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Unas pocas conclusiones



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Después de las elecciones y delcambio de gabinete, tenemos la obligación de ir cerrando una etapa, de ir haciendo un balance, por crudo que resulte.
Ojalá estas palabras sirvan, es decir, ayuden, presten un servicio.
En primer lugar, la convicción de que al sistema de participación política le queda sólo una oportunidad más: si en las próximas elecciones -y falta apenas un año-la votación es tan baja, o mejora sólo un poco, se acabó. Honradamente, habrá que declarar su defunción y tener previstas las alternativas. Obviamente, a todos los que participan del actual sistema, lo anterior les parece herético; y a quienes lo rechazan, salvífico. Si todo volviese a salir tan mal como hace diez días, habría que tener pensado, con prudencia, un camino intermedio, una solución moderada.
Como segunda consideración, el cuidado de las personas. Miles de chilenos fueron candidatos; arriesgaron imágenes, patrimonio, tiempo y amistades. El Presidente les dio las gracias, e hizo bien. Los chilenos, mayoritariamente, los desprecian, y hacen mal. Una cosa es que muchas campañas hayan sido paupérrimas y otra es que esas personas sean todas unos ambiciosos incorregibles. Si la ciudadanía no es capaz de cuidarlos, de rehabilitar la vocación de servicio público, tendrá que aguantar a los revolucionarios profesionales instalados en sus municipios y en el Congreso Nacional.
En tercer lugar, se hace imperioso clarificar un punto: esos millones de jóvenes que no votaron, ¿están participando de otro modo, o simplemente son la nada? Cuando se les acusa de apatía y de egoísmo, algunos responden que lo suyo es la acción directa. ¿Cuántos son en realidad los que están en eso? ¿El 2%? Necesitamos saberlo, para dejar de endiosar a los patanes y destacar a los efectivamente activos.
Una cuarta consideración afecta a los partidos, a lo que queda de ellos. Milito en uno o, más bien, sigo en uno. Durante muchos fines de semana, desde 1998, viajo por 14 ciudades, hablo, animo, reprocho. Mi conciencia está tranquila. Pero pasan las elecciones, y casi todo va a peor. Los partidos pesan cada día menos; sus dirigentes lo saben, pero no lo reconocen.
Que el total de alcaldes electos en calidad de independientes haya llegado a 121 es ¿sólo un dato?
Y quinto, el Estado. Nos dicen que no falló al incluir miles de muertos en los padrones, sin prever las consecuencias o, previéndolas, sin buscar una solución anticipada. Que no falló al gastar recursos imprimiendo materiales que nunca iban a ser utilizados y pagándoles a vocales que sólo trabajamos 20 a 25% del tiempo esperado. Que no falló al exigirles a ciudadanos que ocuparon entre once y doce horas en una tarea que sólo les requirió la cuarta parte. Que no falló al facilitar el fraude que consiste en que "votaron hasta los muertos". Que no falló al calcular los porcentajes de votación y abstención sobre cifras que incluyeron a personas absolutamente imposibilitadas de sufragar, por la simple razón de que murieron hace ya tiempo.
Vaya calidad de gestión.
Una sexta consideración tiene que ver con los intelectuales y con los medios de comunicación. Pocos son los espacios y pocos quienes los aprovechan, pero es la televisión la que se lleva el premio en la colaboración con la abstención. Mientras no haya un acuerdo entre los canales para tener una franja cívica voluntaria en horario prime , que nadie les crea nada sobre su pretendido papel social.
Nos quedan, al final, los autoproclamados movimientos sociales, esos que dicen haber elegido a las alcaldesas aquellas. ¿Se comprometen a algo? ¿Están dispuestos a ser responsables de sus acciones, o son sólo la fachada del nuevo activismo de las izquierdas?

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