En un relativamente extenso epílogo
de su poemario titulado Melancolía artificial,
Roberto Merino relata lo siguiente:
Escribí estos poemas en
el invierno de 1990,
en un departamento próximo a la plaza Baquedano:
un interior moderno a la antigua usanza,
en cuyas paredes
se proyectaban por las noches
los focos de los autos
y los reflejos de unos letreros luminosos
Uno de estos letreros estaba encaramado
en el techo de un edificio
y mostraba las piernas de una mujer en movimiento.
Abajo se leía Voilà y otras palabras que no
recuerdo.
Por la ventana de mi pieza se podía contemplar
el interior mortecino de una fuente de soda,
fragmentos de intimidad de otros departamentos
y -más allá de unos árboles sucios y amarillentos-
las luces de una bomba de bencina Shell,
prendidas toda la noche.
("Las ventanas -escribió Nabokov- han sido
el consuelo de la literatura en primera persona
a través de las
épocas").
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