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Un escritor que dignifica el Nobel por Marta Blanco
La Academia Sueca de Literatura no se hizo la sueca frente a la obra
del escritor peruano Mario Vargas Llosa. Lo macizo y diverso de su
obra forma un corpus inquietante y complejo, que va desde el
periodismo de opinión al teatro, al cuento, a las extraordinarias
novelas que ha escrito desde que comenzó el arduo trabajo de no
traicionar a las palabras sin traicionar, por ello, a la ficción.
Desde La Ciudad y los Perros , una de sus primeras incursiones en la
denuncia literaria, arremete contra el concepto militar de una
virilidad exacerbada y cruel, el abuso y la necia autoridad,
rebelándose contra ese colegio militar que alentaba a la barbarie a
los muchachos que estudiaban allí. La siguen La Casa Verde , 1966, y
Conversación en la Catedral , 1969. Ese año recibió el Premio Rómulo
Gallegos, equivalente al Cervantes de hoy. Tenía 31 años y se colocaba
entre los macizos narradores de habla castellana.
Escritor comprometido con la literatura y la humanidad, convencido de
que todo es narrable si se encuentran el tono y la forma, la
arquitectura de la novela, suele decir, no ha cesado de sorprendernos
con sus temas, sus investigaciones y su original manera de narrar.
Como "un pez en el agua" nada en el lenguaje con la pericia de un
Odiseo de las palabras, buscando palabras sustantivas, su lenguaje.
Así como encuentra historias capitales como la del santón de La Guerra
del Fin de Mundo , o la disipada y carnal aventura de los hombres y
mujeres de La Casa Verde , narra a ese oscuro y secreto personaje de
su última novela El sueño del Celta , donde cuenta la vida de Roger
Casement, quien se dedicó a denunciar las ignominias en el Congo
Belga, la Amazonia e Irlanda.
Desde sus inicios dio muestras de una fuerza narrativa arrolladora.
Hoy es un narrador maduro, sofisticado y atrevido. Vargas Llosa es el
escritor más serio, divertido y talentoso que conozco. Su inteligencia
y su tesón, que él llama "terquedad", van a la par con un lenguaje
novedoso y leonino para reflejar a los diversos personajes en un
profundo esfuerzo creativo.
Cuando publica, en 1973, Pantaleón y las Visitadoras , da otra vuelta
de tuerca y brota una novela peruana que ocurre entre la Amazonia,
Lima e Iquitos, asaltando al lector con un humor irresistible, una
audacia narradora y una altísima precisión del lenguaje. Es imposible
no reír con los diversos giros que otorga a los militares, tan
precisos y reiterativos, a las cartas de amor, las órdenes y los
desórdenes en que se mete el capitán Pantoja, Pantojita o Panta, para
trasladar a las visitadoras en un barquito precario rumbo a los
soldados ávidos de mujeres ocultos en la selva. Construye una sátira
no exenta de reflexión moral y la novela se aúpa y germina en una
farsa realista fulminante. Da a conocer otra faceta de su talento: el
humor.
Lleva escritos 33 libros muy diversos. Posee una cabeza de órgano y un
ojo hambriento del presente: parte de su obra es la opinión sobre lo
que ocurre e ignoramos, lo que ocurre y no creemos, lo que ocurre y
está mal.
Ha dicho que escribe para mejorar el mundo. Que la literatura es
libertad y creación, pero se logra con trabajo, investigación y
constancia.
Admirador de Flaubert, Joyce y Faulkner, saltó más allá, superó la
expectación y la traducción, gracia de su escritura universal. Nadie
que lea a Mario Vargas sale de sus libros como entró. A todos nos pica
su lanceta, que hiere y da miel. Le hace frente al dolor, al odio, a
la injusticia no menos que al amor y la lujuria, la soledad y la
muerte.
A sus 74 años es un escritor joven, gozador del arte, el cine y la
vida. Elogio para él es el elogio de su esposa Patricia al recibir el
Nobel, reconociendo que su escritura está vinculada no solo al
trabajo, sino al amor y apoyo de los suyos.
Es un honor para el Nobel incorporarlo a su lista de premiados. Mario
Vargas Llosa lo dignifica y enaltece.
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