Diario El Mercurio, Sábado 08 de Diciembre de 2012
Según una conocida afirmación, sólo un gran poeta puede echar luz de un modo necesario sobre la poesía de otro gran poeta. Así, para cualquier crítico principiante y dubitativo -como lo seré siempre yo-, los ejemplos de lectura y comprensión de una obra poética que se encuentran en libros como "Menos que uno" o "Sobre el dolor y la razón" son tan magníficos como inalcanzables.
Su autor, el ruso Joseph Brodsky -que nació en San Petersburgo en 1940 y murió, exiliado desde 1972, en Nueva York en 1996-, es quizás el poeta más importante de la segunda mitad del siglo XX. Recibió el Nobel de Literatura de 1987 y en su discurso de aceptación del premio, en Estocolmo, agradeció ante todo a los poetas rusos que debieron haberlo recibido antes que él y, en su opinión, con mejores razones.
La capacidad analítica de Brodsky, su generosidad y su comprensión de la obra de otros son impresionantes. Se luce en la dilucidación esmerada de la poesía de escritores rusos (sobre todo de Anna Ajmátova, Ósip Mandelstam, Nadezhda Mandelstam, Marina Tsvietáieva), pero también de autores no rusos (Eugenio Montale, Constantino Kavafis, Derek Walcott y W. H. Auden), a quienes admira extraordinariamente y a propósito de los cuales elabora una sutilísima arte poética.
Una de sus ideas centrales es que los grandes escritores, en particular los poetas, están en relación íntima con la lengua y a ella se deben con rigor y sacrificio. Y cada lengua tiene sus potencialidades, su propia virtù . "La mayor grandeza de Rusia es su lengua, y la mayor grandeza de ésta es su poesía".
El idioma ruso, que Brodsky caracteriza con amorosa lucidez, es anterior a la vida y circunstancias históricas y políticas del escritor. La prosodia -el arte de la recta pronunciación y acentuación- "es un depósito del tiempo en el lenguaje", dirá. Ahí, en su dominio y diálogo con la lengua a través de técnicas y mecanismos de alusión, referencias, paralelismos lingüísticos y figurativos, más que en el tratamiento o desarrollo de temas o ideas, es donde el escritor se juega su calidad y la posibilidad de acrecer la civilización.
Desde esta peculiar y privilegiada comprensión del idioma y del escribir, Brodsky sitúa en la cima de la literatura rusa a Dostoievsky, Ósip Mandelstam, Anna Ajmátova y Marina Tsvietáieva. La comprensión que lleva a cabo de estos escritores es insuperable: un deleite aplastante para quien ame la literatura y, paralelamente, una demostración de la distancia sideral que media entre un simple comentario, una crítica sesuda y una lectura privilegiada.
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