Buceando en el cachureo
[Diario Las Últimas Noticias, Domingo 31 de julio de 2005]
No está muy claro cuál es el motivo que nos lleva a juntar cosas inútiles,
o de índole simbólica, cuya acumulación excede con los años
nuestra capacidad de procesarlas y aún de almacenarlas:
boletos de micro o de tren, pasajes de avión, entradas al cine,
hojas de árbol recogidas en las veredas de varias ciudades,
folletos religiosos, mensajes circunstanciales
que encontramos algún día deslizados bajo la puerta.
Se podría decir que este coleccionismo inespecífico
pretende operar como un añadido a la memoria, que sabemos frágil.
Quizás esperamos que llegue al fin un día dorado
en el cual el tiempo ya no sea una línea de pólvora que se quema,
sino un campo de vastos horizontes
en cuyos pastizales nos recostemos
a considerar nuestra vida
en los ínfimos detalles que la constituyeron.
Me doy cuenta de que tengo pegada en un cuaderno de apuntes
una boleta de compraventas. Dice: Café Santiago.
Fecha: 20 de enero del 2005. Consumo: 1.300 pesos.
Recuerdo bien por qué en esa oportunidad
no me deshice de un documento tan insignificante:
porque al traerme el café la dueña me informó
que ese día el local bajaría la cortina para siempre.
Mi intención no fue inaugurar la nostalgia,
sino retener algo de ese presente,
no demasiado halagüeño para mí,
no especialmente excitante,
pero de cualquier forma inscrito en mi vida:
un verano entre otros veranos,
uno del cual quedarían a final de cuentas
más bien escasas huellas.
Este tipo de bagatelas se me han ido juntando
en innumerables cuadernos y portafolios desde 1979 a la fecha.
No haré ni el ademán de revisarlos.
Prefiero indagar en los archivos de internet
guardados en una carpeta del computador.
Algún día los copié pensando
que las historias contenidas en ellos
conectarían con otras historias encontradas en otros lugares,
pero había olvidado su existencia.
El más enigmático de estos registros
está fechado en febrero del 2002,
proviene de un foro y consta de dos parlamentos.
Una mujer que se identifica como Chilena dice:
"Hola, vivo en Canadá y les agradecería muchísimo
si fuera posible me remitan alguna receta para empanadas caldúas,
tanto para la masa como para el relleno".
José Nieto, desde algún rincón del mundo,
le contesta: "Métete las empanadas por la raja".
Encuentro también algunos textos de John Aubrey, nacido en 1626:
cosas tan intrigantes como "De la fatalidad de las familias y de los lugares"
o "Algunas observaciones sobre días afortunados y desafortunados".
Su vida fue un cúmulo insalvable
de litigios y de enfermedades;
enfrentó adversidades y detractores
("es una persona desvalida, inconsistente
y con cabeza de macaco", escribió uno).
Su autobiografía es más bien una memoranda,
una lista de hechos significativos
consignados en forma cronológica y escueta.
Un par de ejemplos:
"1655, 14 de julio (creo):
sufrí una caída en Epsam y me quebré una costilla".
"1677: estuve en peligro de ser asesinado
por William Earl de Pembroke.
Estuve en peligro de ahogarme dos veces.
Estuve en peligro de ser asesinado
por un borracho en la calle de Grays Inn Gate,
un caballero que nunca había visto,
pero (Deo gratias) uno de sus compañeros
obstaculizó su empeño".
Hay más hallazgos.
Cierta página web antologó en el 2002
las declaraciones más extravagantes de la televisión local.
Muchas llaman la atención por la ignorancia
-como la del concursante que quería estudiar
gastronomía para observar las estrellas-,
otras por su desfachatez.
Una niña acusada de haber ultimado a un veterano en Cerrillos
hace sus descargos frente a un periodista de Megavisión en marzo de ese año:
"Yo no fui. No soy nada suicida ni tampoco homicida ni cocodrila".
"¿Y sabes quién fue?". "No, si tampoco soy adivina".
Termino con el cura italiano Juan de Montecorvino,
quien en el año 1221 tuvo el ánimo de iniciar
una caminata desde Persia hasta Cathay,
con el propósito de propagar el cristianismo.
Según cuenta en una carta más o menos célebre,
en esas lejanías fue acusado
de "espía, mago y enloquecedor de hombres".
Permaneció once años sin confesar sus pecados
porque no había nadie con quién hacerlo,
hasta que se topó con un cura alemán
tan trashumante como él;
compró cuarenta niños
y les enseñó latín y el rito católico;
conoció a un médico lombardo
que sólo se dedicaba a repartir
blasfemias sobre la curia romana;
y estuvo a punto de bautizar al Gran Khan,
pero se lo impidieron
las difamaciones divulgadas en su contra.
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