Devuelto por el bosque‏


Devuelto por el bosque

REvista paula, 27 MARZO, 2013

DANIEL FLORES

DEVUELTO POR EL BOSQUE

Dejó sicología a medio terminar. Lo despidieron de un trabajo y terminó una relación. El santiaguino Daniel Flores (32) partió a Chiloé en un viaje de renacimiento con tres amigos en febrero. Pero llegó mucho más lejos. Se alejó del grupo y se internó en el bosque. Estuvo 21 días perdido. Descalzo. Desabrigado. Alimentándose de bichos y plantas. Refugiándose con hojas de helecho. Sobrevivió solo con una botella, restos de una cámara y sus anteojos. Casi un salvaje. Es nuestro Into the wild chileno.
Texto y fotos: Roberto Farías
Paula 1118. Sábado 30 de marzo 2013.
Seis días después de que Daniel Flores apareciera vivo, luego de 21 días perdido en el Parque Nacional Chiloé, regresamos en un bote al lugar donde lo encontraron. Como casi no puede pisar con sus pies envueltos en llagas, Mariano Miyacura, un habitante de Cucao, sube a Daniel a la embarcación en brazos. Navegamos por el lado oscuro del lago Huelde, que se interna en la zona de gualves y matorrales de la orilla del parque. Gruesos troncos salen del espejo de agua. En solo media hora, llegamos hasta el km 6 donde unos jóvenes turistas oyeron sus gritos y lo rescataron el 26 de febrero pasado.
–Aquí es– dice Miyacura.
–Aquí es– confirma Daniel.
Observa el entorno ensimismado. Los troncos se enredan hacia el cielo como enormes dedos diabólicos. El verde es profundo, casi negro. El piso, una maraña. Este es el escenario de su extravío. Y aquí comienza a contarme en detalle cómo se las arregló para sobrevivir en el bosque impenetrable.
A veces siento que yo no sobreviví, sino que el bosque me devolvió. Aplicó conmigo todos sus trucos, sus encantos, sus torturas también, para lograr algo de mí. Y cuando lo logró, me dejó salir. Pero lograr ¿qué? Todavía no lo sé.
En la clásica postal de Chiloé, la vegetación típica de la isla parece casi bucólica: por la carretera las vaquitas pastan, hay carteles que avisan el cruce de inocentes pudús. Solo faltan los duendes. Pero basta ver un mapa para observar que hacia el Pacífico no hay ninguna ciudad importante.
La costa de Chiloé que da al océano son barrancos abruptos, quebradas intrincadas y cerros amorfos cubiertos por una vegetación no muy alta pero espesa, húmeda y considerada una selva. Es tan deshabitada que toda esa mitad occidental de la isla es mitad Parque Nacional y mitad parque privado, el Tantauco.
Justo al medio, entre esos dos grandes territorios vírgenes está Cucao, donde se perdió Daniel, aledaño al Parque Nacional de Chiloé, 43 mil hectáreas de bosque impenetrable. La distancia de Santiago a Rancagua.
Una vez dado de alta, Daniel Flores aceptó volver al lugar exacto donde se extravió para relatar in situ cómo sobrevivió durante 21 días en un bosque impenetrable.
Todo el tiempo se pierden personas en esos bosques. Yo mismo estuve perdido 8 horas hace unos años. Nunca lo he podido olvidar. Un turista norteamericano se perdió en diciembre, a pesar de su teléfono satelital, y apareció por otro lado dos días después. En 2011, un excursionista chileno. El propio Administrador del Parque, el trabajador de la Conaf Francisco Delgado, estuvo extraviado durante 8 días junto a dos guardaparques en los años ochenta. Salieron muy maltrechos. Pero el peor caso ocurrió en 1971. Una avioneta aterrizó de emergencia sobre esos bosques de Chiloé y sus ocupantes al parecer alcanzaron a avisar por radio que habían sobrevivido. Pero desde entonces no aparecen ni los sobrevivientes ni el avión. Sus familias los buscan, año tras año.
Producto de las llagas en sus pies, Daniel tuvo que ser cargado en brazos por el lugareño, Mariano Miyacura, para regresar al lugar exacto donde se perdió.
EL DÍA QUE ME PERDÍ
–Adivina dónde estoy–, le dijo Daniel el 6 de febrero a su amigo Fernando Ravello que se había quedado en el camping junto a otros dos amigos y que lo llamó a su celular. –Estoy en un mirador. Alcanzo a ver el lago (Huelde) y el mar. Hay un bosque de alerce detrás de mí–.
–Debimos haber salido en grupo– le dijo Fernando.
–Más tarde cocinamos y hacemos algo juntos–, respondió Daniel. Y cortó. Puso la cámara en una baranda y se tomó una foto.
Ese fue el último llamado y la última pista que dejó antes de esfumarse. A las 8 de la mañana Daniel había partido solo a caminar mientras sus amigos dormían. A esa hora ya había sol y llevaba dos horas y media caminando por el Sendero de Chile, de Chanquín a Quiao.
Con su amigo Fernando se conocen hace cinco años. Uno interpreta a Pilatos y el otro a Simón Celote en la celebración de la Semana Santa de su barrio, en la comuna El Bosque. Cada vez que salían de camping, Daniel se iba a excursionar solo. Incluso de noche, dejando al resto con el alma en vilo. Fernando, Álvaro Díaz y Rodrigo Retamal decidieron esa tarde ir a la playa de Cucao y no volvieron al camping hasta la noche.
“A veces siento que yo no sobreviví, sino que el bosque me devolvió. Aplicó conmigo todos sus trucos, sus encantos, sus torturas también, para lograr algo de mí. Y cuando lo logró, de dejó salir. Pero lograr ¿qué? Todavía no lo sé”, reflexiona Daniel luego de 21 días perdido.
Daniel recuerda así ese día:
–Caminé media hora hasta que el sendero se puso cada vez más espeso. Se hacía enredado. Ramas duras. Ortigas. No parecía ser el camino correcto. Cuando quise regresar, no volví a encontrar ni los puentes de troncos que había atravesado ni el sendero. Estaba perdido. Nunca más volví a tener señal de celular. Pensaba que era mala pata, no un caso de vida o muerte.
Empezó a reptar debajo de los árboles. Subió una quebrada. Bajó una cascada. Sin querer entraba a un sector donde no va nunca nadie. Y se fue alejando en círculos.
–Allí me tomé una última foto echado en un tronco y viendo unas arañas rojas frente a mí. Pensé, pucha, mis amigos me están esperando.
Ya casi oscurecía cuando llegó a una zona más plana.
Recién a las nueve de la noche sus amigos Fernando, Álvaro y Rodrigo llegaron al camping. Lo llamaron infinitas veces al celular. Fue entonces que Fernando empezó a contar 24 horas para dar aviso como suele hacerse. Pero íntimamente pensaba que Daniel podía excursionar de noche. No sería la primera vez. Siempre hablaban de esos programas de sobrevivencia y lo que harían en tal caso.
–Esa primera noche sentí miedo. Frío. No sabía dónde me estaba metiendo. Los árboles eran muy húmedos. Trataba de calentarme las manos con la llama del encendedor. Después el gas se acabó.
Cuando amaneció el segundo día estaba nublado.
–Me sentía bien. Pero estaba muy helado. Si me detenía, empezaba a tiritar. Tenía que moverme de un lado a otro. Andaba a tientas. Apenas veía a dos metros de distancia por la espesura. No volví a tener un claro para ver. Sentía que el bosque estaba vivo. Se movía. En un rato la lluvia o el viento lo cambiaba todo. Desconocía totalmente lo andado y vuelta a empezar. Era como un calabozo. Día tras día.
LA DESESPERACIÓN
Hasta el día 3 lo único que pensaba era que había cometido un error y que tenía que salir de ahí por las suyas.
–Pero después empecé a desesperarme. Al cuarto o quinto día hubo un temporal terrible. Y pensé que en realidad requería una fuerza sobrehumana que no tenía. Con la lluvia, un hilo de agua se convirtió en río y los bototos chuparon agua. Me los colgué al cuello para que se secaran, pero pesaban como ladrillos. Me impedían caminar. Y tomé la decisión de dejarlos, se me iban a enfriar los pies, me los podía dañar, pero era sentarme a esperar que me encontraran o moverme yo. Pensé que nadie podía entrar a esa selva por mí.
Increíblemente al tercer día de perdido y luego de hacer la denuncia de presunta desgracia, sus amigos Fernando, Rodrigo y Álvaro partieron a Santiago. Eso levantó muchas sospechas.
Exequiel Álvarez (64), jefe de la Brigada de Bomberos de Cucao, comenta: “Cuando supimos que los amigos de Daniel se habían ido, sospechamos de una muerte accidental o violenta. Un oficial de Carabineros, además, trajo un croquis de la vidente de Chimbarongo. Perdimos ocho días buscando cerca del mirador un supuesto cadáver cubierto por hojas, mientras Daniel se internaba cada vez más en el bosque”.
Daniel ya llevaba cinco días perdido cuando llegaron sus padres. Con Exequiel Álvarez, Mariano Miyacura y otros 70 lugareños, junto al padre de Daniel, se abrían paso a machete bosque adentro día tras día gritando: “Danieeeeeeel”.
Daniel estuvo siempre cerca. En una zona enmarañada pero cercana a no más de 10 km del pueblo. Pero en medio de varias quebradas.
–Yo oía los helicópteros y los botes. Pero ellos no me oían a mí por los motores. Y no me veían por el ramaje del bosque.
Los insectos lo empezaron a devorar. Unas moscas de ojos azules le hacían heridas, que luego los tábanos mordían. Los zancudos le hacían una roncha. Y luego otras moscas infectaban todo. Lo picaban uno sobre otro. Cuando se acurrucaba de noche, se protegía la cara con el cuello de su beatle, lo único que tenía. Daniel conserva nítidos los detalles:
–Al octavo o décimo día ya me dolían los pies descalzos. Se me empezaron a hinchar, a poner duros. Me creció un hongo. Se me hicieron llagas. Las ortigas me rompían la piel. Me salió pus. Los tenía hinchados hasta las rodillas. Ahí me hice unos bastones con cañas. Tenía hambre. Torcí la cámara hasta romperla y me hice unos cuchillos para pelar nalcas y tallos. Traté de recordar lo que sabía de plantas útiles. Había chupones que podía comer, algunos bichos, empecé a mover los troncos y comer orugas. Tenían un sabor a vegetales. A tierra. Caracoles no quise comer, porque sabía que tienen parásitos. Lo recordé de la serie 1000 maneras de morir; los parásitos de los caracoles crudos se van al sistema nervioso. Hongos tampoco. Aunque los veía crecer de repente, no sabía si eran venenosos o no. Me di cuenta que hasta la mugre del cuerpo me servía para conservar la mayor temperatura posible.
Me repetía: “el verdadero guerrero es el que no teme, el que vence el hambre, el frío”. Saqué los lentes para hacer fuego con una lupa. Pero eran muy pequeños, casi no servían. Y no había luz de sol suficiente. Con el imán de un audífono y una latita de la cámara intenté hacer una brújula. Tampoco sirvió y tampoco le creía mucho. Pensaba en marcar el camino. Pero todo era inútil. Todos los planes fallaban.
Los insectos lo empezaron a devorar. Unas moscas de ojos azules le hacían heridas, que luego los tábanos mordían. Los zancudos le hacían una roncha. Y luego otras moscas infectaban todo. Lo picaban uno sobre otro.
Entre el día 13 y 14 me comenzó un shock alérgico que me hinchó los pies como troncos. Llegué a un brazo de agua calma, como estancada. Al otro lado vi un terreno plano con una choza abandonada. ¡Estoy salvado, pensé! Pero lloré de impotencia porque a pesar de que el brazo de agua no medía más de 10 metros de ancho era hondo y ¡yo no sé nadar! Empecé a vadearlo pero resultó ser enorme y me perdí más y más. Cada vez más adentro de la selva. Y nunca más volví a ver la choza.
Sentía impotencia y gritaba: ¡No está saliendo nada bien! ¿Por qué? Grrrrrr. Me arrodillaba y le pedía a Dios y disculpas a mi familia. Hacía tratos con él para salir de ahí. Pero me daba cuenta que los tratos los hacía él conmigo. Recordaba a mi papá bebiendo agua con las manos de una poza en un paseo que hicimos cuando yo era bien chico. Prometí reconciliarme con él. Quería hundir las manos en esa agua fresca. Y cambiar mi vida por completo y ayudar a los demás.
La noche del día 15 o 16 no sabía si estaba soñando despierto pero vi luz en el cielo. Era una nube. Apenas estuvo sobre mí, sentí como si abrieran la regadera de una ducha. Me guarecí con la cabeza en las rodillas sintiendo cómo el agua me caía por todo el cuerpo. Pensaba que iba a morir. Quería que al menos conservaran estas fotos y me dormí con la memoria de la cámara apretada en la palma de la mano.
Daniel desarmó su cámara fotográfica para sobrevivir, pero guardó férreamente la tarjeta de memoria. Estos son autorretratos inéditos del día en que se extravió. Arriba: desde un mirador, el último lugar donde tuvo señal su celular para llamar a sus amigos. Horas después, ya completamente perdido en la espesura del bosque, se tumbó junto a un tronco y se tomó esta última foto, justo antes del anochecer, donde recuerda haber visto arañas rojas.
CÓMO SALÍ
El día 15 Carabineros concluyó la búsqueda sin resultados. La familia continuó solo con apoyo de los lugareños y los bomberos de Cucao. Llegó la PDI con la clara intención de buscar pistas de un homicidio, volviendo a interrogar a todos los últimos testigos.
Fernando Ravello, el amigo de Daniel, comenzó a vivir en Santiago una pesadilla de culpa y temor por haberse venido. En su diario de vida comenzó a anotar los días que Daniel llevaba perdido mientras se sucedían las llamadas de la Fiscalía, de la madre de Daniel y de otros acusándolo: “Si le hicieron algo a mi hijo, confiésenlo”, le decían. “Andaba como perdido, desanimado. Intentaba reír, hacer cosas, pero al rato me deprimía. No podía retomar mi vida. Ni trabajar. Por lo mismo me despidieron del trabajo”, cuenta Fernando. Por el día 15 anotó en su diario: “Yo sé que no le hicimos nada a Daniel. Él está vivo. Él sabe sobrevivir en el bosque”.
Daniel, por su parte, intentaba resistir.
–A veces me desanimaba, pero era peor. Decidí combatir la tristeza. Me ponía a cantar: “Arriba en la cordillera, tú que estuviste tan lejos. Hay que conocer la piedra que corona el ventisquero”. Me daba risa. Reírme de mí mismo me hizo aguantar tanto tiempo.
Los últimos días ya no podía moverme mucho, calculaba que solo me quedaban cinco días de vida. Al principio hacía mis refugios con cañas, con hojas de helechos, de pangue. Eran más elaborados, porque tenía más energía. Al final estaba tan débil, que solo me cubría con hojas. Y antes de dormirme le gritaba al bosque:
“¡Yo aquí no voy a morir, de aquí voy a salir!”. Trataba de hablar mentalmente con mi familia y mis amigos. Pensaba que tenía que tener alguna conexión, que recibirían mi mensaje.
–El día 16 o 17 me entró otra bacteria a los pies– continúa Daniel. Empecé a soñar imágenes alucinantes. Tuve pesadillas con el sonido de los sapos, las luciérnagas. Vi una nutria, un pudú. Loros. Y los grillos ensordecedores. Escuchaba gritos. Cosas raras. Ya no confiaba en mi mente, estaba muy, muy cansado. Una de esas noches de desvelo, empecé a escuchar unos tambores. Pensé que alucinaba por la infección.
Era la fiesta de la luna, famosa en Cucao, con la que se cierra el verano. Este año se realizó entre el 25 y 26 de febrero. Asistieron tres mil mochileros. Él no sabía que existía.
–Decidí ir hacia la música. Dos días, día y noche me arrastré por el bosque sin parar, orientándome solo por el sonido. Por fin tuve certeza que iba en una sola dirección porque al segundo día escuchaba los tambores más cerca. Llegué a una parte plana. Frente a un brazo de agua nuevamente. Comenzó a llover y me refugié lejos de la orilla por si crecía. Para mi desgracia, con la lluvia el sonido de los tambores terminó. Pero a lo lejos escuchaba motosierras. Seguí avanzando. A las cinco y media o las seis de la tarde, oí voces cerca de mí que venían desde el agua.
Empecé a gritar: “Hola, me llamo Daniel Flores, llevo 18 días perdido (había perdido la noción del tiempo, llevaba 21), por favor cabros no se vayan. No se vayan”.
De vuelta me respondían si era una broma. Empecé a gritar de nuevo. Se quedaron. Por las voces nos fuimos ubicando. Hasta que los divisé en la orilla. Tres cabros jóvenes en un bote a remo. Uno alto, moreno; otro grandote y una niña.
Ellos vieron a un tipo con el pelo enmarañado y anteojos que se erguía apenas sobre los troncos. En polera. Tenía las piernas moradas y shorts celestes manchados de sangre. Habían visto los carteles SE BUSCA en Cucao y sabían del caso.
Daniel en el Parque Nacional de Chiloé explica cómo se las arregló para alimentarse: buscaba chupones, bichos, orugas y tallos de nalcas. Las hojas de estas le servían, además, para cubrirse.
–Por un tronco me arrastraron hasta el bote y partimos. Me encontraron en el km 6. Lloré de felicidad. No lo podía creer. Me llevaron al camping del Abuelo Peto a una casa donde una señora me sirvió leche y pan amasado. Avisaron por celular y llegó la Conaf y la PDI, que se peleaban por llevarme.
En Chiloé fue el suceso del año.
Cuando emprendemos el regreso al continente, los conductores del ferry que transporta los vehículos, lo observaban con cara de: ¿te conozco de alguna parte?
–Hola– dice él estirando su mano huesuda sin que se lo pidan. –Soy el hombre que estuvo 21 días perdido en el bosque.
–Ah, por eso. Te he visto en la tele– le dice uno. –Yo en los diarios– dice otro.
Él rápidamente desembucha sobre los desconocidos los planos generales de su historia.
–Increíble– dice un conductor cuando parece haber terminado.
–Tremendo– dice el otro.
–Permiso– dice Daniel y se aleja hacia la baranda. La costa de la Isla Grande se va distanciando. Daniel se hincha los pulmones y grita como un marino: “¡Adiós Chiloé!”.
Recientemente lo invitaron de la televisión de Uruguay y de un programa de sobrevivencia de la televisión norteamericana. Otros le ofrecieron grabar un documental. Él insiste que no sobrevivió por técnica, sino por fe. Por un acto de Dios. Piensa dictar charlas o hacerse predicador.
Días después vuelvo a verlo en Santiago. Lo encuentro trotando por las calles cercanas a Gran Avenida. Casi totalmente recuperado. Ya nadie lo reconoce. Nadie lo detiene en las calles. Fernando Ravello –su amigo que lo dejó perdido– todavía no se atrevía a llamarlo. Y él, espera que lo llame. Quizás se encuentren en la celebración del Vía Crucis que hacen para Semana Santa en su barrio, donde uno se disfraza de Pilatos y el otro de Simón Celote azotándose con sus vecinos, mientras otro arrastra una cruz de plumavit.

Día litúrgico: Domingo de Pascua (Misa del día)‏


Día litúrgico: Domingo de Pascua (Misa del día)
Texto del Evangelio (Jn 20,1-9): El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». 
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.
Comentario: Mons. Joan Enric VIVES i Sicília Obispo de Urgell (Lleida, España)
«Entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó»
Hoy «es el día que hizo el Señor», iremos cantando a lo largo de toda la Pascua. Y es que esta expresión del Salmo 117 inunda la celebración de la fe cristiana. El Padre ha resucitado a su Hijo Jesucristo, el Amado, Aquél en quien se complace porque ha amado hasta dar su vida por todos.
Vivamos la Pascua con mucha alegría. Cristo ha resucitado: celebrémoslo llenos de alegría y de amor. Hoy, Jesucristo ha vencido a la muerte, al pecado, a la tristeza... y nos ha abierto las puertas de la nueva vida, la auténtica vida, la que el Espíritu Santo va dándonos por pura gracia. ¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y nuestro Camino para siempre. Él hoy «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 22).

El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.

“Ver y creer” de los discípulos que han de ser también los nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor. Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del bautismo que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.

Comentario: Fr. Austin NORRIS (Mumbai, India)
VIGILIA PASCUAL (C) (Lc 24,1-12) «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí. Ha resucitado»
Hoy, contemplamos la Gloria del Señor resplandeciente en su victoria sobre el sufrimiento y sobre la muerte. Promete una vida nueva a todos aquellos que buscan y creen en la Verdad de Jesús. Nadie se sentirá defraudado como no se sintieron aquellas mujeres que «fueron a la tumba con perfumes y ungüentos» (Lc 24,1). 
Los perfumes y ungüentos que debemos llevar durante nuestra existencia son una vida dando testimonio de la Palabra de Dios, cuando Jesús hecho hombre, dijo: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí (…) vivirá, y no morirá jamás» (Jn 11,25-26).

Dentro de nuestra confusión y dolor parece que nos volvamos miopes y no podamos ver más allá de nuestro entorno inmediato. Y el «¿por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (Lc 24,5) es una llamada a seguir a Jesús y a buscar la presencia del Señor "aquí y ahora", en medio del pueblo del Señor y de su sufrimiento y dolor. En uno de sus discursos de Miércoles de Ceniza, el Santo Padre Benedicto XVI dice que «la salvación, de hecho, es don, es gracia de Dios, pero para tener efecto en mi existencia requiere mi asentimiento, una acogida demostrada con obras, o sea, con la voluntad de vivir como Jesús, de caminar tras Él».

Por nuestra parte, «al regresar del sepulcro…» (Lc 24,9) de nuestras miserias, dudas y confusiones, podemos también brindar a nuestros semejantes en este valle de lágrimas, esperanza y seguridad. La oscuridad del sepulcro «dará paso algún día a la brillante promesa de la inmortalidad» (Prefacio de las Misas de Difuntos). Ojalá la Gloria del Señor Jesús nos mantenga en pie cara al cielo y ojalá podamos siempre ser considerados como un "Pueblo Pascual". Ojalá podamos pasar de ser un "pueblo de Viernes Santo" a uno de Pascua.

Comentario: Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)
VIGILIA PASCUAL (A) (Mt 28,1-10) «No está aquí, ha resucitado»
Hoy, en el Evangelio de la Vigilia pascual, late un gran dinamismo: dos mujeres corren hacia el sepulcro, un terremoto, un ángel hacer rodar la piedra, unos guardas asustados caen como muertos. Y Jesús, vivo y resucitado, se hace compañero de camino de aquellas mujeres…
La mujeres son las primeras en experimentar la resurrección de Jesús, y esto sólo viendo el sepulcro vacío y al ángel que les anuncia: «Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho…» (Mt 28,5-6). Son también las primeras en dar testimonio de su experiencia: «Id enseguida a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado’» (Mt 28,7).

Enseguida creen. Pero su fe es una mezcla de miedo y de alegría. Sentían miedo por las palabras del ángel, con un anuncio que va más allá de las expectativas humanas. Y alegría por la certeza de la resurrección del Señor, porque las Escrituras se habían cumplido, por el inmenso privilegio de la primicia pascual que han recibido. La fe, pues, aún produciendo una gran alegría interior, no excluye el miedo.

Se van a anunciar aquella experiencia del Resucitado, que han hecho sin haberlo visto. Jesús les premia esta fe y se les aparece mientras van por el camino.

El centro de toda la experiencia de fe no es en primer lugar una doctrina ni unos dogmas. Es la persona de Jesús. La fe de las dos mujeres del Evangelio de hoy está centrada en Él, en su persona y en nada más. ¡Lo han experimentado vivo y van a anunciarlo vivo!

Otra mujer, santa Clara, escribía a santa Inés de Praga que debía centrarse en Jesús resucitado: «Observad, considerad i contemplad a Jesucristo (…). Si sufrís con Él, reinaréis también con Él; si con Él lloráis, con Él gozaréis; si morís con Él en la cruz de la tribulación, poseeréis con Él las eternas moradas».
Comentario: Mons. Ramon MALLA i Call Obispo Emérito de Lleida (Lleida, España)
VIGILIA PASCUAL (B) (Mc 16,1-7): «Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado»
Hoy, la Iglesia celebra con júbilo la fiesta principal: el triunfo de su Cabeza, Cristo Jesús. La Resurrección de Jesucristo es un hecho del que no podemos dudar. Es comprensible que no sea extraño que un hecho celestial, un cuerpo resucitado, no pueda ser captado por medios terrenales. Pero muy pronto María Magdalena y la madre del Apóstol Santiago, recibían un testimonio indudable, comprobado después con muchas apariciones, realizadas de tal modo que excluyen del todo la sospecha de alucinaciones: «No os asustéis. Estáis buscando a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron» (Mc 16,6).

Además del gozo por el hecho de la Resurrección de Cristo, este acontecimiento nos trae la alegría de contar con una respuesta, jubilosa y clara, a los interrogantes del hombre: ¿qué nos espera al final de la vida?; ¿qué sentido tiene el sufrimiento en la tierra? No podemos dudar de que, después de la muerte, nos espera una vida nueva, que será eterna: «Allí le veréis, tal como os dijo» (Mc 16,7). San Pablo lo afirma con gran convencimiento: «Si hemos muerto con Cristo, confiamos en que también viviremos con Él. Sabemos que Cristo, habiendo resucitado, no volverá a morir. La muerte ya no tiene poder sobre Él» (Rm 6,8-9). Lógicamente, al interrogante sobre el final de la vida, el cristiano responde con alegre esperanza.

El Evangelio de hoy pone de relieve que el joven —el ángel— que habla a las mujeres, une los dos conceptos de dolor y gloria: el que ha resucitado es el mismo que fue crucificado. Dice san León Magno: «… (por tu cruz) los creyentes sacan fuerza de la debilidad, gloria del oprobio, y vida de la muerte», las cruces cotidianas son, pues, camino de Resurrección.

Himno de Laudes en Sábado Santo‏

La palabra de Dios crucificada
es testigo fiel de su elocuencia,
es palabra de amor, y en su existencia,
en la vida y en la muerte fue probada.

Por dar fe a la vida, nos dio su vida;
por dar fe a la vida, fue exaltada
sobre toda palabra pronunciada,
por el Padre a los hombres ofrecida.

La Palabra de Dios ya fue cumplida.
El silencio de Dios está a la espera
del amor de los hombres, que Él quisiera
sea un sí a la Palabra recibida
comunión en su amor por siempre fuera,
plenitud de su don que a todos diera.

Amén.

Curiosidad y los niños que fuimos alguna vez...‏


Los niños que fuimos alguna vez y los que lo son hoy -basta detenerse a observarlos un rato- están rebosantes de curiosidad. Y ese es su talante natural. Nacen así, nacemos así. No en vano Aristóteles inicia su "Metafísica" -uno de los textos más influyentes del pensar de Occidente- con el célebre enunciado: "Todos los hombres desean por naturaleza saber". En otras palabras, todos los hombres son naturalmente niños. De otro modo, sin ese apetito básico, no se explicaría el impulso espectacular del saber y la cultura humanas.

Cuando niños nos arrojan a la vida, pero nadie nos enseña a vivir y, así, el entorno en que nos tocó nacer y los cambios que experimentamos y que aquel experimenta nos plantean un sinnúmero de enigmas, interrogantes y problemas acuciantes. Todo es asombroso para un niño, lo que quiere decir que todo está lleno de preguntas. Lo triste es que ya al llegar a la universidad, la mayor parte de esa curiosidad ha desaparecido. ¡Qué difícil es suscitar (iba a decir "arrancar") una pregunta de un joven! ¡Qué inusual es lograr despertar su asombro!

La pregunta es, por lo tanto: ¿Adónde va a parar la curiosidad perdida de los niños? A las tediosas horas de las escuelas. La literatura que se ha elaborado sobre el aprendizaje es concluyente: no hay enseñanza duradera y profunda si no es capaz de ligar el saber y las habilidades que se enseñan a los intereses y problemas actuales y concretos del alumno. Un programa educacional que se plantea sobre la premisa de que la utilidad, interés o gusto de lo que se enseña ahora solo lo va a entender el educando décadas después está destinado al fracaso.

Es un error grave esperar que los alumnos van a asimilar las respuestas que se les imponen a preguntas que formularon otros, y que ni siquiera se vuelven a plantear, porque el descubrimiento de una respuesta o solución a las propias preguntas y enigmas reales es lo esencial al aprendizaje.

El currículum nacional unificado (que aunque opcional en el papel, se aplica en casi la totalidad de las escuelas públicas) presupone la uniformidad del niño y de su contexto cultural, siendo que cada niño es un individuo que trae sus propias preguntas, tiene su propio ritmo, sigue un itinerario propio de interrogación y descubrimiento.

Enseñar, no embutir. Enseñar es orientar la curiosidad hacia las respuestas que nos legaron nuestros antepasados y que son admirables por su utilidad, belleza, sabiduría o bondad. Si las escuelas no ponen atención al mar de preguntas que trae el niño, porque están urgidas por "pasar" el currículum y lograr buenos resultados en las distintas "evaluaciones", ese mar seguirá extinguiéndose.

Una dulce herida de ansia de amor desmedida‏


Brazos rígidos y yertos,
por dos garfios traspasados,
que aquí estáis por mis pecados,
para recibirme abiertos,
para esperarme clavados.

Cuerpo llagado de amores,
yo te adoro y yo te sigo;
yo, Señor de los señores,
quiero partir tus dolores
subiendo a la cruz contigo.

Quieron en la vida seguirte
y por sus caminos irte
alabando y bendiciendo,
y bendecirte sufriendo
y muriendo bendecirte.

Que no ame la poquedad
de cosas que van y vienen;
que adore la austeridad
de estos sentires que tienen
sabores de eternidad;

que fienta una dulce herida
de ansia de amor desmedida;
que tu ciencia y tu luz;
que vaya, en fin, por la vida
como tú estás en la cruz;

de sangre de pies cubiertos,
llagadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos
y los dos brazos abiertos
para todos mis hermanos.

Amén.

Himno de Vísperas en Viernes Santo

[Oración del Cristiano para cada Día
Laudes y Vísperas Abreviados
Monjas Benedictinas
Monasterio de la Asunción, Rengo, Chile, 2000].

El hombre que ama los alerces

Revista Qué Pasa, jueves 28 de marzo de 2013

Desde hace cuatro años la Fundación Huinay trabaja en un plan para recuperar la población de alerces en Palena. A cargo del proceso está Reinhard Fitzek, un alemán que llegó a Chile sin conocer a la especie y que en el camino se obsesionó o, derechamente, se enamoró de ella.
  •  © Ulrich Pörschmann
Machete en mano, cada semana Reinhard Fitzek (55) recorre un camino de regreso en el tiempo. En medio de la espesa vegetación del fundo Huinay, ubicado en un fiordo de la provincia de Palena, 160 kilómetros al sur de Puerto Montt, él se interna buscando senderos tapados por arbustos y árboles caídos. Son las mismas rutas que, desde hace tres siglos, otros hombres abrieron para ir a la búsqueda de los alerces: colonos chilotes y alemanes, sobre todo. Porque la madera del alerce, alguna vez, valió como el oro. 
Pero Fitzek, un alemán de Munich que llegó hace 30 años a Chile y que hoy es el administrador del fundo, tiene un propósito distinto. A veces solo, a veces con biólogos y compañeros de expedición, intenta llegar a los bosques devastados y encontrar los alerces que quedan para investigarlos y aprender sus detalles. Con los años, ha logrado desarrollar una técnica: mira su corteza, su tronco y las hojas, en un proceso que dura cinco a diez minutos. Así, sabe si el árbol está sano, enfermo o a punto de florecer. Así aprendió a conocer a esos árboles. Y así se enamoró de ellos. En Twitter su nombre de usuario es @Fitzroya. La denominación botánica del alerce.
“Quien mira el bosque y no lo conoce lo ve como una foto, como algo estático”, dice Fitzek. “Pero si sigues más tiempo, te das cuenta de que las cosas cambian”.
Hacer que las cosas cambien es justamente su objetivo. Desde hace cuatro años, él está a cargo de un ambicioso proyecto de la Fundación Huinay: plantar cinco mil alerces en algunos de los sitios que fueron explotados, sobre todo por chilotes y colonos alemanes. 
Reinhard Fitzek quiere recuperar el tiempo.

En la ciudad de los césares

Un arcoíris completo y sobrecogedor recibe a quienes llegan a la estación científica San Ignacio del Huinay. Esa mezcla de sol y lluvia no asombra a quienes viven ahí: para un sitio donde caen más de 4.500 mm de lluvia al año, es un fenómeno cotidiano. Pero el agua color turquesa y los árboles que rodean a la bahía impresionan a los visitantes, como probablemente lo hacían hace cuatro siglos.
La estación es financiada por la Fundación Huinay, que pertenece a Endesa Chile - del grupo Enersis- y a la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, quienes son los propietarios del fundo. Su equipo científico está a la vanguardia en investigación de flora y fauna marítima en el sur de Chile: en la última década ha recibido a más de 340 científicos de todas partes del mundo que vienen desde diversos centros y universidades, y además están trabajando en un mapa de las riquezas submarinas de la zona. 
El fiordo Comau, donde está la estación, fue descubierto en 1619 por el capitán español Diego Flores, coincidiendo con el poblamiento de Chiloé. Pero una leyenda sería culpable de su fama posterior: se dijo que hacia el interior, donde hoy está el límite con Argentina, estaba la mítica Ciudad de los Césares, un lugar encantado lleno de riquezas. Varias expediciones intentaron dar con ella. Y aunque nunca la encontraron, dieron con algo igual de valioso: sitios llenos de alerces para explotar. En esa época, existía el “real de alerce”: una fórmula en que los encomenderos, en vez de en oro o en plata, podían pagar sus tributos al rey de España con tablas de esa madera.
Con todo, hasta inicios del siglo XX los bosques de alerce en Comau llegaban hasta la orilla. Y su explotación continuó hasta varias décadas después. Recién en 1976 se declaró a ese árbol como monumento nacional. Para ese entonces, el cálculo era que de las 740 mil hectáreas que existían a inicios de la conquista española se había pasado a, como máximo, 265 mil hectáreas.
En ese año, Reinhard Fitzek era un joven alemán que se preparaba para sus estudios superiores. Optó por seguir Farmacia. En esa época, su padre hacía excursiones botánicas con los alumnos de la Universidad de Múnich. “El bosque, en general, siempre me interesó por afición. Pero del alerce yo no tenía idea”.
En 1984 decidió viajar un año a Latinoamérica. Después de pasar por varios países, llegó a un Chile convulsionado. Entre sus recorridos por el centro de Santiago, conoció a Soledad, una estudiante de quien se enamoró. Poco después, ambos viajaron a Chiloé y compraron un terreno. Allí tuvo su primer acercamiento con los alerces: las tejas de su casa estaban hechas con la corteza del árbol. Tal como la mayoría de las viviendas de la isla. “En mi terreno había bosque relativamente bien preservado. Ahí aprendí de los campesinos, de la gente. Y después, con libros, de manera autodidacta”, recuerda.
Pero el vínculo mayor llegó después. En 2001, Reinhard y Soledad aceptaron la propuesta de la Fundación Huinay para ser los administradores del terreno de más de 34 mil hectáreas. Cuatro años después, él viajó a Puerto Montt como representante del Consejo Consultivo del Alerce por parte de la institución. Su participación en el grupo le hizo trabajar una idea: recuperar algunas de las zonas que fueron taladas en su propio fundo, casi en un proceso inverso al que hicieron muchos de sus compatriotas que colonizaron la zona. 
La zona era especialmente fértil. El problema, explica Fitzek, es que la fecundación es difícil: el árbol masculino debe inseminar con polen al femenino. Y eso no ocurre todos los años; más bien es un fenómeno esporádico.
Necesitaba un golpe de suerte. Una erupción, por ejemplo. 

Los alerces no tienen prisa

El 2 de mayo de 2008, Reinhard Fitzek subió a la cumbre del cerro Tambor, a espaldas del centro científico. Las imágenes que tomó las guarda hasta hoy: ése fue el día en que comenzó la erupción del volcán Chaitén, que devastó el poblado y cuyos efectos se sentirían por meses. La orden obligaba a salir a quienes estaban a 50 kilómetros a la redonda del volcán, pero Huinay está a 55.
En la primavera siguiente Fitzek detectó señales especiales en los alerces. Algunos tenían un color más rojizo. Era la señal que estaba esperando. “Ahí se nota que ese árbol está preparándose para florecer”, cuenta.
La cosecha fue en marzo de 2009. Antes, habían desarrollado una técnica de selección: tomaban una muestra de diez semillas y las cortaban. Si tres de ellas tenían un embrión de alerce en su interior, ese árbol era elegido. “Esperamos un día soleado, lo sacudimos y le colgamos abajo una lona grande o un paraguas invertido”, explica.
Lo más complejo recién empezaba. El alerce, que vive por milenios, es un árbol que no tiene prisa. Una vez hecha la cosecha, el equipo puso todas las semillas en agua para una nueva selección: las que se hundieron eran las que eran viables de germinar. Tras ello, se les colocó cuatro meses en una cámara de frío, a una temperatura de cuatro grados. “El alerce tiene que pasar el invierno con harto frío para recibir después la señal en primavera de que viene mejorando el clima y ahí germinar. Entonces, uno simula esa situación”, explica Fitzek.
En primavera, se colocan las semillas en un cajón de 25 por 50 centímetros que contiene compost, arena fina y pompón, un musgo que crece en el sur y que ayuda a retener el agua. Luego de la germinación, se traspasan a unas bandejas donde cada árbol está por separado. Cuando crecen hasta diez centímetros, se trasladan a otro cajón,  a la intemperie. Hoy, una parte importante de los cinco mil alerces están a la espera para llegar a ese proceso. La parte final, que pretenden realizar el próximo año, es la clave: en invierno, trasplantarán los árboles al terreno. El proceso antes de ese trasplante final dura entre cinco y seis años. Aquellos árboles que lo superen podrán vivir hasta cuatro mil años.

Renacer desde las cenizas

-Ese árbol murió el año 622 después de Cristo.
Fitzek muestra un trozo de madera de no más de 30 centímetros que tiene en su oficina. Es de un alerce cuya existencia acabó hace 1.390 años, el mismo año en que Mahoma huyó de La Meca a Medina y que los musulmanes marcan como el inicio de su calendario. El árbol tenía 3.381 anillos, lo que significaba que había nacido en torno al año 2760 antes de Cristo. Pero después de muerto, permaneció más de un milenio en pie, hasta que, como muchos otros, fue derribado a inicios del siglo XX.
Esa resistencia, su longevidad, son los factores que lo impresionan. “Nosotros decimos que el alerce es una especie catastrófica, porque donde otras especies se demoran mucho en llegar, él llega primero y tiene ventajas”, relata.
Las características también han llamado la atención de muchos investigadores. Por ejemplo, en Huinay desde 2011 se están realizando, con el apoyo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, estudios de isótopos estables, un mecanismo que permite reconstruir las condiciones climáticas, hídricas y térmicas a las que ha estado sometido un alerce a lo largo de los años. En esa línea, hay una cooperación entre el Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra, de Granada, y el Laboratorio de Dendrocronología de la Universidad Austral de Valdivia para fechar con mayor precisión los alerces del fundo. En el caso de los tocones -es decir, lo que queda de un alerce cortado-, se han encontrado muestras de más de  3 mil años. Para árboles vivos, se ha llegado a 1.700 años. La idea es generar un pequeño circuito con esa información, que ayude a concientizar a las nuevas generaciones sobre las cualidades del alerce. A ello se suma que, según dicen en Huinay, este año habrá buenas condiciones para la floración del alerce, lo que permitiría volver a empezar el ciclo con nuevas semillas.
Fitzek dice que su idea es documentar el proceso que se está realizando en Huinay para que después sea replicado en otras zonas de Chile. Él se queda en silencio cuando reflexiona que, de lograr su objetivo, los alerces que él plantará perdurarán por milenios. 
“Eso es parte de la trascendencia que cualquiera quiere de su trabajo. Nosotros somos aves de paso acá, pero ahí hay un testimonio que se puede dejar”, dice, después de un rato. “Sería un éxito que estos árboles logren florecer algún día”.
Hace un par de semanas, Fitzek llegó junto a un grupo de amigos a la ladera del volcán Chaitén. Por primera vez, observó en terreno que la primera especie en volver a esos lugares devastados era el alerce. 
“Si tú ibas a la ladera del volcán Chaitén hace dos o tres años, estaba todo muerto. Y ahora vas y los alerces están volviendo a endurecerse. No sólo se están estableciendo nuevos, sino que hay troncos viejos que están volviendo a tener hojas”, cuenta entusiasmado. “Están renaciendo”.