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El precio de la paz


"Recuerdo la costa de Portugal o España a fines de los ochenta y la comparo con el triste paisaje que exhiben hoy. ¿No hubiera sido mejor dejarlos como estaban, y que en lugar de llenarlos de resorts y departamentos horrendos para un turismo masivo, existieran aún los chiringuitos y los poblados rústicos de gente sencilla?..."

Hace un mes Croacia pasó a formar parte de la Comunidad Económica Europea, constituyéndose en el miembro número 28 de este conglomerado que, tras dos guerras mundiales, desde la década de los 50 ha buscado equilibrar el desarrollo con la paz del continente.

Pese a los problemas que atraviesa, es un hecho incuestionable que el propósito de esta asociación ha sido alcanzado con éxito, y nada hace pensar que su expansión hacia el este no siga sumando nuevas naciones.

Sin embargo, el precio de esta paz y el resultado de esta prosperidad, en torno a unos estándares comunes es, en algunos casos, alto, ya que la voracidad del mercado corre mucho más rápido que la asimilación de una cultura transversal.

Si bien esto no se percibe a primera vista, con el tiempo deja huella, sobre todo en aquellos países periféricos, en lugares donde existen comunidades menos desarrolladas, de alto valor patrimonial, rodeados muchas veces de entornos naturales privilegiados, y por lo mismo, en extremo frágiles. Recuerdo la costa de Portugal o España a fines de los ochenta y la comparo con el triste paisaje que exhiben hoy. ¿No hubiera sido mejor dejarlos como estaban, y que en lugar de llenarlos de resorts y departamentos horrendos para un turismo masivo, existieran aún los chiringuitos y los poblados rústicos de gente sencilla?

Hace unos días tuve la suerte de visitar parte de la costa croata. Es un mundo de islas, caletas y pequeños poblados construidos en piedra hace siglos, rodeados de un paisaje natural excepcional, donde todo se resuelve de manera sencilla; el lujo y las comodidades son que uno puede amarrar el bote en el muelle municipal y comprar frutas, verduras o pescado fresco en el mercado de la localidad. Se disfruta de una arquitectura anónima, en armonía con el entorno, que respira historia, y que dista mucho de los grandes hoteles y conjuntos de edificios que comienzan a aparecer en medio de lo que, hasta hace poco, eran lugares inhabitados.

El llamado “emprendimiento”, (concepto sacrosanto del mercado), ya empezó a depredar lo que siglos de cultura y naturaleza han forjado como paisaje de una nación. Al incorporarse Croacia a la CEE, sus pesadillas de guerra quedan atrás, aunque la amenaza de una destrucción silenciosa, pero masiva e irreversible, amparada por el espejismo del “desarrollo turístico”, aflora en cada uno de sus más preciados rincones.

Por fortuna el emprendimiento y el turismo no son incompatibles con la preservación y la puesta en valor de los lugares. En nuestro país existen buenos ejemplos que iluminarían un desarrollo de verdad sustentable y armónico, para estas y otras costas. Sugiero a todo aquel que tenga un buen lugar y quiera desarrollar algo, que primero eche un vistazo a las termas geométricas de Germán del Sol y entienda cómo una arquitectura adecuada y con carácter, puede hacer la diferencia.

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