por Roberto Frías
Entre los volcanes Hornopirén y Yates,
en las alturas de la cordillera de Palena,
viven dos ancianos casi ermitaños
indiferentes a turistas y mochileros.
Como quijotes de novela,
tienen la cabeza llena de leyes,
sin agua y sin luz,
pero con el Diario Oficial al día,
son una rara enciclopedia jurídica
en medio del bosque nativo.
Abogados autodidactas
luchando -litigando-
contra molinos de viento.
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En el límite de la X y XI Región,
Antonio Paillán, de 75 años,
está sentado en un tronco
con un libro en las manos.
Tiene botas de goma
y unos lentes de carey
que, abollados y todo,
son un privilegio en esos confines.
Su sombrero casi toca las nubes.
Como si fuera lo más normal del mundo,
lee el Código de Procedimiento Civil
que heredó de su padre.
Daniel Paillán, de 71,
está apoyado en un añoso árbol,
un poco más allá.
El viaje hasta la casa de los hermanos Paillán
significa primero, cinco horas de trayecto
en un destartalado bus rural, desde Puerto Montt;
luego hay que subirse a una barcaza
que cruza a Río Negro.
Desde ahí hay que andar dos horas a caballo
y, finalmente, hay que internarse
varios kilómetros montaña adentro a pie,
hasta llegar al valle de lago Cabrera.
Los hermanos Paillán
sólo leen libros de Derecho
y han sido, seguramente,
los más remotos suscriptores
de el Diario Oficial.
Diego Paillán, su padre, que se convirtió
en uno de los primeros defensores del bosque nativo
debido a la necesidad de defender su predio,
recibió a modo de reconocimiento, en 1962,
un ejemplar del Diario Oficial donde aparecía publicado
el decreto que creaba la Corporación Nacional Forestal (Conaf).
Para su sorpresa, el Diario Oficial siguió llegando
ininterrumpidamente a su nombre al correo de Río Negro,
incluso después de su muerte.
Una vez leídos y recortados
los usaban para prender fuego,
forrar los enclenques muros de la vivienda,
sellar rendijas y, también, en el baño.
Y así como un buen día
el diario empezó a llegar,
casi 30 años después
un mal día dejó de hacerlo.
Los temas de conversación recurrente
entre los hermanos son las leyes ambientales
y las relacionadas con la madera.
Cuando la conversación toma vuelo
parece transcurrir en los pasillos del Congreso
y no en un chamizo mal iluminado.
Cuesta seguir el hilo sin ser abogado.
-Uno debe tener bien claras
las razones fundamentales
por las que está donde está.
Yo estoy aquí,
pero es algo largo de explicar
y me gusta usar las leyes para aclararlo.
Son, cómo decirlo, precisas.
- En los libros de Derecho
y en la historia -interrumpe Daniel-
está todo lo que debe saber un ciudadano.
También tenemos un manual de urbanidad.
Daniel, aparentemente, es parco,
pero suelta bromas breves y explosivas.
Producto de las cataratas
tiene un ojo bueno y otro malo.
Resulta difícil perseguir
su ojo con visión mientras habla.
Ambos hermanos,
curtidos y desdentados
y sin educación formal,
pronuncian las s sin esfuerzo.
No usan garabatos ni modismos. A la antigua.
La casa de lago Cabrera
ni siquiera tiene vidrios.
Unos plásticos amarillentos
no alcanzan a detener el viento.
Una parvada de nietos
juega entre catres desvencijados,
un antiguo mueble de cocina
y una estufa a leña.
La luz se cuela por las rendijas
en el día y en la noche,
la casa parece una lamparita
en medio del bosque.
Por orgullo, piden
que no se fotografíe su pobreza.
Antonio y Daniel bajan cada vez menos
de la cordillera, pero corren a Río Negro
si les avisan que alguien tiene
un ejemplar del Diario Oficial.
Lo estudian concienzudamente,
uno primero, el otro después,
con paciencia y abnegación.
-Estuvimos suscritos como 30 años-dice Antonio.
Su voz lenta y raspada
evoca vagamente
a los imitadores de Pinochet.
-Mes a mes el agente de correos de Río Negro
o lo juntaba y uno de nosotros bajaba de la montaña
a buscar el fardo de papel.
Siempre le pareció extraño
que unos campesinos como nosotros
leyéramos el Diario Oficial.
Lamentablemente, ambos hermanos coinciden
en que lo único que les quedó de todos esos años
de ardua lectura fue un sabor amargo:
"Seguimos viendo la misma inutilidad,
los errores y los infinitos vacíos de las leyes chilenas
en el tema del bosque", se quejan.
Los Paillán son conocidos y respetados en la zona.
Cuando bajan a Río Negro, lo hacen con sombrero
y con la camisa abotonada hasta el cuello.
Suelen intervenir en reuniones públicas de cualquier orden
y siempre piden la palabra para comentar su tema preferido:
la legislación del bosque, la tala de alerces y los vacíos legales.
Todavía hoy citan con nombre, fecha,
artículo e inciso la Constitución, leyes y decretos
para reforzar sus argumentos.
Sin asomo de pedantería,
gozan dejando boquiabiertos
a sus interlocutores, especialmente
si son autoridades ministeriales o regionales.
A Eduardo Sanhueza, alcalde de Río Negro
lo han hecho sudar varias veces
delante de intendentes y ministros:
-Cuando los Paillán en alguna reunión pública
levantan la mano me sujeto al asiento.
Diego Paillán, el padre de Antonio y Daniel,
era un leñero que llegó a la cordillera
desde la zona de Cahuach (Chiloé), en 1930.
Acompañado de su mujer encinta,
se instaló en el lago Cabrera
para hacer tejuelas de alerce
a punta de hachazos.
Quince años después,
cuando quiso obtener
el título de dominio del terreno,
empezaron los problemas.
Un hacendado de la X Región,
Augusto Ben, demandó al Estado
las mismas tierras
como parte de su fundo.
Paillán era uno de los poquísimos campesinos
del lugar que sabía leer, así es que compró
el Código Civil y el Código de Procedimiento Penal
en Puerto Montt para entender el juicio que le concernía
y se defendió a sí mismo.
-Y como eran esos los únicos libros
que había a cientos de kilómetros a la redonda,
nuestro padre nos enseñó a leer con los códigos.
Pronto los supimos de memoria.
De niños, Daniel y yo jugábamos a los juicios:
uno era el demandante y el otro el requerido.
Después hacíamos de juez.
Elevábamos peticiones a la Corte.
Hacíamos apelaciones.
Sin querer, todos esos conocimientos
nos sirvieron en la vida -recuerda Antonio,
quien nunca fue a la escuela.
Augusto Ben perdió el juicio.
Sin embargo, lo sucedió en la misma petición
la empresa internacional 'Bosques Industriales y Maderas'
que, desde los años 30 hasta los 80,
arrasó las grandes coníferas milenarias
(alerces, robles, raulíes, lengas y ulmos) del sur,
dejando varias especies en peligro de extinción.
La empresa dejó árboles
a medio talar, quemados o dinamitados.
Hoy los espectrales troncos
son parte del paisaje típico
de la Carretera Austral.
Amparados en el Código Civil,
los hijos de Diego Paillán, Antonio y Daniel,
presentaron en 1959
la primera Acción Pública conocida
en defensa de un bosque.
-Era una simple carta escrita a mano -dice Antonio.
-¿Una carta?
-¿Acaso no sabe que la Constitución
garantiza a los ciudadanos
el derecho a petición en el artículo 19?
Así que con mi hermano Daniel
hicimos una carta dirigida
a la Cámara de Diputados
y a la Comisión de Tierras y Colonización
reclamando una irregularidad del Estado
al ceder bosques a esa empresa.
¡Y se desató una trifulca!
-¿Qué pasó después?
-Nos ganamos muchos enemigos.
Nos decían locos, indios, tinterillos,
porque nos opusimos a esa empresa
en el momento en que era
tanto o más admirada que Chuquicamata.
Era sinónimo de riqueza y prosperidad.
Contao, un antigua exploración forestal
de la empresa en Chiloé continental,
fue el primer lugar en tener
alcantarillado, teléfono y electricidad.
¡Las primeras lavadoras!
Diego Paillán murió en 1970,
pero sus hijos siguen reclamando
el bosque que su padre defendió.
Ya van casi 50 años.
-¿Cómo es ese bosque?
-Ah, lindo pues -dice Daniel-.
Hay alerces gigantes todavía,
del diámetro de una casa
y de 40 metros de altura.
Han venido a estudiarlos de varias universidades.
Les han calculado hasta tres mil años de edad.
Antes, cuando yo era niño,
caminar en medio de los troncos
era como ir al edén.
Ahora quedan muy pocos
y están muy lejos.
La tenaz labor en defensa del bosque
de Diego Paillán recién se empieza a reconocer.
En 2001 bautizaron
una calle de Río Negro con su nombre;
en un discurso medioambiental lo nombraron
como el primer defensor del bosque nativo
y una escuela rural se llama Diego Paillán
en recuerdo de su férrea enseñanza de la lectura.
-Sólo con el correr del tiempo,
ahora que la gente ha visto
los troncos mochos en el monte,
se admite que teníamos razón.
De toda esa riqueza quedó poco o nada.
¡Ni siquiera las lavadoras! -reclama Antonio.
Cuando murió su padre, Antonio y Daniel,
en una noble resistencia,
se quedaron viviendo solos
en medio de la cordillera
para sentar presencia
sobre las 500 hectáreas de bosque
que reclaman en lago Cabrera.
Pero hace poco menos de dos años
dejaron la casa familiar
con sus paredes forradas
con el Diario Oficial
y bajaron a una zona intermedia.
Hoy viven con la numerosa familia
de Daniel, pues su disminuida fuerza
les impidió continuar su senda de ermitaños.
-Fueron años muy difíciles.
Las mujeres no lo soportaron y se fueron.
-¿No tuvieron miedo de volverse locos?
-No, no. Había tanto que hacer
con este largo problema!
Además los sobrinos
y los nietos subían a vernos.
Nos llevaban noticias
y, cuando lo encontraban,
el Diario Oficial.
-¿Los escritos a la justicia
los hacen juntos
o sólo uno de los dos?
-Antonio es el abogado -dice Daniel-.
Él tiene lentes.
-¿Y, entonces, usted qué hacía?
-¿Cómo que qué hacía?
¡Yo era el guardaparques, pues!
Una de las razones por las que mi hermano
y yo vivimos tanto tiempo en la cordillera, aislados,
soportando la nieve y la soledad
fue para hacer presencia material,
tal como lo exige el artículo 2.510 del Código Civil-
y recita de memoria el artículo:
"La mera tenencia del predio,
incluso sin título de dominio,
la acredita quien tiene la propiedad material
teniendo casa, cerco o linde".
Cae la noche y el viento frío
se cuela de pared a pared
en la humilde propiedad material.
Los ancianos se amanecen
jugando a los naipes,
hablando de leyes
y tomando mate
a la luz de una vela titilante.
Por la mañana, Antonio Paillán
va con sus nietos al bosque.
Se mueve con agilidad
y no sabe cómo el barro
no se le pega en los zapatos.
-Hace poco, fui al consultorio de Río Negro
a buscar más pastillas para la hipertensión
y me hicieron un chequeo obligatorio
para la tercera edad.
La medicina ha avanzado mucho, ¿no es cierto?
Me preguntaron si reconocía a mis nietos,
si se me perdían las cosas,
me hicieron sumar 25 más 32. Ja ja.
Era primera vez que veía al médico.
Con el antiguo doctor,
Antonio discutía de política,
de la Constitución,
de leyes, sobre ética médica
y, al final de la consulta,
le despachaba con la receta de siempre.
Antonio detiene su ágil marcha
ante un gigantesco tronco de alerce
derribado y cubierto por la selva.
-A este árbol le calcularon 2.600 años
en un laboratorio de la Universidad Austral de Valdivia.
Mientras descansa reflexiona
acerca de los 50 años
que lleva pidiendo al Estado
el título de dominio
sobre los bosques de lago Cabrera.
No ha recibido los títulos,
pero tampoco se los han negado abiertamente,
pese a los tres juicios que han fallado a su favor.
El propio alcalde de Río Negro
ha dicho públicamente
que todos los gobiernos
les han negado el título
porque hay intereses madereros
muy fuertes en la zona.
En tres ocasiones la justicia ha dicho
que ellos tienen más derechos
que nadie sobre esa tierra.
El alcalde lo sabe bien:
fue durante cinco años,
admnistrador de la forestal extranjera
contra la que los Paillán litigaron
desde el principio.
Antonio Paillán suelta una extraña dialéctica:
-Las cosas no pueden ser de dos maneras.
Como en la madera, el palo es cheyeve o huichacón.
Mire -dice señalando las vetas del alerce-
cuando un palo está labrado
con la veta atravesada es cheyeve;
si es a lo largo es huichacón.
Sólo hay dos posibilidades en un juicio:
se acepta o se rechaza, se pierde o se gana,
pero no se deja en el purgatorio para siempre.
La muerte pisa los talones de Antonio y Daniel,
ellos lo saben mejor que nadie
y sus títulos aún están en ese purgatorio.
Una nueva forestal, Larix Ltda.
continúa disputándoles el predio.
Las familias de sus hijos
y, ahora también, los nietos Paillán
viven en una tierra sin dueño oficial.
-Hemos visto caer gobernadores, ministros,
diputados, hasta gobiernos, dice Antonio.
Pero seguiremos aquí peleando
por lo que es nuestro.
-¡Aquí mismito! -dice Daniel.
Daniel saca el mapa de lago Cabrera
de su inseparable maletín negro,
donde guarda los papeles del proceso
y que no suelta ni muestra a nadie.
-A ver, parece que es así -dice-,
girando la carta donde se ven
las coordenadas del volcán Hornopirén,
a cuyos pies está el bosque en el que crecieron.
-¿Y dónde está el predio que disputan?
-Allá -indica a lo lejos Antonio,
sujetando sus lentes
y mirando las cumbres y volcanes de Palena.
Detrás de esa nube.
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notable y epico, ya nadie defiende de esta manera un derecho que nos pertenece a todos los chilenos, la politica y los gobiernos son una puta mierda en chile.
ResponderEliminares increible esta histotria y me ha marcado el esfuerzo de estos hombres.-
A mucho orgullo soy huilliche y defiendo lo nuestro
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