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Trilobites: un gran debut y una feroz despedida‏




Sucede cada tanto: un libro de un extranjero desconocido empieza a llamar la atención. Genera ruido, se recomienda; se busca, se lee, se subraya y presta; se regala, se mitifica.
En el caso de Trilobites (editado por Alpha Decay) el suceso se vuelve aún más fascinante porque resulta que el autor es norteamericano, aunque no puede estar más alejado de la elite intelectual neoyorquina. Vivió y escribió en uno de los estados más pobres y precarios de la Unión: West Virginia. Posee un nombre imposiblemente pop (Breece D´J Pancake: nombre real, no es un seudónimo) y cuando se mató (a los 26) aún no tenía un libro, aunque sí un par de cuentos suyos estaban apareciendo en las revistas-que-importan. Pancake se mató el año 1979 y, treinta y tantos años después, sigue siendo casi-nadie en su país de origen.
Lo cierto es que, moda o tendencia aparte, Pancake se las trae. Es de verdad. Supera la onda, la trivia, el morbo. Es Carver llevado al límite, pero sin el minimalismo; al revés, aquí hay prosa, hay mirada, hay territorio. Quizás eso es lo fascinante de estos cuentos, más allá de la lamentable traducción. Es cierto que los tipos de personajes de Pancake (hombres jóvenes envejecidos, atrapados, a la deriva) han poblado la literatura americana (Russell Banks, digamos) y quizás han estado más en el cine y las canciones (esos pueblos como los de El Francotirador o La hija del minero), pero esta West Virginia rural, montañosa, un territorio políticamente rojo, inculto, escondido, un mundo white trash y provinciano, no tenía su voz. Aquí casi sobra la voz y el desgarro y el frío. Esto no es el Oeste sin fin de un Cormac McCarthy o el sur gótico de tantos autores claves. Este mundo es el tipo de mundo que no crea artistas o, si lo hace, los lanza al mundo trizados y sin preparación. Pancake sabe de lo que habla, y a pesar que sus cuentos se centran en tipos sin rumbo ni futuro, el libro posee una épica fatalista colectiva de una tierra que quizás nunca debió existir. La provincia como casa y cárcel, el frío que carcome la tierra y las habitaciones solas y las familias que se odian pero no pueden separarse. “Nací en este país y nunca he querido irme a ningún lado. Recuerdo los ojos muertos de papá que me miraban. Estaban resecos, ahí se me perdió algo…”.
Todos los personajes de este autor maldito han perdido mucho. Quizás nunca tuvieron mucho al empezar. “Mañana empieza otro mes de río, luego tendré un mes de tierra; sólo cambian los cuentos que nos contamos, se ovillan las historias alrededor de otros tiempos y de otros nombres…”. Quizás, así es. Eso fue lo que hizo. O lo que alcanzó a hacer. Cambiar los cuentos, escucharlos, ovillarlos, conectar con ellos, cambiar algunos nombres. Trilobites es un gran debut y una feroz despedida. Todo suicidio es imposible de entender, de dilucidar, pero al terminar Trilobites algo se comprende y, a la vez, no se entiende nada: cómo una voz tan frágil, tan sensible, salió de ese mundo duro, cruel, tan feroz como básico. No hay muchos caminos que tomar en ese mundo que se ha quedado atrás, que parece de otro siglo. Pancake lo dijo: ésa era su tierra. Y cuando tuvo la oportunidad de partir, cuando empezaron a abrirse las puertas, pasó lo que a veces sucede: se aterró y no quiso contar más.
“Trilobites”, de Breece D´J Pancake. A $ 27.350.

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