El "11" de nuevo



por Alfredo Jocelyn-Holt - Diario El Mercurio, 31/08/2013 
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¿POR QUE se ha vuelto a discutir sobre el 11 de septiembre? ¿Para aclarar, llenar lagunas de conocimiento, saber más, entender mejor? Obvio que no. Todo apunta a volver a insistir, a que no olvidemos, a que “nunca más” vuelva a suceder (concordemos que una cuestión un tanto metafísica), a aleccionar a las nuevas generaciones, a volver al testimonio de las víctimas, a hacer la justicia “Rule of Lawyers” que falta por hacer (Niall Ferguson)… En fin, corregir la historia conforme a lo que algunos creen ya saberla; ergo, sermonear, homenajear (mantener la llama eterna combustible), purgar, volver a revivirlo todo de nuevo morbosamente (no bastando que se nos golpeara ya una vez).
Es que, comprendámoslo, la izquierda y el progresismo presumen tener razón y ésta no puede ser sino la de ellos. Simone de Beauvoir sostenía: “La verdad es una, el error, múltiple. No es casual que la derecha profese el pluralismo”. Entendiendo por derecha aquél que no comulgue con la nueva/vieja ortodoxia hegemónica en ámbitos intelectuales, académicos, medios (redes sociales, televisión) y que, en nuestro caso, se ha acaparado del “11” sin hacerse cargo de sus complejidades. 
Y vaya que las hay. Por de pronto, ¿cómo nos hacemos cargo de “complicidades” de millones de personas? La dictadura no contó sólo con bayonetas y el apoyo de las fuerzas políticas opositoras a la UP para hacer lo que hicieron durante 16 años en el poder. Es más, el país está dividido desde antes del “11” (es decir, el “11” es síntoma, no causa). Somos como los alemanes de la posguerra que habiendo tenido ocho millones de nazis (militantes de partido) sobrevivientes de la derrota de Alemania, sólo 13 mil seguían siendo “sospechosos” hacia 1970, 5.200 arrestados y únicamente a 76 se les había aplicado la pena de muerte. Debieron pasar más de 40 años -tras la unificación de las dos Alemania- para comenzar a discutir en serio el nazismo y el Holocausto. Vieja historia. “El crimen cometido por muchos no se castiga”, viejo adagio de Lucano. Lo cual no obsta que, en su defecto, proliferen “penas y castigos” no legales, sucedáneos sí, precisamente los de la etapa culposa en que todavía nos encontramos en Chile.
Sumémosle que todo el discurso político electoral desde el plebiscito de 1988 tiene como eje, digan lo que digan, la división binaria del país remontable a 1973. Como me concediera un bacheletista convencido pero púdico, “esto es campaña”, esto es como la izquierda y el progresismo se apelotona totémicamente en contra de la derecha. Yo agregaría que se trata de una izquierda y progresismo (versión Concertación) derrotados en 2010 y, por lo mismo, de una izquierda y progresismo (que aspira a ser “Nueva Mayoría”) que habiéndose volcado a las calles el 2011 y, a pesar del efecto “flashmob” coreografiado, les ha ido más o menos. Vuelven Bachelet y a más de lo mismo, todo de nuevo. De ahí que ante tamaña frustración no les quede otra alternativa que el de la revancha retrospectiva: apostar al triunfo moral. Es decir, “perdimos pero ganamos; ganamos porque nos sacaron la mugre, igual, la historia es nuestra; y, si además uno que otro momio pide perdón, ¿cómo nos va a ir mal? Así como estamos, lifting mediante, tenemos para otros 40 años más”.

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