Roma, París y Nueva York. Un acto de amor lo hizo radicarse en el laberinto que llamamos Ciudad de México. Ahí lo vemos fumar y caminar por el barrio de La Condesa.
Cortázar habló de la ternura rebelde que acompaña a Gelman después de atestiguar las muertes de sus compañeros y familiares. Ajeno a los protagonismos, ha dicho que le gusta ser extranjero en México. Tal vez si regresara a Argentina sería extranjero en forma incómoda. Acaso por eso ha escrito: "Cuando el dolor se parece a un país/ se parece a mi país". Hay verdades que alejan: "Llamar a las cosas por su nombre es otro exilio", comenta.
El poema más leído de Gelman es "Carta a mi madre", regreso al origen después de recibir una carta de ultratumba. Su madre le escribió poco antes de morir y la misiva llegó veinte días después. La respuesta del poeta es una interrogación sobre la fiereza del amor y su calcinante y suave y terrible mordedura.
Aunque simpatiza con los gatos, críticos severos a los que les lee su poesía, prefiere a los animales de altos vuelos: "A veces la pena se resuelve en cuatro pájaros". El cielo, país por encima de todos los países, orienta la mirada. Con la vista hacia arriba, Gelman ha podido decirle a todo horror: "Yo te voy a matar, derrota/ nunca me faltará un rostro amado/ para matarte otra vez".
Octavio Paz prefiguró su presencia entre nosotros al escribir: "Juan amanece, con su cara de Juan, cara de todos".

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