Domingo XXIII La cruz del discípulo



P. Patricio Astorquiza Fabry
Diario El Mercurio, domingo 8 de septiembre de 2013

Dice San Lucas que Jesús, en vista de que lo seguía mucha gente, se volvió hacia ellos y les trazó las reglas del juego para ser sus verdaderos discípulos. Les pide ponerlo a Él y su misión por delante de todos los demás proyectos: familia, bienes materiales y la vida misma. Añade: "Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser mi discípulo". Y los invita a calcular bien las condiciones de su seguimiento, como un rey que enfrenta una batalla y mide sus fuerzas.

¡Qué poco demagógico es Jesús! Contrasta con la jerga electoral de todos los tiempos. No se dedica a captar votos. Su reino claramente no es de este mundo. No busca la popularidad fácil de corto plazo. Prefiere perder adeptos que engañarlos con verdades a medias. Sabe que muchos lo siguen solo por la novedad que representa, o por los milagros que hace, o por una equivocada esperanza política. ¿Qué tienen en común estas intenciones? Que están centradas en el yo: en el propio gusto o en la propia ventaja.

Hará falta siempre distinguir en el cristianismo entre los "seguidores" y los "discípulos" de Jesús. La Iglesia Católica cuenta con aproximadamente 1.200 millones de seguidores. Se supone que son bautizados, y se declaran católicos. A medida que se aumentan las exigencias, ese número se va necesariamente reduciendo. Por ejemplo, si se pide el Bautismo y la Primera Comunión, o esta y la Confirmación, se producirá una gran merma. Para qué decir si se cuenta a los que además están casados por la Iglesia, o a los que asisten regularmente a misa dominical. Jesús no rechaza a ningún tipo de adeptos, pero no los califica de "discípulos".

El esfuerzo pastoral de la Iglesia no debe excluir a nadie. Ojalá el mundo entero se declarara católico, aun en medio de sus debilidades y faltas de coherencia. La pertenencia religiosa es siempre un vínculo positivo. Pero la aceptación de esta primera buena voluntad debe tender constantemente a transformar al adherente en discípulo.

¿Y cada uno de nosotros, que escuchamos hoy este Evangelio? Podemos pedir al Maestro que nos ayude a calificar como discípulos suyos. Para conseguirlo, Jesús y su proyecto de salvación tienen que ocupar ese primer lugar que Él les adjudica. El sentido espiritual y apostólico de la existencia debe llegar a ser el fin prioritario de todo lo demás que hacemos y soñamos. Ardua tarea, aparentemente, pero es la senda trazada por nuestro Redentor.

Hacen falta muchos Cireneos que lleven gustosamente la cruz de una existencia esforzada. Es importante tener algo grande por qué vivir, postergar la comodidad personal al servicio de una causa más alta, la causa del Maestro de Nazaret.

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