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erapia sangrienta
por Alberto Fuguet
Revista Qué Pasa, jueves 06 de diciembre de 2012
The Master, la nueva película de Paul Thomas Anderson sobre el fundador de la cientología -y candidata segura al Oscar-, se inspiró en un desconocido documental de John Huston sobre los soldados que volvían de la Segunda Guerra Mundial.
Ahora que lo que importa es más el making-of, el saber cómo se hizo o qué ocurrió mientras se hizo, ahora que la narrativa tras bambalinas se ha engullido a la narrativa del libro o de la serie o de la película, mejor no combatir la moda y entregarse de una. Esto no será acerca de The Master, la nueva y quizás-demasiado-esperada película de Paul Thomas Anderson (sí, la cinta “de la cientología o, como le dicen algunos, cienciología”) que, luego de pasar por los festivales de Venecia y Toronto, y de estrenarse en Estados Unidos (en Chile debuta el 14 de febrero), ya ha sido considerada una obra maestra (incluso los que la atacaron la respetan: “Al menos es pretenciosa” escribió David Thomson en The New Republic), ha escalado a la cumbre de Metacritic (promedio 85 de la crítica de la prensa tradicional norteamericana) y ya casi tiene aseguradas unas ocho nominaciones al Oscar (al parecer, Joaquin Phoenix ya lo tiene lustrado en su casa y lo llevará en su mochila a la ceremonia a fines de febrero). No opinaré acerca de The Master porque, uno, no la he visto y, dos, todos han opinado tanto que no sé qué podría decir (confieso que le tengo fe, me intriga, y tengo muchas ganas de que me guste, sobre todo porque Petróleo sangriento me decepcionó tanto que quedé lesionado).
Paréntesis: el otro día un amigo, que también hace crítica y escribe guiones, me pasa una película sueca llamada Sebbe; le pregunto cómo es y me dice “no tengo la más puta idea: pero por eso la quiero ver; no sé nada, nada, nada; no sé quién actúa, no sé nada del director, no sé si fue a la Quincena de los Miopes o si ganó un premio en Santa Clara o si fue o no fue el mayor éxito comercial del siglo en su país natal. Capaz que sea de vampiros con tatuajes de dragones o un thriller sicológico postbergmaniano, pero la sola idea de poder sorprenderme, de ver algo sobre lo cual no sé nada, que busque en IMDb y no salga nada, me parece fascinante. Sólo por eso, creo que Sebbe me gustará mucho”.
Hay algo de cierto en esta reflexión. Por qué sabemos tanto cuando la gracia de las narraciones es justamente ir descubriendo, ir fascinándose a medida que la madeja se va desarmando y agarrando una nueva faceta. Ahora ver una película no es más que cumplir un trámite, firmar algo en una notaría. Toda la experiencia, la sorpresa, ya la hemos vivido. Uno va a revivir y aumentar lo que vio en el tráiler. Sabemos la trama, las críticas han circulado, los tuiteos desde la platea misma del estreno nos llegan a nuestra aplicación Pocket. Uno va al cine como va a los matrimonios: sabe que se besarán, que habrá un vals, que servirán whisky al final. Las dudas son mínimas: ¿quién me tocará en la mesa, se verá bien la novia, llorará alguien?
Anoche vi el documental Let There Be Light, motivado por The Master y por la tonelada de información y relaciones públicas que ha generado. No es un docu-institucional acerca de cómo se hizo (supongo habrá uno en el DVD o Blu-ray en unos nueve meses más), sino es un documental serio, susurrado, inspirado y demoledor, tan notable como poco visto (por décadas fue imposible de acceder pues “estaba escondido”) y que durante las ruedas de prensa y entrevistas/perfiles tanto Joaquin Phoenix como Paul Thomas Anderson, ambos han citado como si se tratara del arca perdida. Phoenix insiste que estudió el documental de 1946, dirigido nada menos que por John Huston, para entender el comportamiento físico de su personaje: un soldado que queda a la deriva después de la Segunda Guerra Mundial. Anderson, por su parte, reconoce que el documental fue vital en gatillar el proceso creativo de The Master. De hecho, la idea del soldado perdido, seriamente alterado a nivel afectivo, que cae en las redes del fundador de una religión-culto tipo cientología, nació de Let There Be Light. “Básicamente, robé mucho. Afané líneas y líneas de diálogo de esa cinta”, contó Anderson.
Narrada por Walter Huston (el padre del director, el mismo viejo de El tesoro de Sierra Madre), la fotografía es del mismo que rodó La noche del cazador y Los Magníficos Amberson de Welles y fue producida por el Departamento de Guerra de Estados Unidos con fines propagandísticos. Esto fue algo común durante la Segunda Guerra: Hollywood ayudó a la causa elevando la moral y haciendo documentales (los hay de William Wyler, de John Ford, dos más del mismo Huston) desde el frente. Let There Be Light fue concebido para inyectar esperanzas en la comunidad y en las decenas de miles de soldados que regresaron a sus pueblos después de haber pasado por y visto horrores nunca imaginados. En esa época se hablaba más de neurosis o depresión que de síndrome postraumático, pero ya tenían algo claro: aquellos que volvieron sin heridas visibles en el cuerpo podían estar dañados por dentro. La agenda de Let There Be Light, entonces, era clara: ingresar a un inmenso hospital psiquiátrico militar en Long Island y ver los tratamientos freudianos (en pleno peak de su moda) para lograr “volver a la vida” a estos jóvenes provincianos que pasaron de tener poca experiencia a cargar con quizás demasiados recuerdos, ruido y terror interno. Huston y sus cámaras tuvieron acceso por varios meses a esta suerte de reboot de chicos totalmente a la deriva: desde aquel que no puede caminar porque siente que sus piernas son de lana a un hombre que prefiere tartamudear a contar lo incontable. Mirando la cinta, lo que impacta es la poesía de la narración (“víctimas del espíritu”, “heridas invisibles”, “presos de sus vidas”) y el optimismo de la puesta en escena: algo no calza. Huston deja claro que estos hombres podrán curarse momentáneamente, que quizás superen ciertas trabas, pero es difícil creer que, una vez que dejen el hospital, estos soldados encontrarán paz en la vida civil (“ya no tendrán que estar encerrados en la soledad de sí mismos”). Huston observa y deja a estos nuevos sicólogos creer firmemente en el poder de la nueva ciencia para curar lo que quizás no tenga remedio.
El Departamento de Guerra de inmediato captó que “lo necesario” para curar un trauma de guerra no es tan fácil de conseguir y prefirió que el documental no circulara. Anderson, más perverso, se imaginó a uno de ellos, tan vulnerable como escindido, cayendo en manos de un manipulador como el que interpreta Philip Seymour Hoffman, y enfrentándolos, mano a mano. El resultado de este enfrentamiento está por verse, aunque no me queda claro si será la obra maestra que todos dicen; lo que sí tengo claro es que esta joya escondida de John Huston sí lo es.
Gran película 'The Master', la mejor del año, cine y conocimiento, sobre la naturaleza de la locura, la amistad, de la relación maestro y discípulo, sobre la vida misma. Interpretaciones geniales... y un barco que se dirige a China. a solas, para uno mismo. Un saludo!!!
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